domingo, 18 de noviembre de 2018

* Dificultades para expresarme - REFLEXIONES


Las dificultades de la comunicación derivadas de los problemas intrínsecos al lenguaje, al idioma, sea cual sea, y a todo lo que rodea a las palabras pero ayuda a expresarnos, es un tema muy manido y ampliamente estudiado aunque, desgraciadamente, muy habitual.
La propia incapacidad para hacerme entender en muchas ocasiones, para comunicar correctamente lo que de verdad pretendo, me lleva a plantearme si no faltarán palabras en nuestro hablar cotidiano, pese a la interesante riqueza del castellano.
Por supuesto, parto de una básica y, a día de hoy, asumida negligencia para utilizar correctamente el vocabulario y las expresiones oportunas en cada momento. En un permanente estado de prepotente aspirante a filóloga siempre había pensado que poseía un maravilloso catálogo de habilidades para la comunicación oral y escrita; apreciación ésta, como muchas otras más en mi vida, que con el paso de los años he ido descubriendo del todo equivocada.
A esto, sumo las interferencias que el metalenguaje produce en los mensajes que lanzo. Unas veces, por exceso de celo en el ansia de mantener lo más aséptico posible el mismo, otras, por aportar una desmedida carga de información, y muchas por no ser capaz de mantener las emociones a raya para incluirlas sólo cuando sean estrictamente necesarias en el discurso. Sin embargo, aunque dejarse llevar por los sentimientos es lo que ha dado lugar a una expresión lingüística fabulosa como es la poesía, no deja de ser lo que más entorpece una buena comunicación. Soy de la opinión derrotista de que  nunca se consigue reflejar con exactitud lo que se quiere transmitir por mucho que se intente con extras como gestos, miradas, metáforas, hipérboles y otras figuras enriquecedoras. El cien por cien de la intención, de la idea a plasmar, no lo cubren las letras actuales. Ni siquiera, con las consabidas connotaciones convencionalmente adoptadas por los vocablos a lo largo de los años. Por otro lado, eso, precisamente, estaría dando pie al incremento real de nuestros diccionarios que, a mi criterio, evolucionan demasiado despacio y escaseando en adjetivos.
Pero volviendo al bloqueo que me produce en algunos momentos la incomprensión por parte del mundo del mío propio he llegado a una conclusión: necesito más palabras. Cuando ya no sé cómo verbalizar lo que siento, la única salida suele ser la desesperación, la impotencia, la autoflagelación por mi incultura y mis escasos conocimientos, y para la otra parte implicada en la comunicación la opción restante que puede manejar es la de ignorarme. Porque añadir a la dificultad de relacionarse un suplemento de malinterpretación no es para nada interesante ni eficiente.
Así que estoy valorando la posibilidad de pasarme al bando de esos autores surrealistas literarios que decidieron un buen día inventarse sus propias palabras, normas, metáforas, lenguaje al fin y al cabo, y esperar con ansias a que se popularice, y se admita mi nuevo vocabulario en la Real Academia y entonces, los demás puedan entender al fin lo que me proponga contar.

Mientras, sólo espero haberme explicado correctamente.

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