miércoles, 26 de diciembre de 2018

* "La distancia" - "SUEÑOS EN RETALES (III)"


Odio esas mañanas cuando al levantarme recuerdo perfectamente lo que estaba diciendo y lo que sucedía en mi sueño más reciente. No soporto cuando lo que estaba ocurriendo era triste y al abrir los ojos, todavía tumbada, me siento desconsolada. Detesto esa sensación de congoja, cuando poco antes de despertar algo se ha quedado a medias, o estaba terminando una discusión o, peor aún, faltaban unos segundos para encontrarnos por fin. Me crea mucha desazón pensar que mi felicidad se quedó en ese sueño y que mi presente no tenga la suficiente fuerza para hacerme salir de la cama.
¡Y no es así, nunca es real!
Pero lo parece. Tanto, que hay días enteros en los que no puedo pensar más que en ese minuto de dicha que perdí porque amaneció.
La noche que le conocí fue un sueño hecho realidad.


 Esos sueños que tienes después de haber visto cualquier comedia romántica americana llena de tópicos y mentiras muy agradables de creer.
Aunque yo siempre había sido muy enamoradiza y había creído en los flechazos, en realidad nunca los había vivido en primera persona. Nunca hasta esa noche. Fue como en una manida película, de esas con un guión tan edulcorado al que no puedes dar ningún tipo de credibilidad.
Yo no tendría que haber estado con mi amiga ese fin de semana, pero me aburría mucho en mi piso y decidí ir a verla. Era una noche de agosto de fiestas y barbacoas. Así que allí estábamos las dos dando tumbos por la arena de la playa buscando a algún amigo que nos invitase a unos tintos de verano. Nos llamaron a voces un grupo de antiguos compañeros del instituto al vernos pasar y nos unimos a ellos. Otra amiga había traído unos conocidos de fuera y fue entonces. Desde el momento que me lo presentaron ya no nos separamos hasta las diez de la mañana.
Empezamos a charlar, a reírnos, a beber, y me contó que estaba allí, sentado en la arena, de pura casualidad. Tenía un amigo, con otro amigo que tenía una amiga cuya amiga le dijeron que vivía en la costa, y como sólo él tenía coche le habían liado para llevarlos a todos de fiesta.
-Mañana mismo nos volvemos- me dijo.
¿Qué al día siguiente se iría por donde había venido: a más de 600 kilómetros? ¡Eso no me podía estar pasando a mí!
Desde el primer instante, entre los dos había habido una conexión especial y como aquello no era una película, la solución a aquel conflicto no iba a ser para nada ni feliz, ni sencilla. Pero eso sería una problemática a resolver si acaso al salir el sol.
Con los ojos claros, guapo y el pelo muy corto y negro, era el típico chico que gusta a cualquiera. Musculoso, simpático y dicharachero, tenía para rematar todo ese buen rosario de virtudes físicas, un hoyuelo en la barbilla que le imprimía un aire de estrella de cine. Trabajaba como chófer para una empresa multinacional, pero llevaba en ello poco tiempo y todavía no se había independizado por cuestiones puramente económicas. No tenía muchos estudios pero sí experiencia en muchos trabajos de diversa índole que le habían ayudado a desenvolverse con la naturalidad de quien sabe de todo y conoce de mucho más.
Después de toda una noche de amigos, tintos de verano y pinchos morunos, y perfectamente puesta al día de quien era aquel maravilloso príncipe encantador, nos despedimos del grupo y nos fuimos solos a recorrer la ciudad. A recorrer la ciudad y a hacernos arrumacos, claro. Ya quedaba poca noche pero la aprovechamos para acodarnos en las esquinas y besarnos con esos besos nuevos y entusiastas que te llevan por las calles levitando y sonriendo. ¡Como en las películas, vamos! Pero llegamos a la puerta de su hotel justo cuando se empezaba a retirar el velo negro que hace que las historias de amor parezcan maravillosas.
-Tengo que descansar un poco, que mañana tengo que conducir.
-Lo sé, lo sé.
-¡Quédate a dormir conmigo esta noche por favor!
Pero no. Lo único que me quedé fue un beso largo y triste, mientras me palpitaba el corazón y me faltaba el aliento. Porque esta sería una relación muy corta pero muy intensa. No tuve fuerzas para rematar aquella noche de platónica felicidad. Sólo para intercambiar los teléfonos y anotar las direcciones prometiendo que le escribiría. ¿Por qué? No sé.
 Quizás también influyó el hecho de que habría sido mi primera vez de sexo esporádico fuera de una relación “oficial”, y aún con el acumulado de felicidad, no vi muy claro el sitio, ni la hora, ni las consecuencias de no ir mental ni físicamente preparada. Porque llevar ropa interior similar a la de Bridget Jones en su primer encuentro sexual con su jefe, no ayuda mucho a sentirse espectacular para ninguna mujer, independientemente de la excitación del momento.
Además, en las películas, los protagonistas se reencuentran después de muchas penalidades y siempre consiguen terminar la maravillosa aventura que empezaron. A lo mejor había suerte y los fotogramas de esa noche conseguían ser editados en una nueva “peli” con final feliz.
Sin embargo, en el fondo no creía yo que aquello tuviese ningún futuro.
Y se fue.
Tres días después la que tenía ya una carta que leer era yo. Toda una declaración de amor con un “te quiero” incluído y una divina “amenaza” en forma de postdata:
-En quince días voy a verte.
Quizás si esa carta no hubiese llegado, aquella historia de verano se hubiese quedado en eso. O en el episodio piloto de un serial sin suficiente cuota de pantalla y que no llega a buen puerto. Seguramente yo no habría hecho por saber de él: ¿para qué empezar una relación sin tener siquiera una base cierta de que la aventura merecía la pena? Odiaba las relaciones a distancia. Nunca las había vivido pero me había fabricado suficientes argumentos propios para tener claro que era un gasto de energía baldío. Yo habría dejado que llegase el otoño y con él archivado ese episodio en el estante de mis anécdotas sin rematar. No sin antes haber desperdiciado dos o tres semanas en llorar y lamentarme de lo que pudo haber sido y no fue.
Pero ahora de repente llegaban a mis narices por correo postal los nuevos capítulos de un culebrón del que quería averiguar el desenlace final.
En su extensa carta me contaba todo lo que habitualmente hacía. Cómo eran sus rutinas y su familia. Todo lo que escuchaba en la radio de camino al trabajo y todo lo que hablaba después con los clientes. Y yo, que gustaba de conocer las intimidades de cualquiera, disfrutaba leyendo aquella minuciosa explicación de sus cotidianeidades y conseguía vivir con él su día a día. Los detalles de sus escritos hubiesen servido para escribir una novela costumbrista llegado el caso, pero básicamente me sirvieron a mí para hacerme un completo retrato de su personalidad y de sus hábitos.
Y yo, que ya había quedado muy impresionada por su carácter amable y divertido, y por supuesto por su físico, estaba ahora entusiasmada por un lado, con aquella forma de ser que se intuía tan familiar y tan tenaz para el trabajo, además de sorprendida por otro, por haberme escrito él antes de que lo hiciera yo. Por eso los días que pasaron hasta el momento de volvernos a ver fueron para mí de alegría y dichosa espera. El deseo de lo que iba a suceder llenaba mis horas laborales aunque a la vez sólo conseguía que mis noches fuesen largas hasta que conciliaba el sueño, dando vueltas en mi cabeza a todo lo que haríamos y todo lo que le diría cuando volviera a tenerlo delante.
Aquel reencuentro sí que fue de película. ¡Qué ansiedad! ¡Cuánta impaciencia! ¡Cómo te golpea el corazón dentro del cuerpo cuando le ves llegar y todavía faltan unos metros para tocarle! ¡Cómo se acelera la respiración! ¡Cómo se desboca ese abrazo que llevas días guardando cuando por fin sabes que lo puedes utilizar!
Fueron dos días maravillosos. De paseos, de hablar, de conocernos, de besarnos, y de querernos. Porque esta vez sí. Perfectamente equipada con la mejor lencería de “Victoria’s Secret”, y una botella de crema de whisky, ambos propiciamos una estupenda ocasión para inaugurar formalmente aquel nuevo vínculo.
Pero se acabó pronto. Él volvió a sus quehaceres y yo a los míos.
La pausa de esta proyección.
Menos mal que el mejor invento de la humanidad, después siempre de la lavadora, es decir, el teléfono, nos permitió continuar nuestro romance de telefilm sin sentir mucho la distancia.
Ya completamente enamorada, nuestras conversaciones por teléfono eran largas y aunque nos contábamos nuestros respectivos días de trabajo, también divagábamos en insustanciales conversaciones sobre el tiempo, lo mal que estaba el aparcamiento, la comida de ese día o por supuesto, cuál de los dos quería más al otro.
-Se me hace eterno el día sin ti -le decía yo.
-A mí más, no te imaginas qué aburrimiento de pueblo éste. Si no fuera porque me paso el día en el coche no podría aguantarlo.
-Menos mal que tenemos estos ratitos para charlar. Y te adelanto que estoy preparando una escapadita para ir a verte muy pronto.
-Pues no sabes lo que me alegra oírtelo. Porque yo no podré ir hasta dentro de veinte días por lo menos.
- Si es que no puedo esperar más a estar contigo. Te echo muchísimo de menos.
-Seguro que no tanto como yo. Nunca había querido a nadie como a ti.
Y aquello podía extenderse en el tiempo sin conciencia por parte de ninguno de cuántas horas de sueño perdíamos ambos en aquella rueda de reafirmación de nuestro mutuo y devoto amor.
La siguiente ocasión fui yo la que se desplazó a donde él vivía aprovechando un viaje en coche de unos compañeros del trabajo. Me dejarían en su pueblo y encima sin preguntar mucho, puesto que como yo mi vida procuro no airearla ni siquiera en la peluquería, ya que puedes correr el riesgo de que alguien pretenda opinar o darte consejos, el motivo de mi viaje para ellos era otro bien distinto.
Aprovecharíamos que sus padres no iban a estar en casa para pasar un fin de semana tranquilos y disfrutar de la paz de un hogar por otra parte extraño a mí.
Resulta muy ridículo el cúmulo de sensaciones que te invaden al estar en casa de una persona a la que realmente no conoces y con la que has estado dos escasos fines de semana.
En primer lugar nunca piensas que pueda ser un sitio inseguro ni tampoco que el chico en cuestión sea un asesino en serie, ya que estás demasiado entusiasmada; pero si lo pensaras detenidamente, o sólo conque pudieras ver lo que piensa tu madre, a lo mejor temblarías, porque la realidad es que no sabes en casa de quién te metes. Pero allí estás. Y de repente ves unas fotos en el salón desde las que te miran unas caras que no reconoces, observas esa mantita que cuelga del brazo del sofá y que no sabes cuándo fue lavada por última vez, o te fijas en la colcha de ganchillo de la cama del dormitorio principal y te sorprendes intentando dilucidar cuál de las abuelas habrá tejido aquello, si la materna o la paterna.
En segundo lugar cualquier situación cotidiana y rutinaria está tan sacada de tu contexto habitual que se convierte en algo muy especial. Y así, que te preparen un café para desayunar o que te den una toalla que huela a suavizante de flores puede sorprendente igual que si no hubieras visto nunca un tejido de algodón, sumado a todo ello, el hecho de estar viviéndola con la persona que en ese momento es el centro de tu universo y el protagonista de tu propia película de amor.
De igual modo, actividades tan habituales como ducharte en un baño en el que no sabes cómo se acciona el grifo del agua caliente para que ésta salga por la ducha, o dónde están los rollos de papel higiénico cuando los necesitas, pueden transformarse en las peores de las pesadillas si además intentas hacerlas todas por ti sola, sin ayuda alguna y pretendiendo resultados dignos y exitosos.
Salvando esos detalles logísticos, el fin de semana ofrecido no defraudó en absoluto mis expectativas sino por el contrario, se convirtió en un sinfín de acarameladas situaciones y empalagosos instantes en los que no hubo que lamentar ningún desastre surgido del desconocimiento que cada uno tenía del otro.
El momento de separarnos fue digno de cualquier drama con opción a un Oscar de Hollywood, y para rematar tan desdichados minutos, yo le obsequié con un cd repleto de tiernas canciones.
De todos es sabido que cuando una persona te regala música siempre hay implícito un mensaje subliminal, algo que Stephen Frears explicó muy bien en la película “Alta fidelidad” por boca de John Cusack. Aunque quizás esto no se cumpla al cien por cien realmente, sí que sucede en un noventa y cinco por ciento de las ocasiones.
De modo que si te lo dan a ti, toca sentarse a interpretar y a rebuscar todo eso que te han querido decir pero a lo que no se han atrevido. Y claro, se corre el riesgo de no entender del todo los mensajes, porque las frases de las canciones, si bien lo parece, no están realmente hablando de ti, aunque traten un sentimiento universal, con lo cual siempre habrá un lugar para el error.
Pero cuando eres tú la que grabas música para entregarle a ese alguien con quien estás viviendo el momento inicial de una novelesca y sensiblera relación tienes que tener mucho más cuidado todavía para evitar esos malentendidos. Buscar las canciones más románticas, pero también las que te gustan a ti, sin tener ni idea de lo que le gusta oír al otro, o de si entenderá las letras en inglés, es una labor complicada y en la que si fallas puedes perder muchos puntos. Pero cuando aciertas tienes ganado por completo su corazón, y posiblemente un lugar privilegiado en el reproductor de su coche. Al menos eso fue lo que yo conseguí con aquella lista de canciones que tanto me costó encontrar y organizar para que al reproducirlas en el orden correcto se acordase de mí tal y como yo quería.
-Estoy todo el día oyendo el cd que me has regalado -me dijo un día por teléfono- y escuchándolo me doy cuenta de cuánto te quiero, y me entran unas ganas de salir a buscarte que ni te lo imaginas.
El poder de una canción: ¡asombroso que te quieran mucho más cuando suena música de fondo!
Después de aquella vez, todas las ocasiones en las que en el espacio de los siguientes cuatro meses nos vimos, fueron tan especiales como para no hacernos ni un solo reproche, ni tener las más nimia discusión.
Y es que es curioso que sabiendo todos que estar distanciados es lo mejor para que las parejas funcionen, y se lleven bien, nos empeñamos en vivir juntos cuanto antes y en no separarnos ni a sol ni a sombra.
Reflexiones profundas a un lado, es difícil tener que estar cada quince días haciendo las maletas y tomando decisiones del tipo:
-Este pantalón que nunca me pongo porque me hace la cintura más ancha y mucho culo ¿me lo llevo para este fin de semana con él o no?
Como sabes de sobra que al final esa prenda nunca formará parte de tu equipaje, todo eso es realmente un sobreesfuerzo que ni el más sincero de los idilios puede soportar. Y ha quedado demostrado a través de muchos ejemplos de la experiencia humana, que la categoría del esfuerzo que se realiza por la pareja, es directamente proporcional al nivel del enamoramiento y al tiempo que lleve funcionando esa relación. Conclusión propia: es muy difícil mantener una aventura así.
Otra de las ocasiones en las que volví a reunirme con él en su casa, había quedado con unos amigos en un bar. Pensaba yo que con la idea de charlar y de que fuera conociendo a su pandilla, pero no, en realidad el motivo de fondo era que los demás me vieran y sobre todo que una de sus amigas de siempre supiera que yo existía de verdad.
Razón final: darle celos.
Claro que eso sólo demuestra que te están utilizando para remover el interior de otra persona, con lo cual y como lectura positiva, piensas en que eres lo suficientemente atractiva como para eso; pero por otro lado y muy a tu pesar, significa también que, por desgracia, no te quieren a ti.
Hay un sexto sentido que dicen que tenemos y aunque no sé para qué lo utilizaran otros, yo siempre lo he denominado el “sentido de reconocer amenazas”. Es eso que salta en tu interior y te avisa del peligro inminente cuando tomando algo en un bar, tu chico te presenta a otra y te fijas en la cadencia especial de sus palabras. Cuando ves que ella le devuelve una sonrisa cortés pero fingida y de repente te mira con una expresión forzadamente amable, pero en la que puedes leer con todas sus letras:
-No tienes nada que hacer con éste porque ya me ocupo yo de tenerle entretenido.
Entonces es cuando comienza la mayor lucha interior que puede tener una mujer. Da igual lo que te guste un chico o no, o lo enamorada que estés; en ese momento comienza una guerra y todo se reduce a ganar. Hay que quitar a la otra de la circulación y quedarse el premio. ¿Cuestión de supervivencia? Para mi desgracia en este caso, no. Yo estaba realmente dispuesta a defender esta relación que tanto esfuerzo me estaba costando mantener a flote y con la que apenas había tenido tiempo de disfrutar.
Porque a la circunstancia de mantener vivos y salvaguardar en la distancia unos sentimientos, a veces encontrados en tu propio corazón, hay que sumarle los obstáculos que encuentras en el camino:
-Pues no sé cómo lo sobrellevas sin agobiarte -me decía mi amiga-, sin saber si él te estará siendo fiel o no.
-Porque sé que sí lo es. Porque esas cosas se intuyen perfectamente y yo tengo plena confianza en él.
-Claro, eso decimos todas de nuestros novios cuando estamos enamoradas. Enamoradas y ciegas. Aunque supongo que él puede estar preguntándose lo mismo, ¿no? -insistía sosteniendo su postura negativa al respecto con todo tipo de argumentos.
-Yo creo que puede salirnos bien.
-Y además te sale por una pasta estar cada dos por tres yendo a verle, y súmale el gasto en teléfono -proseguía. ¡Vaya gastos! Sí que te debe compensar después evidentemente.
-¡Por supuesto que me compensa! De otra forma no podría aguantarlo.
Y se sucedían sin descanso los comentarios de esta índole que tenía que torear a menudo, procurando además que no hicieran la más mínima mella en mí.
Al día siguiente de aquel encuentro simuladamente fortuito, todavía él no me había contado nada más especial de aquella chica que de cualquier otra, pero yo ya sentía que tenía que empezar a indagar.
- ¡Vaya pandilla tienes! Serán todos compañeros del colegio seguro, ¿a que sí? ¿Y no has sido novio nunca de ninguna?
Bueno, seguro que se podría haber dado mucho más rodeo hasta llegar a esa pregunta con más delicadeza, pero en una relación en la que coincides tan poco en el tiempo y el espacio, para qué andar investigando de forma más lenta.
- La verdad es que sí -me dijo como sin querer darle importancia al comentario-. Precisamente con la de negro que te presenté ayer, pero lo dejamos hace ya unos meses.
-¿Y estuvisteis mucho juntos?
- No mucho, unos dos años.
¡¡Dos años!! ¿Y eso puede ser considerado por una persona menor de veinticinco poco tiempo? Lo máximo que yo había conseguido permanecer con un chico en el "modo formal" hasta ese momento no superaba las dos semanas y porque los días laborables yo no podía salir por aquel entonces.
¡Qué diferente puede llegar a ser la perspectiva que de la vida tengan dos personas aunque crean que hablen de lo mismo!
 Este iba a ser ya el principio de una serie de diferencias anunciadas que harían que aquella fuera mi primera relación de más de dos semanas pero de menos de seis meses.
-¿Y qué pasó? ¿Rompiste tú?
- No, fue ella la que lo quiso dejar, pero no sé muy bien por qué. Me dijo que no se encontraba a gusto y que le parecía que íbamos muy deprisa. Pero la verdad es que yo también estaba ya un poco cansado.
¡Que poco sincero sonó aquello!
- Pero ahora ella me da igual. Seguimos siendo amigos y nada más. Lo importante en este momento es que tú has venido y tenemos que disfrutar del tiempo que tenemos.
¡Pues ya estaba disfrutado todo lo que había que disfrutar!
Desde la noche del día anterior había cambiado todo para mí. Los besos de despedida ya no fueron igual cuando llegó el momento de volverme a mi casa. Porque los besos que se dan sin pasión son distintos. No tienen fuerza, ni te hacen estremecer. Y tú te sientes en ese momento como la chica del papel secundario, la buena y simpática de esas comedias en las que al final el actor principal decide que en realidad con quien se quiere casar es con la otra, con la que tiene el papel protagonista, mucho más divertida y por supuesto más guapa y con más carisma que tú.
Pero todavía ninguno de los dos había dicho nada y aquello aún no se había dado por zanjado.
Esperé impaciente su turno de visita. Tocaba que viniera él a verme. Apenas tuvo tiempo para escribirme y en sus últimas llamadas sólo me hablaba de lo mal que le iba en el trabajo y que necesitaba cambiar. No salía el tema de sus amigos ni quise volver sobre mis dudas al respecto. Así que su llegada iba a ayudarme a disipar todos los nubarrones que se enredaban en mis pensamientos.
Fue un fin de semana muy frío. Él se mostraba muy distanciado, a veces un poco ausente.
-¿Qué te pasa? Pareces preocupado por algo, ¿estás bien?
-Sí, no es nada importante. Ya te he contado mis problemas en el trabajo y eso me absorbe mucho. No tengo claro que quiera seguir allí y le doy vueltas todo el rato.
-Pues tenemos que hacer que no pienses en ello y divertirnos lo máximo posible. No puedes pensar más en tu jefe que en mí, y menos conmigo aquí delante.
¡Lo que hubiera dado yo porque sus pensamientos hubieran sido todos en exclusiva para su jefe! Algo en mi interior, el famoso sexto sentido, me decía que aquella excusa era sólo una tapadera del verdadero origen de su desgana. Sin embargo, ser tú la que tengas que romper una relación cuando la causa no está en tu terreno no sólo no es justo sino que tampoco es nada fácil, por lo que decidí que no le allanaría el camino y que me dejaría llevar un poco más por el hilo argumental de este drama.
Y se sucedieron las dos noches que teníamos para compartir, sin esa chispa que tendría que haber estado entre nosotros. Pero él no tuvo valor para contarme que su personaje ya estaba liderando otro culebrón con más éxito.
-Lamento mucho haber estado tan bajo de ánimo. Perdóname -me dijo al subir a su coche de vuelta a su casa-.
-No pasa nada, puedo entender perfectamente que estés muy agobiado. A todos nos pasa alguna vez. No te preocupes que en la próxima visita que yo te haga nos resarciremos de estos días.
¿Y qué le iba a decir: no seas cobarde y dime ya que andas con la otra y que a mí me vas a dejar? Ese era un trabajo que tendría que hacer él solo.
Con todo, la última carta que recibí de él me pilló con las defensas bajas.
En casa, con gripe y sola, leer con todas sus letras:
 -Lo siento pero creo que no eres la chica que pensaba, ahora que nos conocemos más puedo verlo claro,  y es mejor que dejemos esta relación antes de llegar más lejos, porque este último fin de semana cuando te besaba no sentía nada– ya es lo bastante duro como para que te añadan un tópico–. No quiero que sufras porque no es por ti, soy yo que ahora estoy en una etapa en la que no sé qué hacer con mi vida y necesito aclararme y organizarme, y para ello necesito estar solo.
¡Una mentira y una pena, además de una literatura innecesaria!
Resultó que su amiga reaccionó de maravilla ante los celos que le había dado conmigo, y decidió volver a por él como una hiena carroñera, aprovechando los despojos de la persona que se quedaba apesadumbrada tras cada separación de su pareja, o sea de mí. Incluso tengo entendido que hoy, años después, son felices y que por fin algunos personajes de este romance triangular comieron perdices.
 Y como en la vida todo es cíclico, y las personas o sus historias vuelven a reencontrarse, directa o indirectamente, por extraños y laberínticos motivos, yo supe de todo esto mucho después y por razones que ahora no vienen al caso.
 Así es la distancia: un argumento que da para muchas líneas en el celuloide pero para nada longevo en la vida real.
Y por todo esto aquel sueño de verano, hoy tan evocador, se evaporó como agua que calienta el sol. Menos mal que precisamente la distancia es lo mejor que puede haber entre alguien a quien has querido mucho y tú. Y la distancia también, pero en el tiempo, es lo que hace que al mirar atrás, estas personas que tanto dolieron en su momento, ahora sean una agradable anécdota que recordar y puedan incluso formar parte de las líneas de una historia o de los recovecos de un sueño.

FIN

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Cuéntame qué te ha parecido!

Mi salamandra más especial

Mi salamandra más especial

¡Comenta desde aquí con otros miembros!

Advertencia legal

Todos los textos están depositados en el Registro General de la Propiedad Intelectual. Los relatos bajo el epígrafe M-007008/2014 y los poemas bajo M-007030/2014.