miércoles, 5 de junio de 2013

* "Mi secretaria y yo" - RELATO ERÓTICO


         Siempre que voy al mercado termino pensando en ella. Me empiezo a acordar de todos los asuntos pendientes que tengo acumulados y me doy cuenta de cuánto la necesito.

No tengo a la familia aquí y llevo poco tiempo en este trabajo, así que aún ando un poco descentrado. Pero si de algo me he dado cuenta enseguida es de lo que vale una buena secretaria. Al terminar la jornada siempre está preguntándome si tengo preparado algo para cenar, si he organizado bien mi ropa, si llevo en orden el papeleo de la casa donde vivo, y cosas así. Más que una secretaria, parece una madre. Aunque ella todavía es muy joven y no tiene hijos. O a lo mejor, es que en realidad, son labores muy similares. Y me gusta que sea así. Es muy agradable sentirse cuidado, atendido, e incluso es enternecedor. Algunas veces, creo que lo hago a propósito y me dejo llevar, y no tengo inconveniente en despistarme porque siempre está ella ahí pendiente de que todo salga a la perfección.


En el trabajo es por supuesto impecable. No creo que de otro modo le hubiera tomado tanto cariño ni que la hubiese dejado entrometerse tanto en mi vida privada.
La contraté de casualidad. Estaba en el lugar oportuno y en el momento perfecto, y además me pareció atractiva, ¿por qué no voy a poder reconocerlo? ¿Qué tiene de malo? Yo creo que es una suerte, una virtud más. No es especialmente guapa o llamativa, pero tiene un encanto peculiar, que atrae incluso los piropos y comentarios de los camareros de los bares donde solemos ir a desayunar. A todo el mundo cae bien, y eso es una ventaja que ella sabe aprovechar cuando tiene que torear a algún cliente complicado. Me gusta físicamente, pero yo nunca he tenido interés sexual en ella. Sofía es encantadora, pero yo ya he encontrado otros entretenimientos, en esos términos, para mis aburridos fines de semana lejos de mi mujer y mis hijas. Pero al menos durante los tres años que tengo que estar en esta ciudad sé que no estaré tan solo como creía en principio.
Sofía llega al despacho antes que yo con todos los periódicos del día y la agenda preparada para asaltarme en cuanto me ve asomar. La acompaña con un café muy dulce con el que consigue suavizar los anuncios de las visitas difíciles para esa mañana. Después a lo largo de las primeras horas de la jornada cada uno se mantiene en sus quehaceres, hasta que rompemos la monotonía del trabajo con un desayuno. Reconozco que es un momento que disfruto especialmente porque es cuando charlamos de nuestras cosas. Sofía me habla de su novio que, aunque vive lejos, viene a verla casi todos los fines de semana. Y yo aprovecho para darle consejos, porque la veo demasiado joven y no me gustaría que nadie se aprovechara de ella y le hiciera daño. De paso, también le cuento mis escarceos amorosos.
La primera vez que se me ocurrió hacerle un comentario al respecto, pensé que me juzgaría y se enfadaría. Sin embargo no fue así. Eso me sorprendió de ella y por ese motivo me animé a hacerla un poco si no cómplice, sí confidente. Por contra, lo tomó como algo divertido desde su perspectiva, claro. Porque por supuesto, se encargó de advertirme claramente lo problemático que sería que mi mujer llegara a tener conocimiento de ello, y cuánto sufrirían todos en casa, ella primero y mis hijas después. Cierto, que eso me hizo pensar un poco y darle la razón, pero también hizo que decidiera involucrarla por completo en la organización de mis citas para que eso nunca pudiera llegar a suceder.
De ese modo siempre tengo para ella algún trabajito paralelo para que me reserve un buen restaurante, una coqueta habitación de hotel para unas horas o para un romántico fin de semana, o simplemente para que le de esquinazo a cualquier chica que no hubiera entendido que sólo era un entretenimiento de unos días. Y en esto, Sofía es todavía más eficiente.
No es que yo sea un adonis, ni un vanidoso donjuan. Pero no voy a negar la evidencia. Para mis años aún mantengo el atractivo que tan buenos resultados me dio en la juventud. Me cuido, hago deporte, como sano, y mi cuerpo me lo sabe agradecer. En el trabajo me veo obligado a tratar con mucha gente, y eso incluye obviamente a muchas mujeres guapas. La mayoría de las veces no soy yo el que les entra intentando seducirlas, pero reconozco que me dejo engatusar enseguida, sin ponérselo difícil a ninguna. No me interesan los problemas domésticos ni laborales de ninguna, y suelo dejar claro desde el principio que sólo me interesa tener una aventura con ellas y nada más. Y cuando estás tan abierto a la vida, el mercado que se abre ante tus ojos es impresionante. Tanto, que sin la ayuda de Sofía no habría sido capaz de organizarme con tanta amante.
Las ocasiones en las que repito con alguna son muy contadas, pero existen. Por eso Sofía ha decidido tener sus nombres a mano en la agenda de trabajo junto a los directivos de otras empresas y demás contactos de negocios. Es muy divertida adjudicándoles motes, o nombres en clave, como ella siempre me corrige. Les busca nombres de firmas o sociedades que tengan que ver con alguna característica de ellas que yo le cuente que sobresale más, y con eso y las iniciales de sus nombres las ubica sin problemas en la B, la M o la D. Sólo hay una con la que sabe que podemos tener más problemas, porque es por la que tengo especial debilidad y a esa ha decidido anotarla en la I de innombrable. Sabe que podría provocar un cataclismo si su nombre, aunque fuese por error, apareciera alguna vez estando mi mujer o alguien cercano alrededor. Supongo que con razón, ya que es con la que engañé a mi amada esposa antes incluso de tener que venirme a vivir aquí. Fue algo accidental, pero se me fue tanto de las manos que incluso pensé en divorciarme. Al final casi es a mí a quien abandonan, pero tuve la suerte de ser perdonado. Algo que estoy seguro no se volvería a repetir si me volviera a suceder.
 Con todo, la vida, que gusta de jugar con nosotros, hizo que nuestros caminos se reencontraran nada más llegar yo a esta empresa. Y una cosa llevó a la otra y volví a caer en sus redes. Ahora quedamos una vez al mes casi por costumbre. Nos ponemos al día de nuestras respectivas vidas y pasamos una noche de lo más excitante. Aunque ya sin el peligro de enamorarme como la primera vez. Por eso también me gusta ir cambiando de compañía.

Estoy esperando a Sofía. Me va a acompañar a comprarme unas camisas más alegres. Ella dice que suelo ir vestido como si fuera el abogado de unos reos en el pasillo de la muerte, y a lo mejor tiene razón. Seguro que la tiene. No soy seguidor de la moda, ni nunca he destacado por moderno, pero una secretaria joven al final siempre se las ingenia para hacer de asistente personal también en estas cuestiones. Y como en todo lo demás con ella, yo me dejo guiar. Vamos viendo escaparates y entramos a ojear en muchos sitios. En alguno ya me ha hecho probar camisas y pantalones para conjuntar. A lo mejor está empezando a tomarse demasiadas confianzas porque no titubea en absoluto a la hora de meterse conmigo en el probador. Quizás es lo que yo le he ido permitiendo. No he sabido ponerle límites en mi afán por implicarla en mi vida privada. Reconozco que he sentido un poco de reparo al principio en las primeras dos tiendas, pero después de tanto subir y bajar pantalones delante de ella y tanto dejarme tocar la cintura y los largos, no sólo no me molesta sino que me empieza a gustar. Sin embargo no acierto a comprender bien la actitud que está empezando a tomar. La noto más agresiva de lo habitual, diría que incluso me suelta alguna que otra indirecta sobre mi masculinidad y mis jueguecitos amorosos. Y aún sí, tengo la sensación de que se me insinúa por momentos; que me ofrece una sensualidad en la que hasta ahora no había reparado.
Al entrar en unos grandes almacenes buscando unos vaqueros que, según ella ha dicho “darían más aire de chico malo a mi personaje aventurero” ha entrado de nuevo conmigo al probador y directamente, sin preámbulos ha saltado sobre mi. Me ha susurrado al oído: “quiero probar eso que está gustando a tantas otras”. Y en un pis pas, sin apenas tiempo a reaccionar, salvo en lo imprescindible, Sofía y yo nos hemos dejado llevar por un apasionado y satisfactorio  arrebato sexual clandestino.
Aunque todo esto no habría pasado de ser otro maravilloso episodio en mi, hasta aquel día, interesante vida de soltero esporádico, si no hubiera sido porque Sofía, siempre tan pendiente de mi vida, tan calculadora, y parece ser que “tan harta de mi personalidad presuntuosa y dictadora”, según sus palabras, había citado en la puerta de esos grandes almacenes a la misma hora, a mi mujer, a mi querida innombrable y a muchas otras de mis amigas; a las que no tuvo inconveniente en detallarles lo bueno que yo le había parecido como amante en aquel probador. La única virtud que quiso destacar de mí, después de despedirse, personal y laboralmente, con un fabuloso beso de Judas delante de todas.

Sin lugar a dudas su trabajo mejor organizado.


FIN

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