En silencio, con la quietud de la
noche, con el amparo de lo oscuro, asesorado por la penumbra y la clarividencia
de la soledad decidí replantearme todo aquello. Con el tumulto del día y la
agitación de las costumbres tempranas mi cerebro no era capaz de tomar
decisiones. Sin embargo aquel era un momento perfecto. Y si de mí dependía esa
suerte no podía abandonarla a un destino incierto. El cobijo de la madrugada
debería ser suficiente para llegar a una solución que contentara a todos por
igual. Al fin y al cabo es en los instantes de plena quietud cuando las ideas
más descabelladas toman forma y se dejan manipular hasta hacerse tan deseables
como si de actos racionales se trataran.
No era capaz de entender por qué me
habían designado a mí para aquella encrucijada. En la ciudad existían nobles de
mucho más alto rango que el mío y personas de fe con criterios más valiosos que
el de un pobre profesor que apenas ganaba su propio sustento. Años atrás,
cuando habiéndome instalado a vivir aquí, había hecho gala del título de mi
querido padre con el fin de vender mis habilidades para la docencia, tenía a
todos obnubilados con la idea de mi ascendencia italiana. Algunos llegaron a
pensar que mi linaje procedía de los mismísimos Rómulo y Remo. Y los halagos y
muestras de respeto hacia mi persona se multiplicaban día tras día. Pero ahora,
después de dos largos años de convivencia, todos conocen mis miserias casi
tanto como yo las de ellos. Y nadie es lo que aparenta ser. Aunque,
precisamente por eso, seguimos fingiendo que somos los personajes que nos
inventamos ser hace mucho. ¿Cómo entonces podré sortear esta grieta que se abre
ante mis pies? ¿No sería acaso yo el más indicado para sufrir las aberraciones
que pretenden que yo infrinja? O, en caso contrario, ¿el más feliz de que
pudiera resolverse con aplausos y vítores de alegría?
No sé en qué momento de la noche las
musas de la razón vendrán a mi encuentro. No puedo dejar que la luz del día me
sorprenda sin haber hallado una medida justa y legítima que no desencadene en
sufrimiento. He estado anhelando la caída del sol angustiado, buscando
ocultarme de la desesperación a la que esta piedra de molino me ha conducido.
Mañana por la mañana, cuando todo haya acabado y el albor de un nuevo futuro
cubra a todos los habitantes de esta comarca, yo me iré, huiré. No consentiré
que las dudas se ciernan sobre mi persona, ni que el objeto de tales
disposiciones pueda volverse contra mí. Y, sobre todo, huiré de mi mismo. Pero,
¿dónde podré ocultarme de mi alma? ¿Hacia dónde podré encaminar estos pasos de
hombre desalmado? El escarnio y la burla se cebarán con mis mejores intenciones
y mi dictamen, y aún así, yo querré seguir viviendo con honor. Pretenderé iniciar
una nueva vida ajena a un pasado que correrá eternamente pegado a mis ropajes
como una sombra. Una sombra mancillada y ultrajada. Un pasado que en esta noche
aciaga ya se va forjando a fuego vivo entre la repulsa y el deber.
No puedo permitir que los oscuros
brazos de esta amiga pasen de largo sin concederme el apoyo que ansío para
solventar el conflicto que se me ha encomendado. No puedo demorarme ni un
minuto más. En breve habrá levantado su manto y quedaré desprotegido ante
todos, en evidencia ante unos inquisidores que sólo juzgarán mi parecer. La
hora se acerca. Laureles o leones. Palmas o condena. La gloria o el infierno.
Con la sangre de mi osadía dejaré estampada mi sentencia.
Así, hoy, en Inglaterra, en el año de
l559 y bajo la atenta mirada de nuestra amada reina, extiendo esta condena a
muerte para que sea llevada a cabo lo antes posible…
FIN
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