jueves, 30 de agosto de 2018

* "La pareja del bar" - RELATO ERÓTICO




Seguramente porque aquella noche su cabreo no se evaporaba como en tantas otras anteriores con el alcohol, Tom no sabía si seguir bebiendo o irse a casa. Las repetidas broncas con su mujer no eran motivación suficiente para tener prisa por volver. Si ella entendiese que el cabronazo de su jefe no tenía derecho a quitarle los clientes que él había tardado meses en hacer, y le aliviara con caricias y buenos polvos la presión del día a día, podría sentirse deseoso de llegar a casa y abrazarla. Pero no era así. A Nicole no le gustaban los abrazos a destiempo. Todo tenía que estar programado y aquella noche de jueves no iba a ser la ocasión. Ya no había nada entre ellos, ni siquiera peleas.


El bar donde solía tomarse unas pintas algunas tardes antes de ir a casa, era una cervecería antigua, muy grande y sin un sólo cambio en la decoración desde los años setenta pero con un ambiente muy cálido. Allí encontraba a menudo mucha gente a la que conocía de vista: oficinistas como él de la misma zona, casi todos hombres, grupos de estudiantes del instituto de la calle de atrás, en su mayoría parejas calentándose la boca y las manos en los bancos oscuros del rincón y algún que otro compañero de empresa buscando compañía femenina para aliviar un rato de sofoco. Pero él prefería tomarse sus cervezas solo. Charlar con la camarera morena que estaba como un queso, o con el dueño que a veces servía directamente las copas mientras le comentaba las noticias del día, o ver tranquilamente la televisión sin voz del fondo del local, en la que casi siempre había algún partido de fútbol que seguir.
Aquella tarde ya llevaba tres o cuatro pintas de cerveza. Había estado observando a los chicos del instituto, en especial a una pareja que desde hacía más de una hora no se dedicaban a nada más que a comerse la boca. Con un vaso ya vacío cada uno en la mesa, habían estado jugando a pasarse los cacahuetes de aperitivo el uno al otro con la lengua. Lo bueno de aquellos bancos de la esquina del fondo, era que apenas les llegaba luz directa y la penumbra que los envolvía hacía de ellos un lugar perfecto para intimar hasta el fondo de la ropa interior. El chico no se cortaba en absoluto y recorría con sus dedos el filo del escote de la mujer hasta que los metía sin contemplaciones entre sus pechos. Porque no era una chica tan jovencita como él había creído en principio. En realidad, no debían de tener edad de instituto, pero la oscuridad y la cerveza no le permitían verlos con nitidez. Sí, quizás fueran mayores, o de su misma edad, pero vestidos de un modo muy informal. La mujer, se sentaba dejando caer una de sus piernas encima de las de su acompañante, mientras buscaba con su mano constantemente el botón de su pantalón. Tom llevaba largo rato notando una fuerte presión entre sus piernas. La bragueta se le iba calentando y no podía dejar de mirar lo que aquella pareja hacía en el rincón sin pudor alguno. Pidió otra pinta más y se cambió de sitio, dejando la banqueta alta junto a la barra, para acomodarse en una mesa más cercana a los dos amantes. El hombre mantenía uno de los brazos alrededor del cuello de la joven pero  ya había bajado el otro y su mano derecha subía y bajaba acariciando los muslos de su compañera, mientras la besaba con apetito y lascivia.
 El bar se había quedado casi vacío. Discurría ese tránsito entre la tarde y la noche, en el que las personas corrientes están llegando a sus  casas, o apuran su cena, o se preparan para salir a disfrutar de la antesala del fin de semana, mientras los locales esperan ansiosos el calor de los clientes. Pero Tom seguía allí. Llevaba muchas horas bebiendo. Muchas horas lamentando que su vida de pareja no fuera la que había previsto. 
Cuando él conoció a Nicole, ella era toda pasión y arrebato. A veces también habían sido capaces de dar rienda suelta a su lujuria en los espacios más insospechados. Nicole se dejaba, le gustaba saberse observada en cualquier sitio público, y no ponía impedimentos a que Tom deslizara sus manos bajo la minifalda hasta llegar al interior de sus bragas. Sólo recordarlo y la intensidad de su erección dejaba al descubierto un deseo reprimido de muchos días atrás. Lo habían hecho en los probadores de los grandes almacenes. En esos carentes de puertas, apenas ocultos por unas cortinas tan livianas que los gemidos y suspiros de placer de Nicole las levantaban sin esfuerzo dejándoles sin intimidad alguna. Por supuesto se habían amado con intensidad en el ascensor de la oficina. Al principio, cuando ella venía a buscarle algunas tardes. La excitación del poco tiempo que tenían, el peligro de que alguien parase en algún piso y los viera, y la velocidad a la que Tom debía empalmarse y penetrarla, hacían mucho más placentero el momento de alcanzar el eyaculación dentro de Nicole. Incluso, una vez, en los aseos de esa misma cervecería, su mujer se había presentado en el baño de caballeros antes de que él pudiera salir, y sin tan siquiera cerrar el pestillo de la puerta, le había empezado a masturbar con una lujuria como él no recordaba haber visto antes reflejada en su cara. ¿Dónde estaba ahora esa Nicole? ¿Qué les había pasado? ¿Qué había fallado en su relación?
Y ¿quiénes serían aquellos del fondo? ¿Qué les uniría? ¿Serían los nuevos Tom y Nicole empezando una maravillosa y calenturienta relación? ¿Acabarían quizás como ellos? Desde luego, no esa noche. Tom estaba seguro que ella ya había llegado al culmen del placer. El pelo, en media melena, le caía por la cara tapándosela casi por completo, y Tom pensó que a la luz del sol debía de ser muy guapa. Sus movimientos en el banco, casi como estertores, con las piernas ligeramente abiertas, rendidas a las manos de su compañero de asiento, que la acariciaba con fuerza por debajo del vestido, y su boca abierta respirando intensamente, delataban un orgasmo ansiado y satisfactorio. El hombre, de espaldas a Tom y al resto del bar,  intentaba a duras penas disimular su instante de éxtasis, pero la mujer se lanzó a su entrepierna y rebuscó en su pantalón hasta aplacar su sofoco.
El dueño del local debía de estar muy acostumbrado a aquellas escenas subidas de tono, o quizás era el cómplice necesario que habilita esos espacios tan escasos para los amantes furtivos, y de paso se asegura la clientela, porque en ningún momento se acercó a molestar. Tom no pudo aguantar más la excitación que la escena le proporcionaba y tambaleándose llegó hasta el cuarto de baño, donde consiguió aliviarse con varios movimientos rápidos. 
Al terminar se miró al espejo mientras se lavaba las manos y pensó que ya sería buena hora para irse a casa. Igual Nicole le echaba de menos, o al menos eso es lo que le gustaría que sucediera. Abrió la puerta del baño y a punto de salir desde el aseo de señoras contiguo, la vio. Con un vestido ligero de gran escote y echándose el mechón de pelo que le tapaba la cara hacia atrás, la mirada de su Nicole se cruzó con la suya. Tan pasmados se quedaron los dos que ninguno acertó a decir nada. Ella compuso el gesto con altivez y desprecio y salió del cubículo dirigiéndose hacia su febril acompañante, como si no le conociera de nada. Tom bajó la cabeza, salió del baño hacia la sala, y dirigiendo una mirada triste hacia el rincón, dejó en la barra un billete como pago por lo consumido y se marchó. Al día siguiente le esperaba un duro día de trabajo. 


FIN

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