sábado, 15 de febrero de 2020

* "La negación" - SUEÑOS EN RETALES (IV)


Hay personas con las que sueñas, pero sin embargo cuando te despiertas eres incapaz de recordar nada más que el hecho de haber soñado con ellas; ni qué sucedía, ni por qué estaba en tus sueños esa noche, ni siquiera si era interesante lo que soñabas o no. Es eso que yo en una novela denominaba: “personaje secundario neutro” pero que cuando formó parte de la mía, pasó temporalmente a convertirse en “personaje principal” sin hacer ruido.
Lo más llamativo de él era que nunca llamaba la atención.
 No era un chico que se distinguiera por tener un cuerpo robusto o una alegría contagiosa de esas que inundan un local al traspasar su puerta. Su modo de vestir tampoco incitaba ni siquiera a la crítica y, por supuesto, nunca le verías bailar en el centro de la pista, si acaso, moverse con poco ritmo, y más por las embestidas de los demás que por su propio sentido musical. Aunque alto y bien parecido, sólo notabas su presencia cuando se excusaba al empujarte ligeramente para llegar hasta la barra.


 Nos habíamos conocido en un encuentro fortuito en la biblioteca de la facultad.
-¿Vas a dejar ese libro? -le increpé casi con violencia ante la cola del mostrador de la bibliotecaria- Es que está muy solicitado y yo lo necesito. ¿Puedo quedarme contigo para que en cuanto lo devuelvas lo pueda coger yo?
-Claro, claro, no hay problema.
-Es que si lo dejas sin más verán que hay una lista de alumnos que están esperándolo y ya no me lo voy a poder llevar. De este modo la podré convencer seguro. Muchas gracias, no sabes el favor que me haces.
Ya entonces me llamó la atención la poca conversación que me dio mientras esperábamos su turno, reconvertido ahora en “nuestro”, no obstante me cayó bien. Me pareció simpático y me cautivaron sus intensos ojos negros, en los que no podías reparar si no le mirabas fijamente.
Prácticamente todas las mañanas me cruzaba con mi nuevo amigo “ojos negros”. O tal vez nos lleváramos cruzando varios cursos, pero nunca me había fijado en él hasta entonces. Su saludo educadísimo y sus buenos modales rayaban casi en la pedantería. Pero con el devenir de los días y la asiduidad de nuestros encuentros fue dejando que su humor, fino e irónico, se abriera paso ante mí, logrando desconcertarme por completo a la vez que me seducía del todo. Sin aspavientos ni grandes alocuciones por su parte, hablábamos casi a diario en nuestro ratito de biblioteca. Había días en los que su escasez de palabras me obligaban a extraerle la conversación cual sacacorchos humano, y conseguía que volviera sobre mis asuntos haciéndome dudar de si era realmente un chico interesante con una buena conversación, o solamente un buen chico con alguna que otra conversación interesante.
Por encima de todo lo que sobresalía en su personalidad era su pesimismo. Su visión del mundo y la mía confluían, si acaso, en el infinito. Cualquier triunfo en las actividades más cotidianas estaba alejadísimo de sus posibilidades casi que por designios divinos, y las perspectivas de un futuro halagüeño para él formaban parte de la inventiva literaria de unos cuantos. Por el contrario, consideraba que para los otros, el optimismo estaba justificado e incluso era necesario, y en mi caso además, inherente a mi persona. Pero siempre estaba dispuesto a un buen desayuno o a una cerveza en la cafetería con alegría y buen talante.
Y así poco a poco nos fuimos acostumbrando a vernos, a tratarnos, y en definitiva a estar juntos.
Yo echaba de menos los días en los que no venía a la facultad o que sus clases le impedían acudir a estudiar a la biblioteca. A veces me impacientaba esperando verle entrar mientras sacaba mis apuntes del día en aquella mesa común, en la que me distraía más de lo que me concentraba.
Porque las bibliotecas son espacios maravillosos para despistarse y dejar volar la imaginación.
De entrada puedes pasarte horas mirando a los trabajadores. Esos seres capaces de auto-controlar el tono de voz al máximo. Que tienen que pasar unas siete horas entre personas todas susurrantes, que conocen a la perfección todos los libros que se han ido acumulando entre estantes a lo largo de los años, y que poseen una memoria prodigiosa para incluso recordar aquellos que ya están descatalogados. Después puedes ir repasando uno a uno a todos los que tienes sentados a tu alrededor. Miras los libros que han cogido, te fijas en los cuadernos que llevan y los bolígrafos que utilizan y puedes perfectamente imaginar unas fantásticas historias sobre ellos tan fuera de lo común que podrían incluirse en cualquiera de los ejemplares que allí se encuentran. O por contra, hilar unas rutinarias vidas que desemboquen en aburridos personajes que pasan más tiempo allí que en sus casas porque no encuentran en el hogar el afecto que necesitan.
Pero mi imaginación no me entretenía lo suficiente para atenuar la ansiedad que sentía cuando mi nuevo amigo no venía a sentarse conmigo.
Mi pareja por aquella época venía a buscarme dos veces en semana al terminar yo las clases. Estábamos bien, empezando a conocernos el uno al otro. Una relación de hacía muy poquito, demasiado normalizada para mi repertorio habitual pero satisfactoria. Yo no pretendía por tanto enredarme en ninguna otra historia con nadie ni buscaba especialmente la compañía de ningún otro hombre.
 Él sabía perfectamente, porque yo misma se lo había comentado, que yo salía con alguien, pero una vez aclarado ese hecho, no volví a sacar el tema nunca más. No hablábamos de parejas y yo ni siquiera sabía si él estaba con alguien. Al menos no me lo había dicho, y si existía no se movía por esa zona.
La parsimonia le rondaba infatigable y le seguía por donde quiera que fuese acompañando a su característica tranquilidad, lo cual a primera vista podía hacerle parecer como una compañía aburrida, no obstante, no era para nada así. Los amigos con los que se relacionaba en la facultad, a la vez compañeros de piso, eran por supuesto muy similares a él y cumplían el patrón de “chico inteligente y aplicado con apariencia aburrida”. No diré que todos tenían ese trasfondo divertido como él; alguno había que era insultantemente soporífero y, a lo mejor, podríamos salvar de una posible quema imaginaria quizás a dos que daban más el perfil de auténticos universitarios a la caza de diversión a la par que a la de conocimiento.  Pero sin duda formaban un grupo peculiar.
Sus estudios de psicología nunca le sirvieron para entender en lo más mínimo el comportamiento de las personas que como yo, pongamos por caso, pasábamos los días en constante exaltación de la vida y en el ejercicio de vivirla con la mayor intensidad posible. Por eso, los días en los que se manifestaba a gritos su parte negativa y pesimista era difícil para mí mantener una postura de comprensión y empatía lo suficientemente positiva como para soportarle. Había ocasiones en las que su actitud victimista y de rendición absoluta ante las dificultades, encendían en mi interior ese “otro yo” salvaje e iracundo que todos tenemos y que, a veces con poco y otras veces con mucho esfuerzo, consigues acallar a diario. Y de ese modo, nuestras conversaciones, tan amenas otros días, pasaban a congelarse y a recortarse ostensiblemente cuando el desánimo se apoderaba de su cuerpo como un “alien”.
-No creo que pueda estudiarme todo esto en sólo un trimestre. Es imposible sacarse el curso así, y  pretender que esta materia entre en el examen. No da tiempo, además de que no tiene sentido plantearla desde este enfoque.
-Bueno, pues habla con el profesor y coméntaselo. Pídele una tutoría y le das tu enfoque
-Imposible. Este tío nunca atiende a razones de nadie.
-¿Es que ya has hablado con él en otras ocasiones?
-No, nunca. Pero ya sé yo que es así. No hay más que verle en clase para saberlo. Mejor no me presento y ya veré si puedo hacer algo en verano. Si es que yo no tenía que haber estudiado esto. Fue un empeño personal, pero no creo que haya sido una buena opción.
-Hombre, lo mismo te lo podrías haber planteado hace dos o tres años, no ahora en quinto.
-Pues no, porque la verdad es que era lo más cómodo para mí, por una cuestión de cercanía a la universidad, y a mí no me disgustaba. Al fin y al cabo mi padre era psicólogo y ya conocía yo un poco esta materia.
-Entonces no lo dejes así sin más. Ya que estás, busca alguna forma de solucionarlo.
- No la hay. Si me dedico a ello perderé tiempo de otras asignaturas.
-Pero al final tendrás que estudiarla en verano de igual modo, ¿por qué abandonar sin tan siquiera intentarlo un poco?
-¡Cómo se nota que en tu facultad lo tenéis todo ganado! Con razón sois tantos en clase. No es ni la mitad de complicado que lo mío.
Y era en esos momentos en los que su razonamiento se ofuscaba y se perdía en lo peyorativo, cuando yo deseaba no haberle conocido nunca.
Mis primeros intentos en esas batallas buscaban dialogar y entender. Después tenía que enfrascarme en argumentar que mis estudios también suponían esfuerzo y desacuerdos con el sistema educativo, aunque yo luchaba, o al menos intentaba luchar, contra lo que yo consideraba inútil o injusto.  Pero al final el único camino era levantarme y dejarle con sus malos pensamientos para evitar discusiones ilimitadas y desgastes de energía innecesarios.
En el fondo, daba igual el asunto. Cuando no eran los estudios, era la situación política del país, que no le convencía, o la mala organización del transporte en el centro, o la relación con su hermana. Porque cuando le poseía el espíritu de la negación, no había ninguna luz a la que poder seguir, ni ninguna manera de sacarle del embudo en el que él mismo se dejaba caer flagelándose con la imposibilidad de continuar con una vida normal, o decidiendo que él y sólo él era la persona más desafortunada del universo y nadie podría jamás imaginar ni en lo más mínimo por lo que estaba pasando.
Cuando se concentraban todas esas circunstancias yo dudaba de si verdaderamente me gustaba su compañía o por el contrario, había sufrido algún tipo de accidente cerebral que me había hecho verle anteriormente, como una persona encantadora. Llegaba a pensar, si quizás yo no era comprensiva y realmente no habría sabido entender su disertación. Pero tras varios tropiezos de este tipo, vi claro que su personalidad era aquella y que, o aprendía a tolerar esas ocasiones de angustia existencial, o no iba a ser capaz de mantener siquiera una amistad con ese chico que en sus días de discursos razonables conseguía ser para mí el centro del universo.
Empezamos a quedar para vernos fuera de la biblioteca. Por supuesto porque yo proponía los encuentros.
-¿Tomamos mañana el café en ese barecito nuevo que han abierto a la vuelta? Así vemos qué tal ha quedado.
-Vale, si te apetece, a mí me da lo mismo un sitio que otro. Pero no puedo entretenerme mucho o no llego a la tercera hora de clase.
Fue como lanzar una piedrecita a la orilla del mar, y quedarme esperando a que la devolviera la ola. Era un proceso lento. Había en sus palabras más ración de: “no sé si atreverme a pasar mucho tiempo contigo fuera de aquí”, que realmente un desmedido afán por atender a una asignatura que ya se le daba suficientemente bien.
A veces, cuando estando fuera de la facultad pasaban las horas y él era consciente de lo dilatado de nuestros cafés, y de lo que disfrutábamos juntos, se incomodaba tanto que de repente perdía el hilo de nuestra conversación y se extraviaba en algunos pensamientos de los que era ya imposible sacarle. De modo que llegados a un punto de silencios, tan incómodos que revertían la tarde en un pesado saco de aburrimiento inmenso, yo optaba por despedirme y desaparecer, antes que terminar hastiada de su compañía.
Pero yo empezaba a notar día a día una necesidad de estar con él mucho mayor, y según una íntima amiga, mucha más gente alrededor también se había dado cuenta, incluyendo a mi novio, claro. Quizás porque me pasaba los días hablando de las cosas que me contaba, y de si hacía esto o aquello, o enfurruñada por ese carácter que me descolocaba por completo, aunque todavía yo no quisiera reconocerlo abiertamente.
Yo percibía igualmente en él un creciente interés por mí, o al menos por crear más situaciones en las que estar largos ratos conmigo, pero también un poco de desasosiego, que asomaba a sus ojazos negros cuando me marchaba al final de alguna de nuestras tertulias y me veía salir con mi novio. Sin embargo siempre estaba reticente a que sus sentimientos traslucieran, aunque su actitud hablara con claridad por él. Y habría jurado que en alguno de esos momentos, el amago de un beso de despedida se quedaba atrapado en algún rincón de su cuerpo.
No podría decir exactamente por qué me gustaba tanto estar con él. Me encandilaron sus ojos desde un principio. Había conocido si acaso tres personas, contándole a él, con los ojos negros de verdad. Negros, que no marrones. A veces me quedaba mirándole largo tiempo y no era capaz de apartar la vista de sus ojos. Pero también me seducía su sonrisa. Cuando sonreía se le formaba un hoyuelo en el lado izquierdo, cerca de la comisura de la boca, que era muy interesante.  Pero sobre todo me encantaba su forma de explicar las cosas, la ironía de sus comentarios divertidos, y el entusiasmo que ponía en aquellos temas que sabía que controlaba a la perfección.
Cuando por fin un día me paré a pensar en toda aquella historia, y a reflexionar en lo que de verdad quería, ya me había enamorado por completo. Estaba tan enganchada a él que no pude inventarme ninguna otra excusa para romper con mi novio.
Una vez resuelto ese obstáculo ya podía dedicarme por completo al nuevo hombre de mi vida, ya que iba a necesitar de toda mi energía para ello.
En los días posteriores a mi ruptura no le comenté nada sobre el tema. Lo dejé pasar esperando que él mismo pudiera adivinarlo. Me propuse estar más tiempo con él y averiguar si realmente era un hombre sin compromiso o por el contrario ocultaba alguna pareja. Pero no era capaz de deducir nada ni me atrevía a preguntarle directamente.
Yo procuraba no faltar nunca a la hora del café, y ya los miércoles le proponía alguna salida nocturna para el viernes o el sábado. Era importante ir avisándole con unos días para que pudiera ir formando en su cabeza el esquema de vida correspondiente y nuestra cita de fin de semana no fuera un imprevisto para él, lo cual habría supuesto un gran inconveniente en su estructurada vida.  Las primeras semanas mis tentativas no ofrecieron ningún resultado positivo. Siempre había alguna excusa para no quedar conmigo. Sin embargo nuestra rutina evolucionaba favorablemente y eran muchas más las horas que pasábamos juntos, pero siempre de día y al resguardo de la multitud.
Hasta que por fin se decidió.
-¿Nos vemos el sábado y tomamos algo para cenar por ahí? -me dijo al irme para casa.
                -¡Estupendo! ¿A qué hora te viene bien?
                -Te paso a buscar a las diez y nos vamos para la zona del centro si quieres, que conozco unos barecitos muy interesantes.
De repente fue como si aquellas palabras que salían por su boca no las estuviera diciendo él sino que sonasen reproducidas desde alguna grabadora escondida en el bolsillo de su chaqueta. Había desmontado en medio minuto toda mi teoría sobre su falta de iniciativa y su temor a estar en la calle y de noche conmigo. ¿Quién era ese nuevo chico de  ojos negros?: pues el que yo estaba esperando y deseando conocer.
Pasamos una noche muy divertida recorriendo bares, tomando cañas, y charlando animadamente sobre temas muy variados.
-¿Tú ya no estás con nadie, verdad? –me preguntó en mitad de una conversación sobre nuestras respectivas hermanas.
-¡Pues no! Pensaba que no te habrías dado ni cuenta. Mira, la cosa ha sido…
-No, no quiero que me cuentes detalles. Sólo dime si has sido tú la que has roto.
-Sí, he sido yo.
-Pues me alegra mucho oírlo.
Giró la cabeza hacia otro lado haciendo como que se interesaba por unos chicos que entraban en ese momento alborotando mucho, y ya no me dijo nada más.  Se hizo el silencio y el frío se instaló en aquel bar congelándonos a todos los que estábamos allí presentes. De repente ya no había diversión, ni nada de lo que charlar. Y teniendo en cuenta que para él había sido una buena noticia, mi cabeza no acertaba a procesar aquel momento de profunda negación de lo evidente. Quedaba patente pues quién tendría que terminar aquella conversación.
-Pero, ¿qué pasa? ¿No vas a decir nada más?
-Perdona, pero ¿qué quieres que te diga?
-Tienes que decirme lo que sientes. ¡Quiero que me lo digas! No puedo más con esta especie de amistad que llevamos a cuesta, como si fuera una carga, más que como lo que es.
-¿Y qué es?
-Es una relación mucho más importante que una simple amistad. Por supuesto para mí y por eso he roto con mi pareja. Y creo que para ti también es algo más.
-Pues claro que lo es, pero no puede serlo. No funcionaría.
-Por supuesto, no había caído yo en que ahora saldría a la superficie ese lado tuyo tan negativo.
-No es eso. Es que estoy seguro de que no va a salir bien. ¡Yo no sé hacer que las cosas salgan bien!
-¿Y tú, no tienes pareja, verdad? -era el momento de ir directa a mi duda.
-Pues no, ahora no.
Y sin saber si serviría para algo, o incluso si me correspondería me lancé a besarle con toda el ansia y la pasión que tenía encerradas en mi cuerpo. Al fin y al cabo esa ha sido siempre la única forma de averiguar si realmente alguien te importa tanto como crees, y sobre todo la única forma de comprobar si ese alguien siente algo por ti. Al menos eso decía una amiga mía muy inteligente.
-¡Desde luego que puede salir bien! ¡Tú me quieres! -dije apartándome y sabiendo que aquel beso había significado mucho más que un simple beso.
-Yo no sé manejar situaciones como estas. Nunca he tenido éxito en mis anteriores relaciones y siempre ha sido por mi culpa. Por mi forma de ser, por mi falta de empatía con mis parejas. Por este carácter que me vence y me domina.
-Bueno, pero no tiene por qué sucederte siempre lo mismo. Cada persona es única y diferente y puede que lo que no consigas con una lo puedas llegar a conseguir con otra.
-¿Y si vuelve a salir todo mal? ¿Y si te hago sufrir, y si perdemos el tiempo intentando llegar a algo más? Me gustas demasiado como para hacerte sufrir tanto.
-¡No puedes cerrarte a experimentar! ¡No puedes evitar querer a alguien!
-Pero puedo evitar perderlo todo. Puedo evitar destrozar esta relación de amistad que me hace tan feliz. Puedo evitar un final absurdo de reproches y resentimientos.
-No. No podrás evitar nada de eso. No podrás porque sucederá todo lo contrario, y no podrás porque si no arriesgas no seré yo la que siga a tu lado. Aunque lo que no podrás de ningún modo es evitarme si de verdad te importo. Si no quieres apostar por mí, no seré yo la que continúe esta farsa de fingida amistad y educada camaradería, aunque continúe a tu alrededor, en tus días y en tu rutina. No tiene sentido abandonar antes de probar.
-Tuve una experiencia muy mala la última vez. Yo no puedo cambiar mucho más aunque me lo proponga. Un día estando a mi lado, descubrirás que no puedes con mis manías y no entenderás por qué le doy tantas vueltas a los problemas o por qué no soy capaz de sobreponerme a un tropiezo. Y entonces no sabrás por qué estás conmigo y terminarás odiándome. No puedo hacerte eso.
Reconozco que estuve tentada de levantarme como había hecho en otras ocasiones y dejarle en aquel bar rumiando aquella desesperación imaginaria, tan anticipada a un futuro que aún no veíamos ni acercarse. Pero no quise caer en su red. No quise darle la razón tan pronto, ni demostrarle que sus temores se cumplirían antes de empezar nada. Así que volví a besarle. Y volví a sentir que se dejaba llevar. Que me seguía en un intento de iniciar algo más que contacto físico.
-¡Llévame a tu casa!¡Déjame convencerte de otro modo!
No pudo negarse a aquella petición.
Pero no volvimos a hablar del tema, ni tan siquiera por la mañana cuando, recogiendo mis cosas, me preguntó si podía llevarme de vuelta a mi casa. No tenía sentido alimentar ese bucle que se estaba formando como un huracán dentro de su cabeza. Sin embargo había sido una noche maravillosa.
La vuelta aquél lunes a la cafetería fue como algunas otras veces, complicada. Nos pedimos un café y yo intenté hacer que la naturalidad estuviese allí con nosotros. Pero él no quiso apenas rozarme. Si en otras ocasiones las palabras divertidas fluían entre uno y otro cuando estaba de buen humor, aquél desde luego, no era el día. Estaba de nuevo apesadumbrado.  Enredado en esos días terribles, en aquellos días grises en los que no había luz al final de su camino. En los que sus ojos negros sólo eran un reflejo triste de su interior.
-¿Qué tal estás? ¿Has descansado bien? ¿Tienes muchas horas de clase hoy?
-No, la verdad es que estoy fatal, porque no he podido dormir. Estuve terminando de estudiar unas cosas y me desvelé totalmente. Me encuentro agotadísimo. No creo que aguante hasta la comida, me iré antes.
Decidí respetar aquel luto voluntario y no insistir en nada. Intentaría dejarle un espacio y un tiempo para la digestión de todo lo que había sucedido el sábado. Pero poco. Una vez traspasada la frontera ya no había vuelta atrás. Nada podría ser como antes y yo estaba dispuesta únicamente a seguir adelante. Yo quería estar con él, mantener una relación de pareja normal: salir, entrar, ir de la mano, vivir... Aunque ya estaba viendo muy claro que él no avanzaría.
Al cabo de unos días y sin haber vuelto a hacer ningún comentario sobre nuestra relación, las cosas siguieron su curso habitual y volvimos a nuestras cañas y nuestras charlas sobre otras cuestiones. Y lo dejé pasar, esperando que él solo fuera madurando aquella nueva situación.
 Y aunque nuestras circunstancias no terminaban de tomar ningún rumbo definido, quedamos de nuevo otro fin de semana, para vernos y estar juntos fuera de aquel contexto estudiantil tan protector.
Y entonces, en esos momentos, todo funcionaba a la perfección: estábamos muy bien juntos, nos divertíamos, nos entendíamos y nos queríamos en la intimidad de su cuarto sin problema alguno.
Pero tras varias semanas así, ya no pude aguantar más.  
Y volví a tropezar con la misma piedra.
-¿Quedamos este viernes?-me dijo él
-¡No! ¿Para qué? ¿Para tener un espacio donde comportarte tal y como eres? ¿Para seguir aparentando que estamos bien así? Puede que tú lo estés, pero yo no. Ya te lo advertí la primera vez: esto ya no es una simple relación de amistad. Yo quiero más y tú te encuentras muy bien cuando fingimos que tenemos algo más a escondidas, a ratos. Pero luego, siempre, delante de todos actúas como si entre nosotros no existiera nada más profundo. ¿Por qué? ¿No quieres un compromiso? Pues dímelo.
-No es así, creo que confundes las cosas. No sé qué es exactamente lo que siento, ni lo que hacer con ello, pero estamos muy bien y somos felices así, ¿no? Eres una amiga muy especial para mí y me tienes para lo que quieras. ¿para qué quieres cambiar esto?
-Porque yo no quiero tener un amigo más. No quiero una parte de ti. Lo quiero todo. Si no encuentras en tu interior una razón por la que estar conmigo a tiempo completo es mejor dejarlo. Nos veremos porque es inevitable, pero no voy a seguir así. Cuando creas que sabes lo que quieres y sobre todo, cuando decidas que puedes intentar arriesgarte en el amor como todo el mundo búscame. Mientras, no.
Y allí se quedaron sus ojos negros, renegando de aventurarse en lo desconocido y hundidos en la incertidumbre del porvenir.
Y el curso acabó para los dos.

Son estos razonamientos, para mí complejos, o los incongruentes pensamientos de algunas personas los que no he acertado nunca a comprender. Hay tantos problemas reales que afrontar en la vida, que cuando alguien en su cabeza no puede evitar plantearse muchos que aún no han tenido lugar, e incluso luchar contra ellos en su interior, es mucho más difícil para los que no estamos ahí ayudar a resolverlos, llegarlos a entender o poderlos asimilar.
Sólo te queda esperar a que se pase ese sentimiento agridulce de haber vivido en una quimera, de haber tenido un espejismo, de haber sido brevemente feliz con alguien que nunca quiso pasar a ser protagonista de tus  sueños.

FIN

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