lunes, 26 de agosto de 2019

* Esperando junto al mar

   


Me he sentado a esperar
que pase la resaca,
que se acomoden las piedras y las algas
que el mar dejó revueltas, luchando, en la orilla.

   Entré a nadar en un día claro
con el cielo azul,
el mar en calma,
y la brisa suave,
tentada por el calor y el sol.

   El agua cristalina me dejó ver el fondo,
reconocer mis propias pisadas,
dar lentas brazadas hacia el horizonte
y dejarme llevar por una ligera corriente.
Pude flotar acunada con dulzura,
cerrar los ojos y sumergirme en paz
olvidando la playa y el tumulto.

   Hasta que el viento empezó a soplar.

   De la nada surgieron negras nubes
y la luz se fue.
El terso fondo de arena se transformó en movedizo fango,
la espuma de las olas enfadadas creció a mi alrededor
y mi cuerpo fue vapuleado por un medio repentinamente hostil.
Di vueltas y vueltas en un abismo oscuro
que desconocía,
que me impedía salir a la superficie,
que codiciaba solo arrastrarme.

   Este adorado mar me ha escupido desde sus entrañas
y me ha abandonado, azotada, en su margen.

   Sin apenas fuerzas ni control
y por completo abatida
he logrado subir a estas rocas
donde permaneceré toda la noche,
donde aguardaré que la tormenta amaine,
donde dejaré secar mi pelo y mi piel;
y mañana,
cuando el temporal se aleje,
aunque solo sean unos minutos,
me acercaré sin prudencia ni temor
y me volveré a zambullir en su inmensidad.


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