entoldando los cielos con nubes de tormentas estivales
y se derriten las esquinas de las calles con un viento cálido
que huele a descanso y a tierra mojada.
Palmean las verdes hojas en los árboles
al paso rápido de las gruesas gotas de lluvia
que, curiosas, se entrometen por las ventanas abiertas
salpicando rutinas y espabilando siestas.
A lo lejos, los truenos persiguen su luz predecesora
acercándose cada vez más, haciendo temblar cimientos
mientras el aire se hace fuerte, transformándose en recio vendaval
que serpentea arriba y abajo por las aceras.
La luz de San Juan se ha marchado y ha obligado
a prender inesperadas luminarias en los sombríos hogares,
ahora frescos y agitados, que aliviados del sofocante bochorno
y, extasiados con el aroma, contemplan una tormenta más.
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