miércoles, 9 de agosto de 2017

* "El hotel" ( y parte II) - RELATO ERÓTICO


         Cuando abrí la puerta acababa de terminar con una larga ducha reparadora. Sólo había tenido tiempo de envolverme el pelo con la toalla del lavabo y apretarme bien contra el pecho la grande de baño que se empeñaban siempre en colocar en una repisa demasiado alta para mi. No esperaba a nadie en concreto pero confiaba en que fuera él, ¡deseaba que lo fuera! Suponía que haberme encontrado a su mejor amigo el día anterior habría sido suficiente para evitarme tener que pedirle que viniera corriendo a verme. Y eso es lo que debió hacer porque su aspecto, con cierto aire enfermizo y desaliñado, reflejaba que no se había parado a pensar en arreglarse en ningún momento. Aunque a mí eso me daba igual. Para mí estaba tan atractivo y encantador como la primera vez. La primera vez que me miraron sus ojos negros; el primer beso adolescente y nervioso; la primera vez que hicimos el amor, tan maravilloso como si nuestros cuerpos hubieran sido fabricados para  encajar el uno con el otro. Ni pude ni quise evitar que notara la felicidad que me embargaba, pero me habría gustado que al menos me hubiese encontrado maquillada, o vestida con esa ropa interior carísima que me había comprado especialmente para este encuentro.

         Le dí un beso en los labios y le invité a pasar. Comenzamos a charlar y parecía que no hubiera pasado el tiempo entre nosotros. Si acaso unas horas en las que él hubiera tenido que salir a alguna incómoda gestión y que le traía de vuelta un poco fatigado. Con él todo era sencillo, nunca había lugar a los reproches, ni a las preguntas que nada solucionarían. Todos nuestros problemas, los individuales, pero también los comunes, desaparecían. Algo que no sucedía con mi excitación, tan difícil de contener como simple de disimular.
         Hablamos del trabajo y las respectivas familias, mientras se bebía una cerveza del minibar y conseguía relajarse sentado a los pies de mi cama, en la que yo ya habría deseado tenerle tumbado y desnudo. Fue al darle el vaso y tocar su mano cuando un dulce estremecimiento me recorrió la espina dorsal y sé que él también pudo sentirlo por la forma en que levantó la cabeza para mirarme. El amante que idolatraba aún seguía dentro de aquel cuerpo. Empecé a arreglarme un poco y a peinarme, argumentando que tenía que salir a comprar antes de una inexistente reunión de trabajo que me esperaba, y que aproveché para invitarle a refrescarse para así de paso acompañarme. Me estaba costando más que nunca no echarme en sus brazos sin pensar.
         Como si la vida nunca hubiera puesto obstáculos diversos entre nosotros nuestra conversación continuaba fluida como si nada. Lo cotidiano se instalaba entre los dos sin reparar en la anónima habitación de hotel que nos rodeaba ni en la realidad de cada uno. Mis manías, mi recelo a enamorarme aún más, mi miedo a enfrentarme al fracaso, al abismo de una dicha conjunta, todo se iba derrumbando a medida que su voz cabalgaba entre una frase y otra. Y mi corazón, junto a mi piel, iban quedando expuestos a su voluntad cualquiera que fuese.
         Enseguida entendió que mi sugerencia a ducharse estaba encaminada a ir preparándose para mí, para nuestro encuentro sexual. La actitud de su cuerpo había reemplazado a la que traía cuando abrí la puerta. Se había vuelto más desafiante: había erguido la espalda, la cabeza ladeada con picardía, su mirada aún más penetrante de lo habitual y su erección sin disimular e incontrolable. Su seguridad rompía en mis ojos e iba a hacer estallar la tormenta.
         Sus palabras perseguían mis pies desnudos por la habitación, mientras allí sentado, riéndose y charlando de todo y nada, conseguía que mi nerviosismo aflorase y que mi temperatura interior subiese hasta el límite. Sé que ya buscaba mi cuerpo por debajo de la toalla y, muy sutilmente, fui capaz de soltarla un poco para que mis piernas quedaran más al descubierto con algunos movimientos. La tensión erótica entre nosotros era muy evidente, y aunque me gustaba dilatar los momentos previos, porque aquello formaba parte de nuestros preámbulos amatorios, esta vez no iba a poder aguantar mucho más este juego. Notaba la humedad en mi sexo, mis pezones comenzaban a excitarse contra el algodón de la toalla, y mi boca necesitaba imperiosamente los lametones de la suya. ¡Pero no! Le presionaría un poco más. Quería que cuando me tocase fuese con mas ganas que nunca, con apetito animal. Así que decidí esperar a que se pusiera cómodo.
          Le dejé la intimidad necesaria para que pasara al baño. Al otro lado de la puerta, escuchaba el ruido de la ducha con los ojos cerrados, visualizando cada gota de agua al deslizarse por su pelo, por su espalda ancha, por sus glúteos duros, y confiando en que el sonido de la misma me contase algo nuevo de aquel hombre que no podía quitar de mi pensamiento, estuviese donde estuviese. Siempre decidida a cortar esta relación y siempre regresaba a sus brazos a la más mínima oportunidad. Alcé la voz y volví a la carga con una conversación frívola y sin especial interés. Me quité la toalla y me tumbé en la cama a esperarle. Me levanté, me la puse otra vez y me senté en el sillón. No sabía si esperarle para que me atacase o prepararme para saltar sobre él. Las palabras que iba diciendo sonaban incoherentes en mi cabeza mientras decidía de qué forma sorprenderle más.
          Hacía unos minutos que había cerrado el grifo. No pude contenerme más. Tantos meses sin vernos pudieron con mi maniático control y salí corriendo a abrazarle y besarle con locura y desesperación tras desprenderme de nuevo de aquella barrera blanca. Y el huracán regresó. Su boca me acorraló contra el marco de la puerta y de ahí al suelo para penetrarme y darme todo el placer que había guardado con celo para mí desde hacía mucho tiempo. Disfrutamos y nos reímos en la cama. Tuve todo su cuerpo bajo mi lengua hasta que me sacié, para seguir teniendo un orgasmo tras otro. Me senté sobre él en el pequeño sillón  junto a la tele y le tuve sometido a la voluntad de mis caderas hasta que el éxtasis nos lanzó de nuevo al suelo para poder acariciarnos con libertad y continuar amándonos. A ratos a gritos, a ratos en silencio. Con suspiros y gemidos. Con risas y lágrimas. Horas de desenfreno y pasión, de juegos de manos, de sexo divertido. De beber su sudor, de comerme sus ganas, de buscar posturas nuevas donde sentir su miembro grande y duro aún más dentro de mi. De sucumbir a sus manos, a su lengua... a su amor.
          Sonreí al recordar que había podido dejar resueltos todos mis asuntos laborales el día anterior y que podría quedarme acurrucada sin problemas junto a su cuerpo el resto del día. Desnudos, charlando, riendo, habitando nuestro micromundo feliz. Las cosas que nos habían unido a lo largo de la vida seguían estando ahí. Y esas eran suficientes para llenar de dicha esa habitación y tantas otras que seguro nos quedarían por ocupar. Y sin preguntas, sin rencores, sin intenciones de nada más porque entonces todo se desmoronaría. Al menos hasta la vuelta a la realidad. Su inexorable marcha cerraba otro apasionado capítulo y la vida ni siquiera insinuaba una fecha para el siguiente. Vuelta a  esperar. A esperar a que los cometas se alineen en el cielo, y a que el eclipse oculte la verdad de mis días para aprovechar la oscuridad de este mundo difícil y seguir su luz como una pequeña polilla. Porque eso es lo único que todavía me salva de mi misma.

FIN


2 comentarios:

  1. Esto de los relatos de hotel se te da bien.
    Habla con algunas cadenas.

    :-))

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Anda, que hasta ahora no había visto el comentario!!! Lo pensaré ;)

      Eliminar

¡Cuéntame qué te ha parecido!

Mi salamandra más especial

Mi salamandra más especial

¡Comenta desde aquí con otros miembros!

Advertencia legal

Todos los textos están depositados en el Registro General de la Propiedad Intelectual. Los relatos bajo el epígrafe M-007008/2014 y los poemas bajo M-007030/2014.