lunes, 18 de mayo de 2020

* ENCERRADA

       


     Confinada, encerrada en el dormitorio, como una adolescente  que se esconde para hablar con su novio o con las amigas, y que espera su turno de televisión para ver programas de música o películas en versión original. Frivolidades imprescindibles en un momento de tensión, donde las prioridades están tan alteradas como las emociones. Porque un día todo es llorar, pensar que estás viviendo una película de ciencia ficción, estremecerte con las noticias, o sentir la pérdida de un ser querido, y otro, sin embargo, todo son risas, aliviar la carga con humor, e inventarse un bienestar inexistente. Las montañas rusas, las hormonas, los sentimientos… todo uno. Y en mitad de los extremos la realidad. Pero la realidad individual, la mía. No la de la sociedad que sufre de cerca algo desconocido, o la de la que lucha contra algo que no percibe ni a kilómetros, sino solamente mi momento vital. Un inesperado y largo instante colgando del limbo de aquella rutina lejana, como de un gran entramado de cuerdas que cruzan de mástil a mástil una azotea, en el que hubiera ido tendiendo mis asuntos con pinzas endebles y mohosas. Cuestiones pendientes de resolver que se revuelven cuando el viento arrecia mientras se encuentran expuestas constantemente a la lluvia. Hasta que se mojan. Y entonces comienzan a chorrear miedos, dudas, esperanzas, ilusiones… de nuevo todo uno. Días de aislamiento, de tomar distancia de cada cosa para interiorizarlas aún con más intensidad. Una introspección, suplicada en un pasado reciente que, sin embargo ahora, además de no ser querida también es rechazada, aniquilada con un golpe seco por los acontecimientos que castigan al corazón. Pero solo queda aprender a esperar, otear el horizonte de vez en cuando hasta ver bajar la marea, y descubrir una orilla limpia donde puede que queden restos de todo lo que sentimos una vez, de todo cuanto acumulamos en clausura forzosa. Yo ese día solo querré nadar. Nadar en paralelo a la playa para no perder de vista lo que aún me ate a tierra, pero lo suficientemente lejos para que se haga pequeño mientras yo encuentro un espacio amplio donde dar brazadas y respirar. 

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