domingo, 27 de enero de 2019

* NOCHE DE VIERNES




-¡Hola Mario, ya estoy aquí!
-¿Y que tal se plantea la cosa?
-Pues tranquila. Ahora en un rato se van a ir ya, y seguro que la pequeña se queda acostada.
-Entonces dame un toque cuando termines con el monstruo. Si quieres puedo bajar a hacerte compañía.
-Perfecto porque no he traído hoy nada que leer y ya sabes que aquí no tengo siquiera televisión. Será muy moderno y progre para ellos pero para mí es un aburrimiento. Se me hacen eternas las horas.
-Bueno, pues entonces espero tu llamada.
-¿Y por qué no te bajas ya? No va a pasar nada.
-No, no. No quiero que tengas problemas por mi culpa. A ver qué van a pensar.
-Pero si te conocen de sobra. ¡Eres su vecino!
-Ya, pero no saben cuánto nos conocemos tú y yo. Y van a creer que vamos a estar a otra cosa.
- ¿A qué cosa?
- A la que tú quieras o a lo que tú me pidas.
-No empieces anda. Venga, luego te llamo.


Las noches de los viernes son noches de fiesta para mis amigas, pero no para mí. Porque yo soy canguro. Cuido niños. Y justo cuando tengo ganas y tiempo para divertirme y desconectar del instituto no me queda otra que venir a trabajar. Pero ahora mismo es lo único que tengo, y necesito el dinero. No puedo estar dependiendo de mis padres para todo. Así me manejo más a mi aire. Muchas veces aprovecho para estudiar, sobre todo en época de exámenes. Los niños son pequeños. Dos: niño y niña. Se acuestan pronto y no suelen dar guerra. Es raro que se despierten, aunque a veces el mayor todavía se hace pis. Pero en ocasiones las noches se me hacen muy largas. Me quedo dormida en el sofá, leyendo o pensando. Lo mejor de todo es que tengo un amigo en el piso de arriba. Casualidades de la vida. Un compañero del instituto. Es dos cursos mayor que yo. No está nada mal, y es un encanto conmigo. Es muy divertido y muy charlatán. Me lo había cruzado en la escalera una de las primeras veces que vine y se había comprometido a pasar a verme. Ya cumplió su palabra y hace quince días que echamos un ratito muy bueno los dos charlando. No había quedado para salir con sus colegas y fue tan amable de entretenerme las cinco horas que estuve aquí. Yo creo que le gusto, pero como es tan bromista no me queda del todo claro. Aunque yo no quiero nada con él. Al menos nada serio.
Llaman a la puerta. Debe ser él porque hace unos diez minutos que le llamé. En cuanto acosté al mayor.
-¿Qué tal? ¿Todo controlado? ¿Paso?
-Sí, todo perfecto y tranquilo. Pasa.
-Te he traído algo para picar y unos refrescos.
- No tenías que haberte molestado, ya sabes que puedo coger de la cocina lo que me apetezca sin problemas.
- Bueno, pero así te lo vas a comer mucho más relajada. Venga, ¿cenamos?

Yo le miro cuando habla, mientras me cuenta ese millón de cosas que hace a diario, o sus aventuras con los amigos, y aunque le estoy escuchando, estoy más pendiente de sus gestos. Me gusta observar los detalles: cómo mueve las manos incansable, las diferentes expresiones que su cara es capaz de conseguir en una sola frase para darle más énfasis a lo que está contando, o cómo se va arrimando poco a poco hacia mí.
-¿Te aburro mucho? Si es así, tú me lo dices sin miedo. Es que llevas ya un buen rato sin abrir la boca, y estoy yo aquí dale, que te dale venga a contarte mi vida.
-No, no, para nada. Es muy divertido todo lo que estás contando. Me sorprende que puedas enlazar tan rápido los temas. Yo casi nunca sé de qué hablar.
- Pues tú pregúntame lo que quieras y ya verás como tengo seguro algo que decir sobre eso. Sobre lo que sea.
-Sin embargo a mí, si no me interrogas acerca de algo muy concreto que quieras saber de mí, no sabría qué contarte. Yo no tengo habilidades para mantener conversaciones de besugos. De esas que se tienen por hablar, en la peluquería, o en un ascensor.
-¿Eso es lo que soy entonces, un besugo? –me dice bromeando.
Y sigue comiendo y hablando, sin darme tregua. Me gusta. Cuanto más habla, más me gusta. No me había fijado en el hoyuelo que se le forma al reir, ni en el verde oscuro de sus ojos. De hecho habría jurado que eran marrones. Yo sonrío todo el tiempo y él me mira fijamente.
-Voy a asomarme al dormitorio de los niños un momento. Al fin y al cabo tengo que estar pendiente que para eso estoy aquí.
Cuando vuelvo, él ya ha recogido la cena y ha limpiado todo. Y está en el salón, con una música de fondo que ha encontrado entre los discos que hay en el mueble. No los había oído nunca. No sé quiénes son.
-¿Y cómo es que no tienes novio?
-Pero bueno, ¡qué cotilla eres! ¿A ti qué te importa?
-Es que eres muy interesante.
-¿Interesante? Me habían llamado muchas cosas, pero nunca eso. Si además, apenas me conoces. Ni siquiera me has dejado hablar lo suficiente como para conocerme.
-Por eso eres muy interesante. Eres muy atractiva, me pareces enigmática y muy seria. Y eso me gusta de ti. ¿Te puedo besar?
A lo mejor mi sorpresa vino porque nunca ningún chico había sido tan directo conmigo. Pero me encantó que él lo fuera. No creo que si hubiese sido más convencional hubiera conseguido algo, pero me sorprendió tan gratamente que le dije que sí.
Y le dije que sí a ese beso y a todo lo que vino después. ¡No puedo ni creerlo!. Si alguien llega a decirme esta mañana en el instituto que mi aburrida noche de viernes iba a terminar así, seguro que todavía me estoy riendo. Y parece que el destino estaba de nuestra parte porque los niños ni lloraron, ni me llamaron, ni nada.
-¿Y ahora qué? Tendré que hacerme tu novio. Es lo menos que debería hacer, ¿verdad?
-Oye Mario, que a mí me gustas mucho, pero que no hace falta. No tienes obligación.
-Claro que no. En principio eso era lo que yo pensaba hacer: voy a ver si me la tiro y luego ya me largo. ¿En serio crees que soy así?
-Bueno, no sé.
-Pues no. Yo quiero intentar algo contigo. Ya te dije antes que me pareces una chica muy interesante. Así que si tú quieres podemos seguir conociéndonos.
-Pero ya sabes que yo paso los fines de semana casi siempre aquí. No es muy divertido, ya lo has visto.
-¿Cómo que no? A mi me ha parecido una noche de lo más excitante y divertida.

Así que ahora, cuando me llaman para pasar las noches de los viernes con los niños no me agobio. Al revés, me entra una alegría infinita. Porque sé que Mario va a estar acompañándome toda la noche. Nos pedimos algo rico de cenar y unas veces me ayuda a estudiar y otras, pasamos el tiempo como mejor se nos ocurre. Por tanto, espero poder conservar este trabajillo varios años más y pasar muchas más noches de viernes acurrucada con mi novio del instituto y vecino de fines de semana en el sofá.


FIN

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