Llegó
despacito, acariciando los alrededores, rastreando el acceso al interior y
atravesó el espacio húmedo que la llevaría al deseado escondite. Allí estuvo lamiendo
con decisión y avaricia. Pero una vez alimentada de mis ganas, y habiendo bebido
mi desbocado éxtasis, emprendió la retirada hacia otros rincones que le
deparasen placeres aún mayores. Y no volvió.
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