Vuelven
a dejarlos debajo de su cama. Aunque
ya nada vuelva a ser igual. Aunque ya les hayan roído por dentro. Después de
casi no digerirlos, de comerlos con la nariz tapada, hay que volverlos a su
lugar. La vida debe seguir. Los habían sacado a hurtadillas, a espaldas del
miedo y sin querer despertar a sus padres. Pero la necesidad de saber, de
confirmar temores e intuiciones les
había dado el valor. Sospechas amortiguadas durante años. Y allí los habían
encontrado, amontonados, semienterrados entre pelusas y años de desconfianzas. Secretos
inconfesables. Amores y asesinatos, antiguas cartas reveladoras ahora
escondidas en sus corazones.
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