escondida entre magma y lava,
aislada en la soledad del último ser humano.
Pretende escuchar pensamientos,
hilar palabras y frases con cadencia,
ritmo y armonía.
Pero el eco del mundo resuena,
rebota y alcanza el interior.
Llegan los gritos, los cantos,
los discursos, los rezos,
las riñas, las risas,
la vida.
Y los sentimientos se dispersan.
Huyen las historias, los mensajes;
escapan los vocablos y los dichos,
los adjetivos y los verbos.
Y se deshacen las ideas,
las intenciones se evaporan.
Hay que llegar más lejos,
internarse más,
hundirse más,
recluirse en galaxias ajenas,
en constelaciones vírgenes.
La única solución será apartarse,
fugarse, escabullirse,
o quizás diluirse,
disolverse entre los materiales
y transformarse.
Desintegrarse y dejarse arrastrar.
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