miércoles, 6 de noviembre de 2013

* La traición del lenguaje - REFLEXIONES

Aún siendo un tema muy manido y del que se sabe todo lo que hay que saber a nivel usuario (de calle) o a nivel profesional (lingüistas) no puedo dejar de comentar cuánto me llama la atención el uso que hacemos a diario del lenguaje y cómo eso traiciona nuestro subconsciente y revela lo que verdaderamente pensamos y queremos decir por mucho que intentemos adornarlo con palabras políticamente correctas.


Así por ejemplo me hizo esbozar una sonrisa irónica la última noticia que escuché dada por la dirigente de una gran ciudad. Anunciaba un cambio en una ley empezando por las palabras “he decidido” y en ningún momento utilizó ningún plural ni tan siquiera de cortesía. No soy experta en política y menos en lenguaje político, pero creía que las decisiones en ese ámbito se tomaban de forma colegiada y se anunciaban como decisiones de grupo, o de partido. Sin embargo en ningún momento en toda la noticia hubo ningún asomo de explicar que se hubiera consensuado o valorado el asunto entre varias personas. Me pareció revelador de la personalidad de dicha política.

Otros ejemplos de palabras traicioneras de andar por casa los encontramos en esas personas que utilizan los posesivos con demasiada asiduidad, así como el verbo siempre en primera persona, incluso, y ese es el matiz, cuando hablan de cuestiones comunes. Esto sucede con mucha frecuencia en algunos grupos de trabajo, en los que descubriremos la verdadera implicación de cada trabajador según el uso que éste haga de los pronombres posesivos cuando comente algo acerca de la empresa en la que trabaje. Y así se referirá a un trabajo común con un posesivo de primera persona, haciendo suyo lo que tenga encomendado incluso a partes iguales con otros compañeros. Este uso del lenguaje nos descubrirá a esas personas de las que comúnmente se dice que “van a heredar la empresa”. De este modo se les puede oír comentar: “tengo que pagar esto..”, “me van a hacer este arreglo…”, “puedo contratarte tal o cual…”. Expresiones que dejan entrever cierta querencia por una empresa que en la mayoría de los casos, no es suya.
Por otra parte otro absurdo lingüístico que siempre me enerva es  escuchar cómo alguien pretende dar una orden omitiendo el sujeto de la frase. Y ante alguna acción que quiere que otro lleve a cabo, suelta una frase del tipo, “pues habrá que hacer…”, o “va a haber que ir...”
Y eso, ¿qué significa exactamente? Porque si asientes a esa aseveración sin más, lo que sea se quedará sin hacer. Y si nos ceñimos al lenguaje y a la función de cada palabra, enseguida descubriremos que no hay ningún “quien” concreto al que adjudicar dicha acción expuesta por el verbo ¿Cómo hay que interpretarlo? ¿Quizás como que lo hará un ente misterioso que va a aparecer expresamente para eso en algún momento? O quizás ¿que el ordenante también va a colaborar en hacer lo que sea que haya que hacer? Y yo me pregunto: ¿por qué alguien hace esto? ¿Verdaderamente no sabe qué persona podría ejecutar lo que cree tan necesario? ¿O quizás cree que ese modo de interpelar a cualquiera ofrece algún tipo de respeto o cortesía? No me gustan los circunloquios, además de que siempre he preferido la sinceridad a la cortesía. Con lo que, por supuesto, prefiero una orden directa que tener que presuponer lo que otro quiere; tanto en un contexto de jerarquía laboral, como en lo que conocemos como indirecta en un tono mucho más coloquial. Y creo que la educación verbal no está reñida con la claridad de una orden dada. ¿No sería mejor, más práctico y funcional, simplemente decir: “Yo creo que podrías hacer….”?  A mí esto sólo me da a entender que, de entrada, el que habla no se ofrece voluntario a realizarlo, ¿no?

Otros ejemplos de traiciones en el lenguaje, que enseguida dejan traslucir nuestras verdaderas intenciones e intereses, y que están ampliamente estudiados, los encontramos en las preguntas condicionadas o cerradas que realizamos cuando queremos obtener una respuesta concreta. Y de esa forma procedemos a preguntarle a alguien: “¿verdad que no te apetece ahora ir hasta allí?” O quizás: “¿a que no te interesa en absoluto ver esa película?”. Intentando así manipular por completo la respuesta que se nos dará. Y claramente con esto queda claro lo que se quiere conseguir.

En definitiva, el lenguaje es una buena herramienta con la que hay que tener cuidado, pues al más mínimo descuido revelará nuestras verdaderas y ocultas intenciones por más que nos empeñemos en no querer verbalizarlas. La riqueza del lenguaje cuando se lee entre líneas es inmensa.
A mí todavía me cuesta mucho captar los mensajes correctamente, pero estoy en ello.
Mientras, habrá que tener más cuidado con las palabras que escogemos para expresarnos, y va a haber que ir advirtiendo a los que no se dan cuenta de todo esto…pero, ¿quién lo hará?


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