Hablas, hablas
y hablas,
y las palabras
corren,
se revuelven
inquietas alrededor de tu boca,
con prisas,
casi empujándose unas a otras.
Hablas, hablas
y hablas,
en un tono
elevado,
asustando a
tus propios argumentos,
inconsciente
del estruendo de tu voz.
Hablas,
hablas, hablas…
Hasta que, de
repente,
escuchas.
Cierras los
ojos,
agudizas los
demás sentidos
y poco a poco
el cuerpo se
acomoda,
la respiración
se ralentiza,
el ritmo
decelera
y sucede la
magia.
Las frases dejan
de salir abruptamente
para ir
deslizándose por la lengua
con calma y
orden,
con
moderación,
con un sosiego
involuntario.
Despacito,
vas degustando
cada letra
cubierta de
apacible tonalidad
La
conversación muta en reflexión
lenta,
suave,
pausada.
Se modula el
pensamiento,
fluyen dulces
los mensajes,
los verbos
laten parsimoniosos,
las frases se
vuelven caricias
de ida y
vuelta
y bajan las
pulsaciones.
Ahora,
sigue
hablando…
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