Si había algo con lo que soñaba a menudo
por entonces, al principio de esta historia y también mucho después de que
nuestro romance terminara, era que vivíamos un futuro juntos. Un futuro sobre
el que a veces habíamos divagado despiertos cuando éramos pareja.
Bueno, a lo mejor, no exactamente igual.
Porque los sueños casi siempre tergiversan la realidad y te ofrecen una visión
mucho más extravagante.
En ellos aparecíamos los dos juntos en
una macro-discoteca actuando como go-gós. Los dos vestidos de cuero negro y
plata, sobre plataformas móviles gigantes y agitándonos al ritmo frenético del
funky-disco. Al terminar la sesión nos besábamos delante de la multitud que nos
aplaudía y vitoreaba con fervor. Luego nos cambiábamos y nos íbamos a nuestro gran
ático, que contaba por supuesto con las mejores vistas sobre la ciudad y con el
más amplio y cómodo sofá del mercado, en donde dábamos rienda suelta a nuestro
agitado amor sin fin.
Pero eso es lo que pasa, si acaso, en
los sueños simpáticos y divertidos, con los que te despiertas sonriendo porque
la noche ha dejado entrar en tu cabeza sólo los buenos recuerdos que te dejó una
persona a la que todavía hoy te resulta grato saludar y con la que te podrías
incluso reír, si te atrevieras a
contárselo.
Lo intentamos por dos veces.
La primera vez que me dijo que quería
salir conmigo yo estaba esperando con ganas que llegase ese momento porque ya
lo veía venir. Habíamos pasado muchos meses cultivando una amistad muy
especial.
-¡Hola! ¡Qué bien bailas! Te he visto
muchos días por aquí. ¿Cómo te llamas? –me dijo- podíamos bailar juntos alguna
vez si te apetece.
-Claro, cuando quieras. Me gusta toda
la música con la que moverse con energía. Avísame cuando suene algo que te
guste, que estoy por aquí con mis amigas y nos marcamos unos pasitos.
Y a los pocos minutos, ya estábamos
bailando juntos en una suerte de arte amatorio animal, pero coreografiado a la
perfección, como si lleváramos ensayando varios meses.
El baile nos había unido en la pista
pero nos unió también fuera de ella. Quedábamos todos los fines de semana en
vernos allí, y pasábamos las tardes y las noches bailando sin parar, asombrando
con nuestro derroche de energía juvenil a todos los que se nos arrimaban. Así
fuimos fraguando una relación de amistad que traspasó la puerta de la discoteca
para sentarnos en el escalón que formaba la acera de enfrente, donde podíamos
pasar horas y horas charlando.
Al poco de aquellos extensos ratos de
conversaciones, prácticamente en el suelo, empezaron los cafés y las copas en
sitios donde no teníamos posibilidad de bailar y podíamos concentrarnos en
nosotros.
Todavía no teníamos nada claro por
dónde queríamos que nos llevase nuestro futuro laboral, porque aunque los dos
estudiábamos, ambos sabíamos que nos gustaba bailar más que cualquier otra cosa.
Él se había planteado incluso inscribirse en alguna academia que le ayudase a
perfeccionar su entretenimiento a la vez que le sirviera como actividad
deportiva. Sus amigos, sin embargo, no entendían su empeño por la danza en ninguna
de sus vertientes y se mofaban a menudo de sus ganas de perder el tiempo con
tan absurdo pasatiempo. Y yo, que disfrutaba bailando más que con cualquier
otra tarea, procuraba aprender y practicar siempre que podía.
Y en seguida empezamos a salir como
pareja.
Era unos años más joven que yo pero
los dos estábamos ya de lleno metidos en nuestra adolescencia: esa etapa de
horribles cambios hormonales y de descubrimientos, que consigue que creas que
todo lo que tú vives nunca lo ha vivido ninguna otra persona con tanta
intensidad y, por supuesto, que llegues a pensar que nadie podría entender jamás lo especial
que resulta todo eso que te está pasando a tí.
La idea de mantener una relación
estable era a la vez muy agradable y extraña. Poder compartir cosas con él era
una sensación tan nueva y tan tierna que me llenaba por completo, tanto casi
como bailar. Tener con quien ir a comprar, o a recoger un paquete, o quien te
acompañe a la parada del autobús, producía sobre mí un efecto desconocido pero
placentero. Cuando pasaba por mi casa a buscarme, algo muy parecido a la
felicidad me embriagaba, y serenamente, me dejaba llevar por el aroma intenso a
gel de baño que desprendía su piel, así como por el calor de su mano en la mía.
Dentro de la pista era una relación
casi profesional, pero fuera de ella no terminábamos de compenetrarnos. Nos
llevábamos muy bien, congeniábamos, pero como muy buenos amigos. Nuestros
momentos íntimos a veces se quedaban faltos de esa chispa que enciende un fuego
y consigue una gran llama que lo mantiene ardiendo sin parar durante horas; aunque
en principio no tenía claro, si era por su parte o por la mía.
Con la confianza de la que te abastece
el pasar muchas horas juntos, empezamos a contarnos por encima nuestras
aventuras pasadas y pude comprobar que en el fondo de su corazón había otra
llamita que no era la mía. Una relación anterior le había dejado marcado y se
podía leer perfectamente entre líneas que aquel rescoldo podía avivarse en
cualquier momento y no iba a ser yo la que lo consiguiera apagar.
-Me dolió mucho que me dejara, -me
decía- , porque yo la quería y sé que ella sentía también por mí algo muy
sincero. Nos conocíamos desde niños y lo nuestro evolucionó de un modo tan
lógico como natural. Y además contábamos siempre con el apoyo de nuestras
familias para todo.
Por el contrario, nuestra relación no
había sido vista con buenos ojos en su casa ya desde el primer momento, y
resultaba muy violento para mí compartir algunas tardes con sus padres cuando
la ocasión lo exigía. A él no le importaba soportar los comentarios que en mi
contra le hacían a mis espaldas, pero yo notaba por su forma de explicármelos
que le suponía mucho esfuerzo el hacerlo. Sin embargo, en el caso de mis
padres, aunque no les alegraba la idea de que anduviera saliendo con un chico
menor que yo, no sufrían en absoluto la circunstancia dado que tenían la
certeza de que mis días con este novio acabarían tan pronto como con todos los
anteriores.
Yo tenía claro que él lo pasaba bien
conmigo, que estaba lo suficientemente a gusto como para continuar formando
parte de esta incipiente historia, que disfrutaba de mi compañía y en la
mayoría de las ocasiones también de mis besos. Pero eso no sucedía siempre. Por
otro lado, dentro de mí también convivían distintos afectos y no encontraba las
habilidades necesarias para desmadejar aquella maraña de sentimientos.
La causante de todas aquellas dudas en
el interior de su corazón le rondaba físicamente muy a menudo. Amigas íntimas las
familias desde hacía años, se veían obligados a compartir celebraciones familiares
en las que, inevitablemente, hablaban.
-Ayer la volví a ver, ¿sabes?
Y por supuesto, salía a flote ese
empeño de los hombres en detallar sentimientos que debían de guardarse para sí
mismos.
-La verdad es que sigue muy
guapa, se cuida mucho. Por lo visto ha roto con el chico con el que estaba
saliendo. Yo creo que nos hubiera ido bien de no haber sido porque ella quiso
romper. Estuvimos charlando un buen rato. Tiene una conversación muy
interesante.
Y él permaneció tan cómodo con aquella
aseveración.
Y la vida siguió llevándonos a
bailar un poco más, hasta que una noche después de varios meses, aburrida, y
quizás un poco cansada también del bamboleo de una relación que no se definía,
aproveché que estábamos sentados tranquilamente en el banco de un parque, y le planteé
con calma que debíamos terminar.
-No me siento del todo satisfecha con
esta relación. Noto algo extraño entre nosotros. ¿No te pasa a ti igual? Creo
que es posible que nos hayamos confundido. Y creo que deberíamos darnos un
tiempo y dejar de vernos. Tú no has
olvidado del todo a tu anterior novia, y aunque sé que me quieres a tu manera,
no tiene sentido seguir adelante si no vamos a apostar fuerte por esta relación.
-Es cierto. Sé que hay algo muy
especial entre tú y yo. Yo creo que te quiero, pero es que cuando la veo todo
se revuelve en mi interior; añoro todo lo que vivimos en el pasado y no soy
capaz de controlar su efecto sobre mí. Pero no quiero perderte, no quiero que
termine esta amistad. Por eso yo no te había dicho nada aún.
- No te preocupes. Lo entiendo y no voy
a enfadarme. Yo también estoy muy a gusto a tu lado, pero no sé qué me pasa que
cuando nos besamos, parece como si faltase algo y me cuesta dejarme llevar. Es
como si este lazo que hay entre tú y yo fuera otra cosa, fuera algo distinto al
amor.
-Pero entonces podemos intentar ser
amigos, ¿verdad?
-¡Claro que sí! Y seguir bailando
juntos de vez en cuando.
-¡Por supuesto!
Y así acabó.
Creo que hasta hoy, se cuentan con los
dedos de una mano las rupturas de pareja tan sumamente civilizadas.
De hecho, después de ésta, yo no he
vuelto a oír de ninguna otra.
Y una vez concluido este episodio tan
sensato, nuestra amistad siguió apacible, respetuosa, y viéndonos lo justo las
pocas veces que ahora coincidíamos para bailar. Nos saludábamos con amabilidad
y educación, alguna vez incluso, también cuando venía con ella a la discoteca.
Luego, cada uno seguía la diversión con sus amigos.
Pero pasaron los meses y le empecé a
echar de menos.
Me faltaban esas historias sobre su
infancia y su familia que tanto le divertía contarme. Echaba en falta comentar sus
inquietudes de futuro, llenar de besos su cara recién rasurada, bailar juntos,
darnos la mano para pasear y sobre todo, aquel aroma a gel de baño que me
velaba la razón.
Yo pensaba que sería la fuerza de la
costumbre, el haber estado con una pareja, con alguien que te llama y te
acompaña, que te cuida y te mima, pero no. Tras varios meses de sólo
distanciada amistad empecé a arrepentirme de mis buenas palabras de ruptura.
¿Por qué no había dejado fluir aquello un poco más? A lo mejor él hubiera
terminado por quererme, y yo habría aprendido a dejar escapar toda mi pasión.
¡No, no, no! Lo que hice fue lo mejor, -me repetía siempre después de darle
muchas vueltas-, al fin y al cabo él afirmó que tampoco estaba seguro de
quererme de verdad. Debía pasar página y esperar a que aquellos sentimientos se
pasaran.
¡Seguro que se pasarían!
Pero lo único que pasó fue el tiempo.
La
segunda vez que intentamos transformar nuestra buena relación de amistad en una de
pareja todo empezó de nuevo en la discoteca. Él estaba allí con unos amigos.
Hacía varios días que no aparecía nunca con ella, y se acercó a mí
aprisionándome contra un rincón donde la música se atenuaba levemente.
En aquel momento yo no esperaba ya que volviera sobre aquel tema.
-¿Podemos hablar un momento fuera, por
favor?
- Claro, claro, ¿qué pasa? –y salimos
a la calle para escucharnos mejor-.
- A lo mejor te suena raro esto que te
voy a decir, pero, ¿quieres volver a salir conmigo? Entendería que no
quisieras, -dijo apresuradamente sin dejarme espacio para contestar- pero tenía
que preguntártelo porque me he dado cuenta de que quiero estar contigo.
-Pero, ¡si tú no me querías a mí!
Pasabas tanto tiempo hablando de ella que estaba claro cuáles eran tus
sentimientos. ¿Qué ha pasado ahora, después de tanto tiempo y así de repente
para que me digas esto hoy?
-Que me he dado cuenta de que es a ti
a la que quiero. En realidad he comprendido que sólo estaba habituado a ella,
pero no había nada más profundo. Y este último año sin estar contigo he sentido
que te echaba de menos mucho más de lo que yo hubiera querido. Y no puedo
soportar verte por aquí y no estar contigo. No quiero saludarte de vez en
cuando, de lejos, te quiero a ti, y te
quiero cerca.
Y aquello fue suficiente para no
necesitar más argumentos. Yo lo estaba deseando y él ahora también lo tenía
claro. Así que después de un abrazo y un
largo beso, lo celebramos allí mismo como mejor sabíamos: bailando. Dejaríamos
para más tarde, y en la intimidad, por supuesto, una celebración mucho más
pasional.
De nuevo, los hábitos como pareja se
instalaron entre nosotros: quedar para comer, para comprar, para estudiar, para
pasear……y como no, para bailar. Volvíamos a llevar una vida en común, en principio
bastante feliz y parecía que más fortalecida.
Esta vez todo apuntaba a que nos
íbamos a compenetrar mejor y que los sentimientos circularían más fluidos por
parte de los dos.
Pero era sólo aparentemente.
Él tenía esta vez más
limitaciones para salir libremente de su casa y por tanto, menos tiempo libre
para dedicarme. Me contaba que sus padres se habían vuelto mucho más estrictos
con los estudios ya que no le iba muy bien el curso.
Todo era siempre comprensible.
Por
lo demás, me sorprendía a mí misma evaluando constantemente mis propios
sentimientos. Seguía poniendo en una balanza todo lo bueno que vivía con él,
pero también las situaciones negativas además de esas otras, ni buenas ni
malas, que me hacían sentirme insegura. Continuaba encontrando en mi interior
momentos vacíos de pasión aunque adoraba estar con él. Y con el peso de todo
aquello, volvía a dudar.
A las pocas semanas de esta nueva
etapa, ya empezaron a sucederse historias extrañas e incoherencias en sus
explicaciones cada vez que sus circunstancias le impedían estar conmigo.
-Hoy no me esperes para ir al
cumpleaños de tu amiga. He vuelto a tener bronca con mi padre y no voy a poder
salir.
Pero al día siguiente estaba
inexplicablemente cansado.
En otras ocasiones, se le escapaba, por
ejemplo, algún comentario sobre una película de estreno que sólo podría haber
visto en una sala de cine a la que negaba haber ido, mientras inmediatamente
intentaba arreglarlo con palabras enredadas en frases sin sentido. Las excusas
y argumentos absurdos para sus atropelladas acciones ya no me convencían lo más
mínimo y por más que pretendía hacerle hablar y explicar aquellos
comportamientos, no conseguía sacar nada en claro.
Nuestros conocidos empezaron a tener
una actitud extraña y poco natural a nuestro paso, y cuchicheaban de forma
demasiado evidente al marcharnos. Yo quería pensar que por envidia, pero ya me
temía yo que algo malo se avecinaba. Teníamos una buena amiga en común con la
que trataba a veces de dispersar estos pensamientos tan negativos que me
asaltaban a todas horas. Pero ella procuraba siempre escurrir el bulto, y con
toda la sinceridad que su lealtad a los dos bandos le permitía, sólo acertaba a
hacerme reflexionar sobre mis verdaderos sentimientos y a que yo tomase una
decisión si no me encontraba lo suficientemente a gusto.
Pero las mentiras son difíciles de
esconder mucho tiempo. Y llevar una doble vida cuesta mucho trabajo, es
agotador físicamente y exige tener mucha memoria y mucha inteligencia. Además,
por grande que sea una ciudad, la ley de Murphy puede asegurarte que el día
menos indicado, te encuentras justo con aquella persona a la que menos te
interesa ver.
Y ese día llegó. Y yendo conmigo, nos
cruzamos con ella y sus amigas.
-¿Qué significa esto? ¿Qué haces con
esta tía? –vociferó de repente mi rival, asaltándonos en medio de una calle
demasiado transitada para una escena de celos de aquel nivel-.
-Déjame explicarte, porque no es lo
que parece, -se atrevió a decir mi acompañante a la vez que soltaba mi mano que
se quedó abandonada en el vacío del asombro-.
-¿Tú estás saliendo conmigo y también
con ésta? ¿Cómo has podido?
Y entonces él empezó a desgranar una
argumentación tras otra mirándonos alternativamente a ella y a mí, mientras yo
observaba aquella escena como si de repente nada de aquello fuera conmigo y
estuviera separada por una gran pantalla de cine de todos esos personajes,
incluido mi teórico novio. Porque no estaba yo por la labor de intervenir en
una guerra que ya percibía como perdida, y para la que no me había entrenado lo
suficiente. Sin embargo, aquella chica, totalmente indignada y enfurecida,
emprendió enseguida la retirada sin querer escuchar más justificaciones. Algo
que yo le agradecí desde lo más profundo de mi confuso interior.
Así fue como me enteré de que, en
realidad, mi amigo había seguido saliendo con su anterior chica.
Se había cuidado mucho de no hacernos
coincidir en ningún sitio, pero sobre todo en nuestro hipotético altar de
ensoñaciones y fiesta que era la pista de baile. Había decidido coexistir en paralelo con las
dos, amparado en esa absurda premisa de querer a dos personas por igual y no
ser capaz de escoger. Todas sus explicaciones de cuánto me quería y de que
verdaderamente no trataba de engañarme ni de jugar conmigo, sino que simplemente
me necesitaba también a mí, cayeron por supuesto en saco roto. Porque es fácil
entender que puedas querer a muchas personas a la vez, incluso que sientas
cosas diferentes por cada una de ellas, y todas te hagan feliz, pero para
llevar una vida de pareja sólo hacen falta dos personas. La tercera siempre
está de más.
Con lo cual me volvió a tocar a mí
romper la relación y esta vez, y al menos en principio, sin dejar lugar
siquiera para la amistad. Y me resultaba muy difícil increparle y gritarle
porque mi rabia se topaba constantemente con aquel agradable olor a gel de baño
que no me dejaba pensar. Pero tenía que cortar esa relación insana por mucho
que me costase, ya que la confianza nunca más volvería a tener cabida entre
nosotros y tampoco me quedaban muchas más opciones.
Fue un golpe bajo, por supuesto. Me
sentí despechada y humillada. Por unos días me sentí también traicionada, pero
a la vez, fui capaz de creer todas sus absurdas explicaciones y llegué a
entenderle por momentos. Aquella mezcla de sentimientos con los que mi corazón
había convivido en mi deambular con él, me ofrecía cierta perspectiva del
asunto que no casaba con las emociones que yo debería estar sintiendo en una
situación así. Existía por tanto, una probabilidad bien alta de que en realidad
yo no hubiera estado enamorada, y me estaba dando cuenta en ese mismo momento.
Con todo, yo estaba muy dolida. Por lo
que después de terminar aquella relación con una fuerte pelea, como marcan los
cánones, pasaron varias semanas antes de
volver a saber de él. Hasta que un día se presentó en casa muy interesado en mi
estado de ánimo.
-Hola. Estaba muy preocupado por ti.
Como no hemos coincidido estos días y no me has llamado ni nada, no sabía si te
habría pasado algo o si te encontrabas bien. ¿Cómo estás? Me gustaría que al
menos pudiéramos volver a ser amigos.
-Pues ¿cómo voy a estar? ¡Fatal! –le
contesté a voz en grito apoyada en el marco de la puerta de entrada, sin
dejarle pasar-. O, ¿qué esperabas? ¿Cómo pretendes que esté? Te recuerdo que después
de haber estado jugando conmigo, encima he tenido que ser yo la que rompiera.
¿De veras te parecería normal que me encontrase feliz y optimista ante la vida?
Además, a partir de ahora a ti no tiene por qué importarte como yo me encuentre.
Olvídate de mí, de aquí a muchos meses. Por favor, déjame hacer mi vida y recuperarme
en paz. Ya te llamaré yo cuando decida que podemos volver a mantener algún tipo
de relación cordial.
Y sin más contemplaciones le cerré la
puerta en las narices.
Después de aquello me fui de viaje.
Pensé que marcar distancias me
ayudaría y efectivamente así fue. Casi nadie entendió aquellas vacaciones
repentinas a mitad de curso, salvo nuestra amiga común que sufría por los
desatinos de ambos, pero fueron la mejor opción que pude tomar para dejar de
tener pesadillas con aquel chico. Todo lo que hice durante esos días y dónde
estuve no es para nada relevante en esta historia, pero logré llegar a la
determinación de desterrar aquellos sueños negros que se habían apoderado de mí
al intentar amar a la persona equivocada, y decidí que recuperaría sólo los
buenos momentos de mi relación de amistad. Siempre habíamos sido estupendos
amigos pero nefastos amantes. Y así quería yo que siguiese siendo.
Y cuando la normalidad se instaló de
nuevo en mi almohada, volví a casa.
Las tinieblas de los malos sueños se
disiparon y dejaron vía libre a historias mucho más anodinas, con las que
resultaba increíblemente más fácil dormir. De ese modo, todo volvió a la
rutina. Volvimos a ser buenos amigos, y aquellas divertidas sesiones de baile
pudieron volver a ocupar tranquila y esporádicamente mis períodos de descanso
nocturno.
FIN
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¡Cuéntame qué te ha parecido!