jueves, 29 de septiembre de 2016

* "El baile" - "SUEÑOS EN RETALES (II)"


Si había algo con lo que soñaba a menudo por entonces, al principio de esta historia y también mucho después de que nuestro romance terminara, era que vivíamos un futuro juntos. Un futuro sobre el que a veces habíamos divagado despiertos cuando éramos pareja.
 Bueno, a lo mejor, no exactamente igual. Porque los sueños casi siempre tergiversan la realidad y te ofrecen una visión mucho más extravagante.

En ellos aparecíamos los dos juntos en una macro-discoteca actuando como go-gós. Los dos vestidos de cuero negro y plata, sobre plataformas móviles gigantes y agitándonos al ritmo frenético del funky-disco. Al terminar la sesión nos besábamos delante de la multitud que nos aplaudía y vitoreaba con fervor. Luego nos cambiábamos y nos íbamos a nuestro gran ático, que contaba por supuesto con las mejores vistas sobre la ciudad y con el más amplio y cómodo sofá del mercado, en donde dábamos rienda suelta a nuestro agitado amor sin fin.
Pero eso es lo que pasa, si acaso, en los sueños simpáticos y divertidos, con los que te despiertas sonriendo porque la noche ha dejado entrar en tu cabeza sólo los buenos recuerdos que te dejó una persona a la que todavía hoy te resulta grato saludar y con la que te podrías incluso reír,  si te atrevieras a contárselo.
Lo intentamos por dos veces.
La primera vez que me dijo que quería salir conmigo yo estaba esperando con ganas que llegase ese momento porque ya lo veía venir. Habíamos pasado muchos meses cultivando una amistad muy especial.
-¡Hola! ¡Qué bien bailas! Te he visto muchos días por aquí. ¿Cómo te llamas? –me dijo- podíamos bailar juntos alguna vez si te apetece.
-Claro, cuando quieras. Me gusta toda la música con la que moverse con energía. Avísame cuando suene algo que te guste, que estoy por aquí con mis amigas y nos marcamos unos pasitos.
Y a los pocos minutos, ya estábamos bailando juntos en una suerte de arte amatorio animal, pero coreografiado a la perfección, como si lleváramos ensayando varios meses.
El baile nos había unido en la pista pero nos unió también fuera de ella. Quedábamos todos los fines de semana en vernos allí, y pasábamos las tardes y las noches bailando sin parar, asombrando con nuestro derroche de energía juvenil a todos los que se nos arrimaban. Así fuimos fraguando una relación de amistad que traspasó la puerta de la discoteca para sentarnos en el escalón que formaba la acera de enfrente, donde podíamos pasar horas y horas charlando.
Al poco de aquellos extensos ratos de conversaciones, prácticamente en el suelo, empezaron los cafés y las copas en sitios donde no teníamos posibilidad de bailar y podíamos concentrarnos en nosotros.
Todavía no teníamos nada claro por dónde queríamos que nos llevase nuestro futuro laboral, porque aunque los dos estudiábamos, ambos sabíamos que nos gustaba bailar más que cualquier otra cosa. Él se había planteado incluso inscribirse en alguna academia que le ayudase a perfeccionar su entretenimiento a la vez que le sirviera como actividad deportiva. Sus amigos, sin embargo, no entendían su empeño por la danza en ninguna de sus vertientes y se mofaban a menudo de sus ganas de perder el tiempo con tan absurdo pasatiempo. Y yo, que disfrutaba bailando más que con cualquier otra tarea, procuraba aprender y practicar siempre que podía.
Y en seguida empezamos a salir como pareja.
Era unos años más joven que yo pero los dos estábamos ya de lleno metidos en nuestra adolescencia: esa etapa de horribles cambios hormonales y de descubrimientos, que consigue que creas que todo lo que tú vives nunca lo ha vivido ninguna otra persona con tanta intensidad y, por supuesto, que llegues a pensar  que nadie podría entender jamás lo especial que resulta todo eso que te está pasando a tí.
La idea de mantener una relación estable era a la vez muy agradable y extraña. Poder compartir cosas con él era una sensación tan nueva y tan tierna que me llenaba por completo, tanto casi como bailar. Tener con quien ir a comprar, o a recoger un paquete, o quien te acompañe a la parada del autobús, producía sobre mí un efecto desconocido pero placentero. Cuando pasaba por mi casa a buscarme, algo muy parecido a la felicidad me embriagaba, y serenamente, me dejaba llevar por el aroma intenso a gel de baño que desprendía su piel, así como por el calor de su mano en la mía.
Dentro de la pista era una relación casi profesional, pero fuera de ella no terminábamos de compenetrarnos. Nos llevábamos muy bien, congeniábamos, pero como muy buenos amigos. Nuestros momentos íntimos a veces se quedaban faltos de esa chispa que enciende un fuego y consigue una gran llama que lo mantiene ardiendo sin parar durante horas; aunque en principio no tenía claro, si era por su parte o por la mía.
Con la confianza de la que te abastece el pasar muchas horas juntos, empezamos a contarnos por encima nuestras aventuras pasadas y pude comprobar que en el fondo de su corazón había otra llamita que no era la mía. Una relación anterior le había dejado marcado y se podía leer perfectamente entre líneas que aquel rescoldo podía avivarse en cualquier momento y no iba a ser yo la que lo consiguiera apagar.
-Me dolió mucho que me dejara, -me decía- , porque yo la quería y sé que ella sentía también por mí algo muy sincero. Nos conocíamos desde niños y lo nuestro evolucionó de un modo tan lógico como natural. Y además contábamos siempre con el apoyo de nuestras familias para todo.
Por el contrario, nuestra relación no había sido vista con buenos ojos en su casa ya desde el primer momento, y resultaba muy violento para mí compartir algunas tardes con sus padres cuando la ocasión lo exigía. A él no le importaba soportar los comentarios que en mi contra le hacían a mis espaldas, pero yo notaba por su forma de explicármelos que le suponía mucho esfuerzo el hacerlo. Sin embargo, en el caso de mis padres, aunque no les alegraba la idea de que anduviera saliendo con un chico menor que yo, no sufrían en absoluto la circunstancia dado que tenían la certeza de que mis días con este novio acabarían tan pronto como con todos los anteriores.
Yo tenía claro que él lo pasaba bien conmigo, que estaba lo suficientemente a gusto como para continuar formando parte de esta incipiente historia, que disfrutaba de mi compañía y en la mayoría de las ocasiones también de mis besos. Pero eso no sucedía siempre. Por otro lado, dentro de mí también convivían distintos afectos y no encontraba las habilidades necesarias para desmadejar aquella maraña de sentimientos.
La causante de todas aquellas dudas en el interior de su corazón le rondaba físicamente muy a menudo. Amigas íntimas las familias desde hacía años, se veían obligados a compartir celebraciones familiares en las que, inevitablemente, hablaban.
-Ayer la volví a ver, ¿sabes?
Y por supuesto, salía a flote ese empeño de los hombres en detallar sentimientos que debían de guardarse para sí mismos.
                -La verdad es que sigue muy guapa, se cuida mucho. Por lo visto ha roto con el chico con el que estaba saliendo. Yo creo que nos hubiera ido bien de no haber sido porque ella quiso romper. Estuvimos charlando un buen rato. Tiene una conversación muy interesante.
Y él permaneció tan cómodo con aquella aseveración.
                Y la vida siguió llevándonos a bailar un poco más, hasta que una noche después de varios meses, aburrida, y quizás un poco cansada también del bamboleo de una relación que no se definía, aproveché que estábamos sentados tranquilamente en el banco de un parque, y le planteé con calma que debíamos terminar.
-No me siento del todo satisfecha con esta relación. Noto algo extraño entre nosotros. ¿No te pasa a ti igual? Creo que es posible que nos hayamos confundido. Y creo que deberíamos darnos un tiempo y  dejar de vernos. Tú no has olvidado del todo a tu anterior novia, y aunque sé que me quieres a tu manera, no tiene sentido seguir adelante si no vamos a apostar fuerte por esta relación.
-Es cierto. Sé que hay algo muy especial entre tú y yo. Yo creo que te quiero, pero es que cuando la veo todo se revuelve en mi interior; añoro todo lo que vivimos en el pasado y no soy capaz de controlar su efecto sobre mí. Pero no quiero perderte, no quiero que termine esta amistad. Por eso yo no te había dicho nada aún.
- No te preocupes. Lo entiendo y no voy a enfadarme. Yo también estoy muy a gusto a tu lado, pero no sé qué me pasa que cuando nos besamos, parece como si faltase algo y me cuesta dejarme llevar. Es como si este lazo que hay entre tú y yo fuera otra cosa, fuera algo distinto al amor.
-Pero entonces podemos intentar ser amigos, ¿verdad?
-¡Claro que sí! Y seguir bailando juntos de vez en cuando.
-¡Por supuesto!
Y así acabó.
Creo que hasta hoy, se cuentan con los dedos de una mano las rupturas de pareja tan sumamente civilizadas.
De hecho, después de ésta, yo no he vuelto a oír de ninguna otra. 
Y una vez concluido este episodio tan sensato, nuestra amistad siguió apacible, respetuosa, y viéndonos lo justo las pocas veces que ahora coincidíamos para bailar. Nos saludábamos con amabilidad y educación, alguna vez incluso, también cuando venía con ella a la discoteca. Luego, cada uno seguía la diversión con sus amigos.
Pero pasaron los meses y le empecé a echar de menos.
Me faltaban esas historias sobre su infancia y su familia que tanto le divertía contarme. Echaba en falta comentar sus inquietudes de futuro, llenar de besos su cara recién rasurada, bailar juntos, darnos la mano para pasear y sobre todo, aquel aroma a gel de baño que me velaba la razón.
Yo pensaba que sería la fuerza de la costumbre, el haber estado con una pareja, con alguien que te llama y te acompaña, que te cuida y te mima, pero no. Tras varios meses de sólo distanciada amistad empecé a arrepentirme de mis buenas palabras de ruptura. ¿Por qué no había dejado fluir aquello un poco más? A lo mejor él hubiera terminado por quererme, y yo habría aprendido a dejar escapar toda mi pasión. ¡No, no, no! Lo que hice fue lo mejor, -me repetía siempre después de darle muchas vueltas-, al fin y al cabo él afirmó que tampoco estaba seguro de quererme de verdad. Debía pasar página y esperar a que aquellos sentimientos se pasaran.
¡Seguro que se pasarían!
Pero lo único que pasó fue el tiempo.
La segunda vez que intentamos transformar nuestra buena relación de amistad en una de pareja todo empezó de nuevo en la discoteca. Él estaba allí con unos amigos. Hacía varios días que no aparecía nunca con ella, y se acercó a mí aprisionándome contra un rincón donde la música se atenuaba levemente.
  En aquel momento yo no esperaba ya que volviera sobre aquel tema.
-¿Podemos hablar un momento fuera, por favor?
- Claro, claro, ¿qué pasa? –y salimos a la calle para escucharnos mejor-.
- A lo mejor te suena raro esto que te voy a decir, pero, ¿quieres volver a salir conmigo? Entendería que no quisieras, -dijo apresuradamente sin dejarme espacio para contestar- pero tenía que preguntártelo porque me he dado cuenta de que quiero estar contigo.
-Pero, ¡si tú no me querías a mí! Pasabas tanto tiempo hablando de ella que estaba claro cuáles eran tus sentimientos. ¿Qué ha pasado ahora, después de tanto tiempo y así de repente para que me digas esto hoy?
-Que me he dado cuenta de que es a ti a la que quiero. En realidad he comprendido que sólo estaba habituado a ella, pero no había nada más profundo. Y este último año sin estar contigo he sentido que te echaba de menos mucho más de lo que yo hubiera querido. Y no puedo soportar verte por aquí y no estar contigo. No quiero saludarte de vez en cuando, de lejos,  te quiero a ti, y te quiero cerca.
Y aquello fue suficiente para no necesitar más argumentos. Yo lo estaba deseando y él ahora también lo tenía claro.  Así que después de un abrazo y un largo beso, lo celebramos allí mismo como mejor sabíamos: bailando. Dejaríamos para más tarde, y en la intimidad, por supuesto, una celebración mucho más pasional.
De nuevo, los hábitos como pareja se instalaron entre nosotros: quedar para comer, para comprar, para estudiar, para pasear……y como no, para bailar. Volvíamos a llevar una vida en común, en principio bastante feliz y parecía que más fortalecida.
Esta vez todo apuntaba a que nos íbamos a compenetrar mejor y que los sentimientos circularían más fluidos por parte de los dos.
Pero era sólo aparentemente.
                Él tenía esta vez más limitaciones para salir libremente de su casa y por tanto, menos tiempo libre para dedicarme. Me contaba que sus padres se habían vuelto mucho más estrictos con los estudios ya que no le iba muy bien el curso.
Todo era siempre comprensible.
                Por lo demás, me sorprendía a mí misma evaluando constantemente mis propios sentimientos. Seguía poniendo en una balanza todo lo bueno que vivía con él, pero también las situaciones negativas además de esas otras, ni buenas ni malas, que me hacían sentirme insegura. Continuaba encontrando en mi interior momentos vacíos de pasión aunque adoraba estar con él. Y con el peso de todo aquello, volvía a dudar.
A las pocas semanas de esta nueva etapa, ya empezaron a sucederse historias extrañas e incoherencias en sus explicaciones cada vez que sus circunstancias le impedían estar conmigo.
-Hoy no me esperes para ir al cumpleaños de tu amiga. He vuelto a tener bronca con mi padre y no voy a poder salir.
Pero al día siguiente estaba inexplicablemente cansado.
En otras ocasiones, se le escapaba, por ejemplo, algún comentario sobre una película de estreno que sólo podría haber visto en una sala de cine a la que negaba haber ido, mientras inmediatamente intentaba arreglarlo con palabras enredadas en frases sin sentido. Las excusas y argumentos absurdos para sus atropelladas acciones ya no me convencían lo más mínimo y por más que pretendía hacerle hablar y explicar aquellos comportamientos, no conseguía sacar nada en claro.
Nuestros conocidos empezaron a tener una actitud extraña y poco natural a nuestro paso, y cuchicheaban de forma demasiado evidente al marcharnos. Yo quería pensar que por envidia, pero ya me temía yo que algo malo se avecinaba. Teníamos una buena amiga en común con la que trataba a veces de dispersar estos pensamientos tan negativos que me asaltaban a todas horas. Pero ella procuraba siempre escurrir el bulto, y con toda la sinceridad que su lealtad a los dos bandos le permitía, sólo acertaba a hacerme reflexionar sobre mis verdaderos sentimientos y a que yo tomase una decisión si no me encontraba lo suficientemente a gusto. 
Pero las mentiras son difíciles de esconder mucho tiempo. Y llevar una doble vida cuesta mucho trabajo, es agotador físicamente y exige tener mucha memoria y mucha inteligencia. Además, por grande que sea una ciudad, la ley de Murphy puede asegurarte que el día menos indicado, te encuentras justo con aquella persona a la que menos te interesa ver.
Y ese día llegó. Y yendo conmigo, nos cruzamos con ella y sus amigas.
-¿Qué significa esto? ¿Qué haces con esta tía? –vociferó de repente mi rival, asaltándonos en medio de una calle demasiado transitada para una escena de celos de aquel nivel-.
-Déjame explicarte, porque no es lo que parece, -se atrevió a decir mi acompañante a la vez que soltaba mi mano que se quedó abandonada en el vacío del asombro-.
-¿Tú estás saliendo conmigo y también con ésta? ¿Cómo has podido?
Y entonces él empezó a desgranar una argumentación tras otra mirándonos alternativamente a ella y a mí, mientras yo observaba aquella escena como si de repente nada de aquello fuera conmigo y estuviera separada por una gran pantalla de cine de todos esos personajes, incluido mi teórico novio. Porque no estaba yo por la labor de intervenir en una guerra que ya percibía como perdida, y para la que no me había entrenado lo suficiente. Sin embargo, aquella chica, totalmente indignada y enfurecida, emprendió enseguida la retirada sin querer escuchar más justificaciones. Algo que yo le agradecí desde lo más profundo de mi confuso interior.
Así fue como me enteré de que, en realidad, mi amigo había seguido saliendo con su anterior chica.
Se había cuidado mucho de no hacernos coincidir en ningún sitio, pero sobre todo en nuestro hipotético altar de ensoñaciones y fiesta que era la pista de baile.  Había decidido coexistir en paralelo con las dos, amparado en esa absurda premisa de querer a dos personas por igual y no ser capaz de escoger. Todas sus explicaciones de cuánto me quería y de que verdaderamente no trataba de engañarme ni de jugar conmigo, sino que simplemente me necesitaba también a mí, cayeron por supuesto en saco roto. Porque es fácil entender que puedas querer a muchas personas a la vez, incluso que sientas cosas diferentes por cada una de ellas, y todas te hagan feliz, pero para llevar una vida de pareja sólo hacen falta dos personas. La tercera siempre está de más.
Con lo cual me volvió a tocar a mí romper la relación y esta vez, y al menos en principio, sin dejar lugar siquiera para la amistad. Y me resultaba muy difícil increparle y gritarle porque mi rabia se topaba constantemente con aquel agradable olor a gel de baño que no me dejaba pensar. Pero tenía que cortar esa relación insana por mucho que me costase, ya que la confianza nunca más volvería a tener cabida entre nosotros y tampoco me quedaban muchas más opciones.
Fue un golpe bajo, por supuesto. Me sentí despechada y humillada. Por unos días me sentí también traicionada, pero a la vez, fui capaz de creer todas sus absurdas explicaciones y llegué a entenderle por momentos. Aquella mezcla de sentimientos con los que mi corazón había convivido en mi deambular con él, me ofrecía cierta perspectiva del asunto que no casaba con las emociones que yo debería estar sintiendo en una situación así. Existía por tanto, una probabilidad bien alta de que en realidad yo no hubiera estado enamorada, y me estaba dando cuenta en ese mismo momento.
Con todo, yo estaba muy dolida. Por lo que después de terminar aquella relación con una fuerte pelea, como marcan los cánones,  pasaron varias semanas antes de volver a saber de él. Hasta que un día se presentó en casa muy interesado en mi estado de ánimo.
-Hola. Estaba muy preocupado por ti. Como no hemos coincidido estos días y no me has llamado ni nada, no sabía si te habría pasado algo o si te encontrabas bien. ¿Cómo estás? Me gustaría que al menos pudiéramos volver a ser amigos.
-Pues ¿cómo voy a estar? ¡Fatal! –le contesté a voz en grito apoyada en el marco de la puerta de entrada, sin dejarle pasar-. O, ¿qué esperabas? ¿Cómo pretendes que esté? Te recuerdo que después de haber estado jugando conmigo, encima he tenido que ser yo la que rompiera. ¿De veras te parecería normal que me encontrase feliz y optimista ante la vida? Además, a partir de ahora a ti no tiene por qué importarte como yo me encuentre. Olvídate de mí, de aquí a muchos meses. Por favor, déjame hacer mi vida y recuperarme en paz. Ya te llamaré yo cuando decida que podemos volver a mantener algún tipo de relación cordial.
Y sin más contemplaciones le cerré la puerta en las narices.
Después de aquello me fui de viaje.
Pensé que marcar distancias me ayudaría y efectivamente así fue. Casi nadie entendió aquellas vacaciones repentinas a mitad de curso, salvo nuestra amiga común que sufría por los desatinos de ambos, pero fueron la mejor opción que pude tomar para dejar de tener pesadillas con aquel chico. Todo lo que hice durante esos días y dónde estuve no es para nada relevante en esta historia, pero logré llegar a la determinación de desterrar aquellos sueños negros que se habían apoderado de mí al intentar amar a la persona equivocada, y decidí que recuperaría sólo los buenos momentos de mi relación de amistad. Siempre habíamos sido estupendos amigos pero nefastos amantes. Y así quería yo que siguiese siendo.
Y cuando la normalidad se instaló de nuevo en mi almohada, volví a casa.
Las tinieblas de los malos sueños se disiparon y dejaron vía libre a historias mucho más anodinas, con las que resultaba increíblemente más fácil dormir. De ese modo, todo volvió a la rutina. Volvimos a ser buenos amigos, y aquellas divertidas sesiones de baile pudieron volver a ocupar tranquila y esporádicamente mis períodos de descanso nocturno.

FIN

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