lunes, 23 de mayo de 2016

* LA NIÑA QUE DESAPARECIÓ


Había una vez una niña muy delgada que vivía en una pequeña casa del centro de un pequeño pueblo. Como era tan diminuta no necesitaba mucho espacio para vivir aunque como tampoco tenía más hermanos no lo  necesitaba.
Cuando nació y la vieron tan microscópica, a su madre le dijeron que sería muy peligroso seguir teniendo hijos porque ninguno crecería y todos acabarían desapareciendo. Por eso decidieron que fuera hija única. Era tan extremadamente delgada que todos se empeñaban en decirle a todas horas que debía de comer mucho más y de todo lo que tuviera más grasa para que así pudiera crecer y engordar. Sin embargo y pese a que ella era una niña sana y no necesitaba más de lo que a diario ya comía, día tras día iba encogiendo.
Primero fueron sus manos, en las que la carne se iba consumiendo, dejando solo a la vista unos dedos largos y huesudos que habrían asustado incluso a las brujas de los cuentos. Después los pequeños huesos de los tobillos que sobresalían con insistencia por la lona de sus zapatillas. Cuando las rótulas dejaron de tener fuerza para sujetar aquel cuerpo esquelético, el diámetro de su cintura era perfectamente abarcable por las manos de su madre. Y aunque ella era una niña feliz y llevaba una vida normal, los cambios en su organismo seguían produciéndose en orden inverso al del resto de los niños. Incluso a veces ella misma proponía juegos con su propio estado, como el de contar las vértebras de su columna o las costillas de su costado, mientras sonreía dejando ver unos largos dientes que parecían abandonar con prisas sus encías. Ningún médico de entre los más estudiosos de su país, a los que sus padres se empeñaban en llevarla, eran capaces de entender el extraño problema que la niña padecía, y sólo podían sentenciar al terminar todos los exámenes que llegaría el día en que ella desaparecería.
Cuando la carne casi no existía en su persona y los músculos se habían ido achicando ya los órganos traslucían por la piel, aunque todavía podía hacer una vida normal. Pero en poco espacio de tiempo todo empezó a empequeñecer proporcionalmente y la niña también perdió altura. Sus padres ya no le celebraban nunca un cumpleaños y a cambio le perdonaron que no quisiera ir al colegio. Lo único que nunca le había dejado de crecer era el pelo. Así que su madre tenía una lucha incesante tijeras en mano para mantenerlo a la altura de sus hombros y que nunca se lo llegara a pisar ni le pesara más que el resto del cuerpo.
Todo continuó por unos breves años haciéndose gigante a su alrededor desde su perspectiva, mientras ella encogía y encogía sin motivo ni razón. Hasta que una noche de verano, con una inmensa luna y un cielo raso repleto de pequeñas estrellas la niña soltó un tímido y discreto adiós y simplemente desapareció.
Y nunca a nadie, a nadie volvió a sucederle algo así, y nunca nadie, nadie supo explicar por qué.

FIN

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Cuéntame qué te ha parecido!