para que no se escapen.
Las aprieto contra el cuerpo
y espero a que se filtren por la piel
hasta mis huesos.
Y ahí se quedan,
sonando,
vibrando,
latiendo en mi interior;
sin miedo a que se escabullan.
Las abrigo y alimento
y van creciendo,
echando raíces profundas que se enredan en mis órganos
y los apresan
pasando a formar parte de ellos,
convirtiéndose en células musicales
que, con los días, se expanden y necesitan huir.
Y un día sus ramas golpean por dentro
y, enfurecidas, se revuelven e intentan salir.
Y entonces las escupo:
sangre negra,
letras y poemas transformadores de notas y melodías.
Y las recito
con musicalidad
y se reciclan,
volviendo a la vida.
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