Sentado al borde de la cama, he dejado
de mirar al techo y he inclinado la cabeza hacia abajo. He abierto los ojos
para recrearme con el momento y al verla de rodillas, entre mis piernas, no he
podido evitar sonreír pensando en la noche tan aburrida que yo, al final de una
larga y soporífera tarde en el cumpleaños de un amigo, creía que iba a pasar.
Casi no puedo pensar. Elisa tiene un
modo muy especial de mover la lengua y esa manera suya de lamerme, casi como si
le fuera la vida en ello, me tiene totalmente extasiado, y no voy a tardar
mucho en llegar al final.
Ha sido entrar por la puerta y sin pasar al
salón siquiera me ha quitado el cinturón y ha empezado a desabrocharme el
pantalón, mientras me iba susurrando al oído todo lo que pretendía hacerme. Con
el botón principal ha dejado claro quien iba a mandar esta noche. Y con cada
uno de los siguientes que ha ido soltando en mi bragueta, su aterciopelada voz me
ha dejado en un estado tal de excitación que casi hago estallar los botones
directamente. Pensé que a continuación metería una mano en mi boxer, pero me ha
sorprendido gratamente rebuscando en él con las dos. Por delante y por detrás. Me
ha rodeado las caderas y se ha detenido un buen rato apretándome el culo hasta
que sus uñas han empezado a provocarme algo parecido al dolor. Ha sido también
en ese momento cuando he sentido en mi piel el frío de sus pulseras de acero y la
rugosidad de sus anillos, hasta que sin darme cuenta sólo he pasado a sentir el
calor de las palmas de sus manos en mi erección. Con movimientos suaves pero
firmes ha estado jugando con mis ganas a la espera de notar cómo empezaba a
humedecerme y a forcejear por querer abrazarla deseoso ya de poseerla. Sin embargo
no me ha lo permitido y ha sido entonces cuando me ha traído hasta la cama y,
desnudándome de cintura para abajo, me ha invitado a sentarme con un
sentenciador “ni te muevas”. Acto seguido y de no sé qué rincón de su ropa
interior ha hecho aparecer una larga cinta de seda negra con la que me ha atado
las muñecas por detrás de la espalda y, a la vez, ha aprovechado para dejarse
caer sutilmente sobre mí y exponer su enorme y exuberante escote a disposición
de mi boca de modo que no tuviera más remedio que saborear el principio de sus
pechos para dejarme enseguida de nuevo con ansias de más.
A continuación se ha despojado desafiante
del ceñido vestido negro con el que me ha vuelto loco toda la tarde, quedándose
con un exquisito body de encaje
también negro que ha conseguido elevar aún más la tensión en mi entrepierna. En
ningún momento he vuelto a dudar ya de quien mandaba en mi dormitorio y me he
entregado por completo al instante dispuesto a disfrutar con ella a su manera.
Ya frente a mí, acomodada en el suelo, ha conseguido que sus caricias en
silencio por mi pecho, se transformasen en una ligera brisa que se ha llevado
sin esfuerzo mi camiseta. De ahí a los primeros besos húmedos ya apenas ha
habido intervalo. Los ha repartido a partes iguales por toda mi espalda, mis
brazos y mi cara, manteniendo siempre además el contacto de su cuerpo con el mío.
Completamente loco con el olor de su perfume y la creciente expectativa que se
hacía dueña de mi imaginación sólo he podido cerrar los ojos en un angustioso
intento de forzar al resto de mis sentidos. Al volverlos a abrir, Elisa ya
estaba completamente desnuda, de rodillas, sentada sobre sus talones y empujando
con fuerza fingida cada uno de mis muslos hacia fuera para hacerse sitio entre
mis piernas. Desde allí, mirándome a los ojos fijamente y sin pronunciar palabra
alguna se ha ido arrimando con descaro a mi pene, duro y chorreante al que ha
empezado a lamer despacito. Aunque esa calma ha sido breve, y enseguida me lo ha
sujetado con su mano derecha y se lo ha metido en la boca. Una boca jugosa,
caliente, acaparadora y succionadora que me mantiene al límite del orgasmo. Va
y viene. Aleja los labios, ataca con la lengua y arremete de nuevo chupándome
aún con más pasión. Aprieta y afloja. Me provoca contracciones. Sabe simular la
presión que sentiría si la estuviera follando. Se acompaña hábilmente ahora
también de la mano izquierda y vuelvo a fijarme en sus manos, en sus joyas. Sus
largos dedos cubiertos de anillos con los que me roza conscientemente, dándome
placer y haciéndome daño a partes iguales. Las uñas largas y coloreadas, las
múltiples pulseras repletas de pequeños colgantes metálicos y frías perlas que
golpean contra mis ingles. Toda su personalidad está en esas manos que me están
haciendo disfrutar y olvidarme de que sigo desnudo, plácidamente maniatado, sin
poder tocarla, sin poder besarla siquiera.
Me siento dominado bajo su influjo,
hipnotizado por sus ojos color miel que, enmarcados en una profunda línea de khol negra, se levantan continuamente de
su entregada tarea y me asaltan sometiéndome por completo a su voluntad. Mis
ojos vuelan rápidos desde los suyos a su pelo, de su nuevo a sus ojos y de ahí a
su espalda, y otra vez a sus ojos para terminar posándolos en el colgante que
tintinea entre sus pechos al ritmo de sus sugerentes movimientos. Elisa no ha
dicho una palabra, pero me ha deleitado con un amplio repertorio de sonidos,
gemidos y suspiros que no voy a olvidar en mucho tiempo.
Ya no puedo esperar más, voy a
estallar. Ha llegado el momento. Noto la presión como sube, y no he podido
evitar resbalar hasta el filo de la cama aún sin deshacer y dejarme caer hacia
atrás, vencido, sobre una agradable colcha oscura, para dejar paso al éxtasis. De
nuevo su boca solícita en la cumbre de mi volcán esperando a que rompa mi
deseo, a que la sacie con mis ganas contenidas desde que me la presentaran en
la fiesta de esta tarde. La novia de mi amigo ha conseguido sacar de mí este
manantial apasionado con el que ahora ella también goza y que arranca un grito
de satisfacción en ambos. Y sin tregua para asimilar la intensidad de la
situación, Elisa levanta del suelo su sensual cuerpo desnudo, suelta el lazo
que me ata y tumbándose en la cama proclama resuelta: “es mi turno”.
FIN
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