Anoche soñé que tú y yo estábamos disfrutando
de unas copas a resguardo del calor, en un acogedor pub, con una luz muy tenue, y sentados en unas banquetas altas al
fondo. El local se encontraba decorado de una forma muy peculiar y todos íbamos
ataviados como personajes escapados del “Moulin
Rouge”. Yo te había empezado a
mordisquear los labios y a pasarte la punta de la lengua por el interior de la
boca.
Tú me correspondiste besándome con muchas ganas y abrazándome fuerte, mientras yo veía crecer ostensiblemente algo duro entre tus piernas. Así que situé mi banqueta más cerca de la tuya de modo que pudiera meter mi rodilla entre tus piernas y con ella acariciar con mimo aquel deseable paquete. Como había poca gente y cada cual se dedicaba a sus excentricidades pudimos comernos la boca bien a gusto frotándonos uno contra el otro y comenzar a meternos mano tranquilamente, todavía allí sentados. Tú enseguida notaste mis pezones firmes por encima de mi vestido y te apresuraste a hundir la mano por mi escote. Yo ardía de ganas de desabrocharte el pantalón pero no podía ser. Aunque estábamos casi escondidos en el último rincón de la barra no debíamos desnudarnos allí. Sin embargo supimos colocarnos de manera estratégica y pude ir aventurándome a quitarte con calma primero un botón y luego otro. Estaba cada vez más oscuro y la música sonaba suave ambientando nuestra escena. Tú conseguiste deslizar la mano bajo mi vestido con una velocidad tal que no me percaté hasta que sentí tus dedos muy dentro. Tuve que sentarme al borde de la banqueta y casi me resbalo en el intento por dejarte hacer con facilidad mientras el resto de botones de tu pantalón me llamaba a gritos para que los liberase.
Tú me correspondiste besándome con muchas ganas y abrazándome fuerte, mientras yo veía crecer ostensiblemente algo duro entre tus piernas. Así que situé mi banqueta más cerca de la tuya de modo que pudiera meter mi rodilla entre tus piernas y con ella acariciar con mimo aquel deseable paquete. Como había poca gente y cada cual se dedicaba a sus excentricidades pudimos comernos la boca bien a gusto frotándonos uno contra el otro y comenzar a meternos mano tranquilamente, todavía allí sentados. Tú enseguida notaste mis pezones firmes por encima de mi vestido y te apresuraste a hundir la mano por mi escote. Yo ardía de ganas de desabrocharte el pantalón pero no podía ser. Aunque estábamos casi escondidos en el último rincón de la barra no debíamos desnudarnos allí. Sin embargo supimos colocarnos de manera estratégica y pude ir aventurándome a quitarte con calma primero un botón y luego otro. Estaba cada vez más oscuro y la música sonaba suave ambientando nuestra escena. Tú conseguiste deslizar la mano bajo mi vestido con una velocidad tal que no me percaté hasta que sentí tus dedos muy dentro. Tuve que sentarme al borde de la banqueta y casi me resbalo en el intento por dejarte hacer con facilidad mientras el resto de botones de tu pantalón me llamaba a gritos para que los liberase.
De repente el sueño cambió y la gente
desapareció como por arte de magia. Yo bajé de la banqueta y tú lo hiciste
igual y, apoyados contra la pared de aquel rincón, terminé de aflojar tu
pantalón y conseguí liberar tu polla. Enseguida me agarraste con fuerza y
dándome la vuelta hiciste que me dejara caer sobre la barra y, muerto de deseo,
me levantaste el vestido y entraste en mí con furia, allí mismo, sin nadie más
alrededor pero con la música aún sonando. Me follaste con tanta intensidad que
yo no podía dejar de gemir y gritarte: ¡más, más, más! Y a la vez, con tu mano
derecha me fuiste acariciando el clítoris con energía hasta que no pude
aguantarlo más y tuve un orgasmo intenso con el que disfrutaste mucho sintiendo
mis espasmos, mis contracciones y mi interior empapado de placer. Sin dejarte
acabar, y aún exhausta de aquel momento, me giré y te empujé contra la pared y
empecé a lamerte con hambre. Sin embargo apenas tuve tiempo de disfrutarte
porque enseguida liberaste toda tu pasión contenida en mi boca, fijando tus
ojos en los míos con los que te miraba con lujuria arrodillada entre tus
piernas. Al terminar, suspiraste con fuerza, cogiste unas servilletas de la
barra para limpiarme con dulzura y volviste a estrecharme entre tus brazos y a
besarme con ganas.
Entonces, de repente, la multitud volvió a
aparecer de la nada, la música empezó a sonar mucho más fuerte y tú me
preguntaste: “¿te apetece otra copa?”
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