y flores en la pared
veía pasar las palabras
a caballo de las notas;
pero no había canciones que escribir.
Con una luz cada vez más tenue
y la mano ya cansada de esperar,
oía melodías que nunca se podrían cantar.
Y cerraba los ojos para sentir,
para beber los pentagramas
buscando algo que plasmar,
mas no queriendo contar nada.
Y dejaba correr los días,
las mañanas, las tardes, las noches,
pero la inspiración le volvía la cara,
la frialdad envolvía su alma,
y no había nada que decir,
porque nunca hubo nada que decir,
y si lo hubo, nadie lo oyó.
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