Paola llevaba varios años sin
pareja. La última relación la había dejado demasiado herida, demasiado a la
defensiva y no había tenido ganas ni necesidad en todo ese tiempo de echarse
ningún hombre a la cama. Pero como mujer joven y guapa que era, no pasaba
desapercibida para nadie y su tremenda personalidad despertaba pasiones en los
hombres que la rodeaban en su frenética vida cotidiana de oficina, gimnasio y
familia.
Por eso todo lo que le fue
sucediendo desde el momento en el que decidió bajar la guardia y descender de
su nube de aislamiento voluntario, le pilló totalmente de sorpresa.
Hasta aquel lunes de otoño, no
se había fijado nunca en lo atractivo que era su jefe. En realidad debía ser
más joven de lo que aparentaba debido a su espesa cabellera canosa, y tenía
unos impresionantes ojos verdes, que suponía le costaría mantener abiertos
consecuencia del peso de unas inmensas pestañas negras; y, además de todo eso,
irradiaba una fuerte masculinidad atrapada en una exquisita y educada contención. Paola no era capaz de entender cómo no se
había dado cuenta antes. ¿En qué habría estado pensando ella en los últimos
meses? No obstante, la cuestión era que de repente estaba ahí. Y como ella no
despachaba asuntos con él habitualmente tendría que empezar a hacerse notar.
Hizo memoria para recordar
datos sobre él y cayó en la cuenta de que estaba casado y tenía una hija
pequeña. También recordó que no sólo gestionaba la empresa donde ella
trabajaba, sino que era miembro de la junta directiva de una importante entidad
bancaria en la ciudad, y por añadidura una persona muy conocida en las altas
esferas de los negocios y la política. Pero ella decidió que iría a por él de
todas, todas, comenzando por conocerle un poco mejor.
Así hizo durante varios meses,
en los que con su extraordinaria simpatía y habilidad para encandilar a
cualquiera que le interesase lo más mínimo, consiguió que la nombrara su
asistente personal. De este modo Paola pasó a hacerse tan imprescindible para
su jefe, como los periódicos de cada mañana en los que buscaba ansioso los
imprevistos movimientos bursátiles. De ahí a acompañarle a multitud de actos
protocolarios y a aburridos eventos empresariales sólo hubo un paso. Para ese
momento ya se conocían lo suficiente y Paola daba gracias a la vida,
sorprendida de nuevo, de haber encontrado en Juan a un divertido compañero de
trabajo, más que a un estirado superior jerárquico. La relación entre ellos era
siempre una sesión continua de risas y complicidad aderezada con una buena
dosis de tensión sexual no resuelta. Aunque Paola había empezado a sentir algo
más que deseo y sus ganas de que aquél hombre la mirase con otros ojos estaban
a punto de caramelo.
El día que, cerrando la puerta
de su despacho, la cogió por la cintura y la besó como si no hubiera otra boca
en el mundo de la que sacar el aliento necesario para vivir, ella no pudo
evitar hundir las manos entre sus frondosas canas y arrimarse a él deseando
casi atravesarle. Todo el celo que Juan parecía haber puesto en un primer momento
en que aquella relación no pudiera confundirse con ninguna otra cosa, se desmoronó
en aquel instante y quedó oculto entre los pliegues de su camisa, que se
arrugaba gustosa en el suelo entre la mesa y su sillón de respaldo alto.
Mientras, Paola disfrutaba dejando que sus manos firmes la recorrieran sin
censura olvidando por completo que la señora de la limpieza aún no había
terminado su turno, y que seguramente no sería de su agrado el pillarles en
aquellas posturas, tan satisfactorias para ellos, y que iban tomando
desenfrenadamente una tras otra.
En los días que siguieron a
aquel primer choque de ansias contenidas y juegos carnales, se sucedieron
múltiples encuentros a cual más ardiente y arrebatador. Su, ahora,
entregadísimo y devoto jefe, no era capaz de dejar pasar un solo día sin
tenerla íntimamente, cuerpo a cuerpo o virtualmente aprovechando las
excelencias de las nuevas tecnologías que los acercaban de un modo aún por
descubrir para ambos. Sin embargo, mientras Paola disfrutaba de aquella
relación única para ella pero compartida para él, otro caballero la rondaba con
el mismo interés aunque con unas miras quizás más altas.
En la cotidianidad de su
trabajo, Paola conversaba de modo habitual con otros hombres y por ello, una
tarde como otra, Luis, el director de una de las mayores franquicias de moda
del país, la invitó a tomar café. Inmediatamente Paola se sintió atraída por su
fuerte personalidad y su elegante y embaucador discurso. Sin darse cuenta, le
pareció descubrir en él a la pareja ideal que tanto tiempo llevaba buscando.
Por supuesto dejó que aquel café terminase en la gran cama del piso de su
acompañante, en lo que pasó a ser una memorable tarde de buen sexo inesperado. No
la tocó hasta llegar a su piso, pero una vez allí, no fue capaz de dejar de
tocarla en ningún momento. La desnudó muy despacio, con una exquisita habilidad
para ir besando su piel por todos los resquicios que en el proceso encontraba y
antes de terminar su labor ya había
conseguido de ella unos enérgicos gemidos que fueron parejos a su potente
orgasmo. Con todo, sin perder un segundo continuó regalándole placer sin
cansarse de mirarla ni escucharla suspirar entrecortada y profundamente. Para
Paola su reciente adquisición acaparaba, en apariencia, todas las virtudes
necesarias que le hacían convertirse en el candidato único a su corazón, entre
otros motivos, porque su divorcio le otorgaba el adjetivo de exclusivo para
ella.
Con este atractivo panorama
para que Paola se levantara de buen humor todas las mañanas, transcurría su nueva
y divertida vida en la que creía se debatiría más a menudo entre Juan o Luis.
Sin embargo Juan besaba continua
y constantemente el suelo que ella pisaba, y si no hubiera sido porque el
interés era mutuo, no habría dudado incluso en denunciarlo como psicópata
acosador. Al mismo tiempo, el sexo entre ellos era el de dos viejos amigos que
se conocen a la perfección y saben cómo hacerse disfrutar, además de ser muy,
muy divertido. Con lo cual le ganaba constantemente terreno a Luis que,
enredado en un absorbente trabajo, apenas encontraba tiempo, fuera de la cama,
para cortejarla como ella creía que merecía estando en la incipiente novedad de
una relación.
Los pocos momentos que Paola obligaba a Juan a
que dejara descansar su cuerpo, plenamente satisfecho, eran los que ella
dedicaba a Luis, con el que se veía apenas un día a la semana; día al que él
conseguía sacar provecho utilizando unas estupendas y desconocidas técnicas
amatorias que hacían a Paola olvidar las nulas atenciones que a diario obtenía de
él. Pero esto no era suficiente. Luis le hablaba en aquellos encuentros de un
futuro compartido, pero también de sus miedos a lo desconocido. Aquella no
estaba siendo la relación que ella imaginaba, y aunque se mantenía frívolamente
jugando a dos bandas, por supuesto ocultado a cada uno de sus amantes la
existencia del otro, ella sentía como era Juan quien ganaba día a día y minuto
a minuto su corazón, pese a que el presente con él tenía que vivirlo a
escondidas y el futuro nunca se vislumbraba favorable.
Por eso la noche que, escapando
de una multitudinaria fiesta de presentación de una nueva empresa, Juan la
llevó hasta un pequeño bar abandonado al final de la playa, Paola no pudo
resistir la tentación de ofrecerle un ‘te
quiero’ seguido de un dulce y húmedo beso lento, que fue de inmediato
correspondido con un ‘te quiero’
susurrado a intervalos entre pequeños besos alrededor de su oreja. Aquel
intercambio de confesiones culminó con otro mayor de caricias y entrega que los
tuvo rodando por la arena un buen rato hasta que se acomodaron junto a la pared
del malecón donde Paola pudo sentir a Juan, como tantas otras veces, entrando apasionadamente
hasta lo más profundo de su ser. Sin embargo, y aunque no era momento de pensar
en ello, la realidad de sus circunstancias siempre se interpondría entre ellos.
Cuando al día siguiente Luis
llamó a la puerta de Paola, después de seis días sin haber intentado siquiera
contactar con ella, su cabeza pensó instantáneamente en rechazarle con cajas
destempladas y su corazón en que ya no había sitio para él. No obstante su
cuerpo reaccionó de modo inesperado y rebelándose contra todas sus certezas
comenzó a desearle dejándose llevar por el buen hacer de su amigo, que
conseguía ponerla en trance con unas manos virtuosas que se perdieron en sus
bragas nada más darle el primer beso aún en el estrecho pasillo de la entrada
de su casa.
Casi empezaba el verano la
tarde que Paola, mirando al mar desde una terraza en la que sorbía con su
cañita los últimos restos de un delicioso mojito, pensaba en cuánto había
estado disfrutando de sus dos hombres, mientras repasaba mentalmente todos los
buenos momentos que mes tras mes había ido acumulando. Alguna vez le había
cruzado por la cabeza la idea de apartarse de los dos. De Juan, porque nunca
iba a conseguir de él la entrega absoluta que en ocasiones su corazón habría
necesitado. De Luis, porque su tira y afloja la dominaba más de lo que su
cuerpo podía controlar. Sin embargo, ese momento se desvanecía enseguida y
Paola volvía a sentirse afortunada con lo que la vida le había puesto en el
camino. Así que se pidió un segundo mojito, apartó a un lado de la mesa el
periódico que había estado leyendo y revisó sus mensajes de móvil para
confirmar la hora a la que le había dicho Luis que llegaría, e ir planeando con
Juan dónde se verían al día siguiente.
FIN
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