Te pensé
Cyrano,
y dejé que tus
palabras llenaran mis anhelos,
que el almíbar
de tus cartas empapara mi ser.
Te creí
Cyrano,
y quise ver en
tu corazón lo que tu rostro no mostraba,
ni dudé aún cuando
el amor se dirigía a otro lado.
Te amé Cyrano,
y abrí las
cortinas a una luz que apenas infligía brillo,
enfilando un
camino retorcido en inhóspitos recodos.
Te lloré
Cyrano,
y lamenté que
los poemas abandonaran mis manos,
y desaparecieras
tras una romántica muerte inexistente.
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