No sé en qué momento surgió aquello de
mis labios. No sé cómo confluyó todo para terminar con él en su portal. Eso era
algo que no me sucedía desde la adolescencia, en la que los portales eran los
mejores amigos de los besos robados. Apenas unos días antes ni siquiera le
recordaba y sin embargo ahora allí estaba yo temblando y esperando la respuesta
a una pregunta desafiante.
-Vamos a entrar un momento al portal
que tengo que preguntarte una cosa y no quiero que sea en mitad de la calle.
Me había lanzado con aquella premisa a
un pozo del que no podría salir indemne. Todo había ido surgiendo naturalmente,
sin buscar ni preparar nada. De repente la noche había caído profundamente, los
amigos se habían ido retirando poco a poco y en la calle vacía sólo quedábamos
nosotros dos.
- Es muy fácil, mira, tú sólo tienes
que contestar sí o no a lo que yo te voy a preguntar –le había dicho, como para
ayudarle a preparar una resolución rápida a la cuestión tanto si era positiva
como negativa.
Temporalmente sin ataduras, podía
permitirme a mi edad, el lujo de haber llegado hasta ese punto, sin embargo sus
circunstancias aunque en realidad no eran favorables, estaban en una pausa tan
interesante que mantenían su piso completamente vacío por unos días.
-¿Esa es tu pregunta? –fue lo único que
acertó a decir, con los ojos como platos.
En aquel instante, yo me debatí entre
salir huyendo a toda velocidad por donde había entrado o desaparecer utilizando
algún truco de prestidigitador avanzado. Sin embargo opté por ser consecuente
con lo que había iniciado y simplemente me limité a afirmar con un ligero
movimiento de cabeza.
-Pues, en realidad, –empezó a contestar
pausadamente- debería decir que no, por una larga serie de motivos muy
importantes. Pero no. Quiero decir, que sí, que sí que puedes hacerlo.
No sé si fueron los nervios por la
falta de costumbre o, a lo mejor, por el exceso de alcohol ingerido a lo largo
de la cena, pero antes de atacar me di cuenta de la sequedad que dominaba mi
boca, y pensé en una retirada digna. Pero como mis pensamientos suelen ir a esas
horas más lentos que mis actos, me dejé llevar por el arrebato que llevaba
reprimiendo unas horas y me abalancé sobre sus labios rodeando a la vez su
cuello con unos brazos captores como las patas de una araña.
Inmediatamente aquel beso unidireccional
se volvió correspondido.
-Y ¿ya no tienes más preguntas?
–susurró en mi oído una vez terminado.
-Claro que sí. Yo es que soy muy de
preguntar cuando me dejan. –Dije, notando como la tensión en mi mandíbula se
había relajado ostensiblemente, a la par que inversamente notaba como iba
creciendo la tensión en sus pantalones.
-Pues adelante: pregunta lo que
quieras.
-¿Me invitas a tomar algo en tu casa?
-¿Cuánto vas a querer beber, porque no
sé si tendré suficiente si vas a estar preguntando mucho rato?
-Tengo varias preguntas más que
hacerte, pero con un sola copa podré dejarlo resuelto.
Sin soltar en ningún momento a mi
presa, y sintiéndome casi un lastre prendida a su cinturón, subí los escalones
hasta el primer piso dejando en cada uno de ellos las dudas que me habían
asaltado en la calle antes de interpelarle tan abruptamente.
Delante de dos cervezas que habían
llegado silenciosas pero cortésmente instaladas en unos posavasos redondos de
madera, volví a preguntar:
- ¿Puedo desabrocharte la camisa?
–aunque ya mi voz se mostraba firme y nada vacilante.
- Por supuesto. ¿Algo más?
- ¿Podría ser también el cinturón?
- Claro que sí –contestó diligente-. ¿Y
yo no puedo empezar a preguntarte alguna cosa? Yo también estoy muy interesado
en conocer algunas respuestas tuyas.
-Pues no. Ya te he dicho que me queda
mucho todavía por saber. Tú tendrás que esperar a otra ocasión en la que
volvamos a vernos. Y eso no sé cuando podría volver a producirse.
Y mientras contaba uno a uno los
botones que le iba liberando, nos acomodamos en su sofá de piel que, con varios
crujidos acompasados, acompañaba al estruendo que producía la excitación en mi
interior.
-¿Puedo acariciarte y olerte?
- Sí. Y es más, estás tardando
demasiado en hacerlo. Deberías ir resolviendo todas tus dudas tu sola. No
necesitas permiso para nada más.
Pero aquello estaba siendo mucho más
intenso y divertido de lo que yo había imaginado al principio, cuando pretendía
conformarme sólo con probar su boca.
- ¿Puedo atarte las manos unos minutos?
Suavemente. Sólo un poco.
Su excitación crecía a ojos vistas y, mientras,
el calor que desprendía su cuerpo calentaba las cervezas que continuaban tal
cual se habían servido.
Desnudo y desarmado ante mí, le
obsequié con unas caricias inflamadas y estimulantes que acabaron con su
sumisión, obligándole a revolverse en el sofá para atacarme inicialmente con un
violento y pasional beso lleno de mordiscos, y pasar en seguida a retirar de su
camino cuanta ropa encontró a su ardiente paso.
-¿No vas a preguntarme nada ahora?
–dijo con ironía y parando en seco una vez que había conseguido aprisionarme
bajo su cuerpo.
-Sí. Todavía me queda una más.
-Y ¿bien?
- ¿Puedes follarme, por favor?
FIN
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