Me he subido a
tu azotea,
la más alta
entre estas torres vigía,
y ya estabas
tú allí.
Habías
dispuesto la mesa completa,
junto a la
luna llena
y la brisa
húmeda.
Entre tu silla
y la mía
todo un mundo
de sabores y placeres.
A un lado y a
otro de la mesa
dos mundos de
desencuentros y miedos.
Desde aquí
arriba solo vemos
un gran horizonte,
gente paseando,
diminutas
luces,
bellos tejados.
Desde ahí abajo
solo ven
una pequeña
terraza,
dos absurdos
personajes,
dos almas en
equilibrio,
dos locos en
peligro.
Sentada en mi
esquina
miro tus ojos
y a ellos me
agarro para no caer.
Tú desde la
tuya
miras mi boca
y a ella te
anclas para no caer.
Mantenernos
estables
cuesta más de
lo previsto
cuando la luna
deslumbra y el viento arrecia.
La única
opción es sujetarnos
uno al otro
por los dedos,
por las manos,
por las
muñecas,
por los brazos,
y fuerte, muy
fuerte,
por si caemos,
caer juntos.
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