lunes, 8 de enero de 2018

* "La noche" - SUEÑOS EN RETALES (V)

Todavía hoy, cuando me despierto tras haber revivido ese sueño donde le veo tumbado en el suelo del portal de mi piso, riéndose y gritando a la vez:
-¡Por favor, no puedo más, subamos a tu casa!- se me coloca una sonrisilla de oreja a oreja en la cara que aguanta sin descolocarse durante horas y me ayuda a pasar el día con una alegría interior por la que todo el mundo me pregunta y de la que yo no puedo revelar su origen. Son esos sueños extremadamente realistas en los que se repiten con todo lujo de detalles los escenarios de una etapa vivida con mucha intensidad.

Y así aparecen en ellos la luz de aquel atardecer que recuerdas especial, o cada una de las palabras que dijiste en algún bar, o percibes la lluvia con la misma frialdad que la que te empapó una de esas mañanas camino al trabajo después de una noche sin dormir, o incluso sientes entre las sábanas el calor y la humedad de unos besos apasionados.
No tenía pensado yo disfrutar tanto de esa época de mi vida.

 En realidad tenía previsto penar con mucha angustia, y pasar llorando todas las noches, así como los fines de semana que tuviera libres. Porque claro, en la oficina no puedes estar gimoteando todo el día y no darle explicaciones a tu jefe. Además cuando trabajas de cara al público no se puede estar maquillada y pretender que no se te corra el rímel si estás lloriqueando todo el tiempo. Y una cosa es el drama de sentirse abandonada por un amor y otra muy distinta estar impresentable toda la mañana. ¡Imposible! Tendría que aguantar.
Si me invitaban a salir las compañeras, pues no decía que no. Por el mismo motivo. Tenía que aparentar que mi dolorido corazón no sufría tanto y que lo que yo quería era sólo diversión y risas. Aunque nada hubiera más lejos de la realidad.

Yo comía con bastante frecuencia en un restaurante vegetariano donde todo estaba muy rico, pero en el que también contaban con una cocina alternativa para los que teníamos días con menos ansias de salud. Una amiga con la que yo compartía piso les había dado la dirección y la hora a la que él y su amigo debían estar allí, con idea de que yo fuera conociendo más gente y me animara un poco.

-Ahora por favor, no seas tan antipática como con los que te presenté ayer y procura dar conversación. Ya verás que son unos chicos muy simpáticos.

-Pues no sé de qué quieres que hable. No tengo ganas de conversaciones de besugos.

-Ya surgirá algún tema, no te preocupes, que ellos también hablan mucho. Tú simplemente proponte tener una comida tranquila y déjate llevar.

Ninguno llamó mi atención especialmente cuando se sentaron a la mesa. Dos chicos normales, uno más alto que el otro y pisándose mutuamente al hablar, por lo que seguí mordisqueando mi ramita de apio con mi mejor cara de indiferencia. Reconozco que mi primera reacción fue un poco fría, sobre todo cuando decidieron tomar un horrible vino blanco del que se atrevieron a pedir una segunda botella. Pero yo respiré profundamente, puse mi mejor sonrisa para agradecer el esfuerzo de mi querida amiga, y empecé a prestar atención a todo lo que se iba contando entre un plato y otro, y también en medio. Al menos tenían buena conversación, por lo que con el ánimo de agradar incluso me bebí tres copas de aquel espantoso vino.

Y así alrededor de una mesa empezamos esta aventura.

Al salir de aquel restaurante ya me encontraba más animada y la idea de seguir conociendo a estos nuevos amigos no me parecía tan descabellada.

-Ahora nos vamos a tomar un café y unas copas a una terraza fabulosa que os va a encantar  –dijo el más alto dirigiéndose a mí. Con toda seguridad su nombre se habría pronunciado en algún momento, pero yo era incapaz de recordarlo. ¡Seguramente por la mala calidad del vino!

-¡Estupendo! Adoro las terrazas, -dije yo verdaderamente entusiasmada ante la idea.

-Pues ya verás cómo te gusta mucho más la próxima vez que te traiga a ti sola y de noche. No te vas a poder resistir.

Y mientras decía esto, mirándome fijamente y muy de cerca a los ojos, me recorrió la espalda un intenso y cálido escalofrío que me sobresaltó tanto que él pudo notar perfectamente la sacudida que dio mi cuerpo.

-Si quieres venir conmigo otro día, claro  -y pronunció estas palabras aún más cerca y despacito, sin apartar sus ojos de los míos-.

-Claro, claro....., seguro que sí......., me encantará –pude apenas titubear-.

Pasamos la tarde los cuatro juntos. Y las copas se alargaron más allá de la madrugada en un ambiente muy divertido y en el que yo había descubierto una inesperada pero simpática y sorprendente compañía.

Su trabajo en esa ciudad era temporal pero lo suficientemente bueno como para, por ejemplo, permitirle el lujo de tener asistenta en su piso, que al igual que el mío era compartido. Poder contar con alguien que limpie, friegue, y haga las camas debe ser lo más parecido a la felicidad absoluta, y para mayor dicha en la vida, eso te posibilita disfrutar de todo el tiempo libre que te queda después de una jornada laboral.

Y ese tiempo él lo aprovechaba muy a menudo conmigo.

Solía recogerme cada dos tardes del trabajo y llevarme primero a cenar y después a visitar los garitos más peculiares de la zona. Su afán era descubrir sitios nuevos para mí. Explorábamos en su coche todos los rincones de la ciudad dispuestos a escuchar jazz, ver divertidos cabarets o tomar cócteles de champagne.

No era guapo, sin embargo su altura le confería lo que llamamos “buena presencia”, pero sobre todo, era muy entretenido, muy gracioso y muy, muy provocador. Siempre que podía hablar de sexo lo hacía y procuraba incomodarme buscando mi sofoco y mi huida ruborizada entre palabras hiladas al tuntún, sólo por divertirse viéndome escapar de respuestas comprometidas con fingida dignidad. Todo con un último fin, deseado desde que nos viéramos por primera vez y que llegaría varios meses después de aquellas hamburguesas de soja ante las que nos conocimos.

“La mancha de mora con otra se quita”, dice el refrán. Y si no se quita, lo que sí es cierto es que te fijas muchísimo menos en ella y te empiezas a centrar más en la nueva. Fue lo que yo conseguí al descubrir que mis continuas citas me hacían olvidar mi primera y empecinada decisión de sufrimiento amoroso. Después de todo ¿por qué iba a desperdiciar una oportunidad de pasarlo bien y a lo mejor de algo más?

Al poco de estas salidas ya quedábamos con mucha más asiduidad, prácticamente a diario, y nos empezamos a recorrer todos los cines viendo cintas de estreno, algunos films clásicos y a veces, para mi dicha, hasta con subtítulos. Era un espacio más donde estar juntos, charlar y reírnos. Pero de estas experiencias a solas con alguien con quien te apetece algo más que comentar una película, es muy difícil salir airosa. ¿Qué haces en los momentos románticos de una escena? ¿Qué puedes decir cuando en la gran pantalla los protagonistas se envuelven en mil caricias sensuales? ¿Dónde miras cuando llega ese punto álgido y la chica guapa y sexy empieza a gemir?

-¡Yo también quiero!

Esas eran las únicas palabras que a mí se me agolpaban empujando detrás de los labios y a las que yo impedía salir apretando mucho la boca, porque todavía no era el momento. Aún no.

Cuando salíamos con más amigos, la noche era de la misma manera muy divertida y siempre encontrábamos algo novedoso o inesperado que hacer. Nos desafiábamos unos a otros con conocer locales aún más interesantes que los que hubiéramos pisado la noche anterior, como si de una competición por encontrar el pub más extravagante se tratara. Y cuando el fin de la noche era bailar, por supuesto que los mejores bailes siempre eran los que mi amigo y yo nos marcábamos, muy agarraditos, al ritmo del tema latino más comercial.

Si yo no tenía ganas de salir alguna noche por el motivo que fuese, y me venía a buscar, no desistía en su empeño hasta conseguir convencerme costase lo que costase y utilizando métodos altamente convincentes.

-¡Asómate, asómate al balcón, carita de azucena!

¡Imposible que alguno de los dos únicos tunos que yo conocía estuviera cantando bajo mi ventana un miércoles a las dos de la mañana y solo! Así que aquella noche para evitar que mi comunidad de vecinos en pleno me echase a la calle por escándalo público, me vi obligada a bajar a la calle en pijama a toda velocidad.
-¡Vamos a tomar algo! ¡Sube al coche que tengo cosas que contarte! - dicho todo esto con mucha prisa.
-Pero estoy cansada y ahora tendría que vestirme y todo eso. Mañana tengo jaleo en el trabajo. ¿No lo podríamos dejar para el viernes?
-Voy a estar aquí cantando hasta que te vengas conmigo. Tú verás cuanto tardas en cambiarte.
Y entonces te miraba a los ojos acercándose mucho y esbozaba aquella sonrisa de medio lado de demonio tentador y ya no podías hacer nada. ¿Y quién se acuesta así sin más ante esa perspectiva de noche de ronda? Creo que a día de hoy nunca he conseguido estar arreglada para salir en menos tiempo y por supuesto, impresionante.
Las veladas que pasábamos solos los dos en los locales con jazz en vivo eran las mejores. El encanto tan peculiar de cualquier noche allí, fuese la que fuese, y la música ambientando todos los recovecos de nuestras conversaciones nos hacían permanecer en esos pubs hasta altas horas de la madrugada. De este modo, entre copas y notas, discurrían nuestras charlas sobre todo lo mundano y lo divino.
-Gracias por descubrirme este sitio que se ha hecho tan especial para mí -dije dándole un suave beso en la mejilla-.
-De nada, pero no me dejes a medias y dame otro en el otro lado, -dijo tocándose la cara-. No quería decírtelo pero tengo que hacerlo: tenemos un problema.
-¿Cuál? -dije yo pensando que realmente ocurría algo.
-Que yo estoy muy borracho y tú eres muy guapa.
Y casi sin terminar la frase me besó. Yo correspondí a aquel ataque de romanticismo de barra de bar con ganas pero con cautela. Aún dudaba yo de si el momento de pasar a mayores había llegado ya. Así que por aquella noche, esa aventura no fue a más. Pedí un taxi y le devolví a su casa para quedarme después yo en la mía. Ya recogeríamos su coche al día siguiente cuando la resaca hubiese dejado sitio al carnet de conducir.
Desde un principio, yo conocía la adoración que mi compañera de piso, la que nos había presentado, le profesaba ya que le conocía de bastante antes, y no me parecía ético liarme con él… tan pronto. Estas cosas necesitan madurarse y es necesario que transcurra un tiempo, pasen algunas semanas, y a veces, puede ser importante incluso tener una charla con tu amiga antes para no herir sus sentimientos.
¡O quizás no! Al fin y al cabo mi amiga tampoco había intentado nunca un acercamiento más íntimo y debía ser, creo, plenamente consciente de que a las alturas que estábamos ya me habría acercado yo mucho más.
“En el amor y en la guerra todo vale”.  Aunque yo ya había oído eso alguna vez jamás había tenido ocasión de ponerlo en práctica. Por fortuna eso iba a cambiar y a dejar de incomodarme cuando la culpa se apartase de mi camino por obra y gracia de las extraordinarias habilidades como ameno acompañante de mi amigo. De modo que el cargo de conciencia se fue diluyendo día tras día y poco a poco, sin darme apenas cuenta hasta que se esfumó del todo.
Fueron meses de continuas salidas nocturnas, pero también de vernos a mediodía para comer y había días que incluso quedábamos para desayunar antes de ir a trabajar. Algunas veces con amigos, a veces solos, pero siempre cómplices. Sólo un detalle me hacía en algunas ocasiones replantearme esta aventura: tenía novia formal. Aunque al parecer la relación entre ellos no lo era.
-Nosotros tenemos una relación libre. Cada uno está con quien quiere y no le pide explicaciones al otro, -me había dicho un día-, además luego hay momentos íntimos en los que nos gusta contarnos mutuamente estas historias. Sin embargo ahora está un poco más celosa que otras veces porque le he hablado mucho de ti, de que tengo una amiga más especial con la que salgo mucho aquí.
Yo podría haber dudado de esta versión de la historia si no hubiese sido porque, como el mundo es pequeño y cuestiones tan íntimas en una pareja pueden llegar a ser de dominio público, por suerte o por desgracia, yo sabía de su novia por una amiga; y efectivamente, entre ellos funcionaba ese acuerdo de libertad.
¡Pues mucho mejor para mi cuadriculada conciencia! El momento se iba acercando.
Nunca me planteé nuestra relación como algo serio ni duradero, ni con un verdadero arraigo sentimental. Lo pasábamos muy bien, estábamos a gusto juntos, nuestros contratos de trabajo eran ambos temporales, y ninguno residía habitualmente allí. Era la aventura perfecta, sin dolor ni ataduras. Y por una vez en mi vida, estaba siendo capaz de mantener la cabeza lejos del corazón.
Para él yo era una estupenda diversión y una buena compañía para las noches de soledad después de la jornada laboral. Tampoco tenía pretensiones de llegar más lejos que donde nos llevasen los días y las copas que pudiéramos compartir.
Un viernes por la tarde nos fuimos al cine con otra pareja amiga. Después como siempre a cenar, a bailar y a tomarnos unas copas. Cuando los amigos se fueron nosotros continuamos la ruta por nuestros locales favoritos. Era una noche de verano, de esas de calor sofocante, sin brisa. De esas en las que puede pasar cualquier cosa mientras se mantenga la oscuridad y no salga el sol. Los meses habían ido pasando sin darnos cuenta y el tiempo empezaba a pedirnos algo más. Me llevaba a casa tras una larga noche de fiesta. Paró en la puerta con el motor encendido y se quedó esperando a que yo bajara.
-No quiero irme a casa todavía, -dije yo-.
-Si es que ya es muy tarde, ¿dónde vamos a ir?
-No sé, a cualquier sitio. Quiero seguir por ahí contigo. ¿Te puedo pedir un favor?
-Claro, lo que quieras.
-¡Dame un beso!
Sin decir ni una palabra paró el motor, bajó del coche y me ayudó a salir dándome la mano. Y entonces allí mismo, en mitad de la calle, de madrugada, me apoyó contra el coche y me besó apasionadamente.
Había llegado el momento. Ahora sí.
Empezamos a dar rienda suelta a nuestras ganas, y cuando las manos ya volaban como locas acariciando al otro con desenfreno, corrimos a refugiarnos al portal. Para cuando quisimos darnos cuenta, la historia no tenía vuelta atrás, no podíamos contenerlo más, pero el coche seguía parado tapando la calle. Menos mal que a aquellas horas y por aquella calle no había tráfico casi nunca. Fue cuando arrancamos a reírnos sin saber qué hacer.
-¡Por favor, no puedo más, subamos a tu casa! -decía entre carcajadas tumbado en la entrada del portal-.
-Pero habrá que quitar el coche. Corre, sal y déjalo al menos aparcado en la acera de enfrente.
Y mientras él corría a solucionar el único obstáculo que íbamos a tener que sortear esa noche, yo intentaba recomponer mi imagen, recolocar mi ropa y buscar las llaves que debían estar tiradas en algún rincón del suelo.
Hizo una maniobra rápida y a los dos minutos el problema estaba resuelto. Nada que ver con el tiempo que invertimos en resolver esa otra cuestión que teníamos entre manos desde hacía mucho. Esa nos llevó bastante más y nos dejó tan insatisfechos que tuvimos que repetirla la noche siguiente, y unas cuantas más.
         Prolongamos esa diversión un puñado de meses más, después de aquella noche de viernes calurosa, hasta que llegó el momento de seguir cada uno su camino. Sin dramas y sin absurdas despedidas. Quedamos para dar una escapada y encontrarnos de nuevo allí, desde donde estuviera cada uno, tres o cuatro meses después, aprovechando unos días festivos.
Pero el último encuentro ya no tuvo chispa.
Habíamos compartido la aventura de estar fuera de nuestras rutinas habituales, fuera de contexto los dos. Pero nada más. Habíamos agotado la curiosidad del uno por el otro y ya nada quedaba que pudiera divertirnos igual. Y como nunca hubo amor, tampoco ahora había rencor. No había entre nosotros nada más que el recuerdo estupendo de unos días dignos de repetirse, pero sólo en sueños. En esos sueños de los que despierto todavía sofocada y con la sonrisa en los labios.


FIN

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡Cuéntame qué te ha parecido!

Mi salamandra más especial

Mi salamandra más especial

¡Comenta desde aquí con otros miembros!

Advertencia legal

Todos los textos están depositados en el Registro General de la Propiedad Intelectual. Los relatos bajo el epígrafe M-007008/2014 y los poemas bajo M-007030/2014.