miércoles, 24 de agosto de 2016

* "Las ganas" - RELATO ERÓTICO


       Hemos llegado a casa y nada más entrar los besos violentos y las caricias ansiosas. El deseo reprimido toda la tarde en la reunión de trabajo, y las ganas aflorando entre los dedos, que se escapaban para rozarnos discretamente durante la cena, han estallado con un portazo al cerrar con prisas.
Nos mordemos los labios abrazados y rebotando contra las paredes del estrecho pasillo que tantas veces ha sido testigo de nuestros arrebatos de pasión. Entre risas y jadeos, precursores de lo que se avecina, desato su cinturón y fuerzo la botonadura del pantalón que aprisiona sus instintos.
 Sin darme tiempo a tocarle me gira y aprisionándome contra el marco de la puerta del dormitorio me levanta el vestido y recorre mis nalgas con velocidad y violencia controlada. Con ganas. Esas ganas que llevamos horas reprimiendo y que ya se han hecho totalmente dueñas de la situación. No le veo la cara pero su respiración en mi oreja confirma la efervescencia de todos sus sentidos y me inflama aún más si cabe. De repente mi ropa interior no está y en su lugar tengo ya su deseo firme y duro. Y empiezan los gemidos, las embestidas, los gritos, la satisfacción, el delirio… Pero no son suficientes. ¡Quiero más! ¡Quiere más! Y esas mismas ganas, que continúan, nos obligan a tirarnos al suelo allí mismo. Al suelo de un pasillo que se transforma en el más cómodo nido de pasión. Y nos dejamos llevar por todo lo acumulado y follamos mirándonos a la cara, exigiéndonos placer, otorgándonos un placer desenfrenado mientras acabamos de desnudarnos. Consigo un orgasmo… dos… y otro más… pero se puede más. ¡Yo puedo más, él puede más! ¡Nos quedan muchas ganas de más! Y  levitando entre el delirio, la locura y el sudor, llegamos a una gran cama que nos espera con codicia, casi con glotonería. Y en ella dejamos correr las manos por todos los rincones de nuestros cuerpos. Lanzamos las bocas sin tener en cuenta dónde irán a morder o a chupar. Una ardiente lucha cuerpo a cuerpo que nos agota y nos llena. Todo es bueno, todo es válido, todo es indispensable para disfrutar.
De repente nuestros ojos se encuentran y la pasión se frena. Nos miramos, nos entendemos, y nuestros pensamientos se leen claramente. Mi amado comienza a hablar. Con un tono de voz suave y dulce, susurra sus antojos, sus caprichos,  sus necesidades que son las mías, para hacerle gozar. ¡Qué ganas! Y, como por arte de magia, otro modo de tocarnos toma forma. Pausadamente, con ternura, con delicadeza, con el cuidado y el mimo de dos jóvenes que se descubren en su primera vez de intimidad. Reiniciamos las caricias, los abrazos prolongados, los besos melosos. Y voy lamiendo su deseo de arremeter contra mí, deleitándome con su afán de volver a ser dueño de mi interior, degustando su sexo prominente a la vez que busco en sus ojos la satisfacción. Pero todo esto no ha hecho más que ir creando en mí nuevas ganas. Y él que lo intuye por mis gestos y mis suspiros abandona su feliz letargo para complacerme. Y ahora es su boca la que se alimenta de mis ganas y me las hace derramar para bebérselas con la complacencia del invitado a un banquete de dioses.
En una habitación incendiada por unas ganas que no se apagan vuelvo a sentir la excitación de las prisas por sentarme encima de mi compañero de juegos. Y me engancho a su cuello con fuerza para poder mover las caderas con libertad. Cabalgo, salto sobre él y me entrego a la tarea de hacerle sentir mis contracciones, mis espasmos de gozo, pero reclamo sus manos vigorosas en mis pechos, mordiscos que me dejen huella, la intensidad de sus nalgas empujando contra mí. ¡Quiero sus ganas, darle mis ganas, matar estas ganas con orgasmos! ¡No puedo más de ganas! ¡No puedo más de amor!

FIN

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