Ya metida en la cama seguía con
su imagen en la cabeza, como muchas otras noches. Al hablar por teléfono
siempre sentía, casi con dolor, cuánto le echaba de menos. Y al colgar, ya no
podía pensar en ninguna otra cosa más, en nadie más. Solo en las rutinas cuando
estaban juntos, en su boca, en las risas de las pequeñas bromas, en su boca, en
los silencios de cada uno en sus respectivas tareas pero uno al lado del otro,
en su boca, en el sexo divertido o trascendente, rápido o interminable, en su
boca… y comenzaba a sentir calor. Un calor que recorría su cuerpo anhelante de las
caricias de su hombre.
Lucía cerraba los ojos y lo
imaginaba junto a ella, entre las sábanas, abrazándola, mientras se iba
despojando de lo poco que vestía para dormir dispuesta a recordarle físicamente
reviviendo esos placeres. Sentía su cuerpo templado junto al de ella, y pensaba
en cómo solía desnudarla, con parsimonia, recreándose en la excitación que la
invadía.
Apagó la luz. Las manos iban
subiendo y bajando por su propio cuerpo, recorriendo despacio sus curvas y
huecos. Manoseando sus pechos con lujuria. Tanto apretaba los ojos que podía oír las
tiernas palabras de su amado susurradas en su cerebro y que provocaban en ella
la erección de unos pezones que esa noche, nadie iba a morder. Se revolvía inquieta
en la cama, deseosa de frotar su cuerpo contra otra piel y así, por completo
excitada por el deseo, comenzó a deslizar sus manos por su vientre, a tocarse
los muslos y disfrutar con sus nalgas. Y pensó en su boca. Una boca que la
besaba apasionadamente, a veces con la avidez del hambriento, con rabia, y
otras con la dulzura del pájaro que se arrima al polen de su flor favorita. Y
la sintió cercana. Sintió su aliento cálido entre las piernas y las abrió. Deslizó
los dedos por su pubis recreando lo que necesitaba sentir. Y pensó en su
lengua. Le sobró con acercarlos a las puertas de su vagina para empaparlos de
ganas y, acto seguido, emprender el camino que su amante sabía recorrer tan
placenteramente con la lengua. Lucía se masturbaba disfrutando cada mimo, cada
roce que se otorgaba imaginando que era él quien con su boca la estaba llevando
al orgasmo. Inmersa en su fantasía era capaz de percibir sus lametones, su
humedad, sus ardientes labios, la punta de aquella lengua que la volvía loca y
hacía vibrar su clítoris rodeándolo, frotándolo con ternura. Empapada por
completo, jadeante, con el corazón acelerado, sólo quería dejarse llevar. Y
evocando imágenes de encuentros anteriores, que había almacenado con codicia, tales como la mirada
febril y penetrante de su amante surgiendo entre sus piernas, se encendió todavía
más. Por lo que no pudo más que acelerar el ritmo de su mano derecha mientras
se adentraba con la izquierda en buscar más placer. Pero seguía pensando en
cuánto le apetecían esos otros dedos que sabían llegar a sus zonas erógenas más
ocultas. Y con la ilusión de esa lengua caliente sobre su sexo, a la que él sólo
daba descanso para preguntarle si continuaba con aquello que para él también
era un festín, Lucía liberó toda la pasión de su interior junto a un
satisfactorio grito de éxtasis.
Después, disfrutó de su
recuerdo un poco más con las manos, con el pensamiento, con todo el cuerpo,
intentando bajar la intensidad de sus latidos.
Un mensaje de buenas noches vía
móvil a su amado y cerró los ojos exhausta. Pero ahora para conciliar el sueño
y agotar las horas de un día ya a descontar de los que faltaban para poder
vivir juntos todos esos placeres.
FIN
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