lunes, 12 de enero de 2015

* "Sola" - RELATO ERÓTICO


          Mirando la hora me di cuenta de que no era tan tarde. Tenía tiempo de sobra antes de que llegara mi compañera de piso. La tarde se me había hecho eterna y el aburrimiento me estaba aplastando contra el sofá. Ya me había terminado el libro que había sacado la semana anterior de la biblioteca y mis obligaciones domésticas podían esperar otro día más sin duda alguna.
En otras ocasiones no habría dudado en ponerme alguna película porno y haber disfrutado acompasadamente de las delicias propias y los orgasmos bien inducidos. Pero ese día no estaba motivada tampoco para eso. La idea del sexo siempre era para mí una buena salida para la desidia vespertina, pero no era sola como más me apetecía esa tarde.
           Tampoco era buen momento para llamar a nadie. ¿Quién va a atenderte y a satisfacerte al minuto simplemente por hacer una llamada de urgencia? ¿Acaso estaría alguno de mis amigos esperando un mensaje de móvil mío que dijera “por favor, pásate por mi casa en cinco o diez minutos que necesito follar urgentemente”? Quizás el problema era que no les tenía bien acostumbrados, pero sería algo que podría ir planteándoles con tiempo. Tendría que darle algunas vueltas a esa idea. Al fin y al cabo estos asuntos deberían tratarse más habitualmente como meros favores. Yo también estaría dispuesta a hacerlos. Pero mientras…
Recordé de repente que a la puerta C del descansillo del piso que ocupábamos en alquiler mi amiga y yo desde principio de curso acababa de mudarse gente nueva. La verdad es que ni siquiera tenía claro si era una familia con niños, una pareja joven o un grupo de estudiantes. Así que igual iba siendo hora de averiguarlo y ver si había opción a un buen polvo. Me retoqué un poco el pelo en el espejo del cuarto de baño, me deshice de la ropa algo manchada de estar por casa y enfundada simplemente en las sandalias, mis braguitas de algodón y una camisa sin abotonar me dispuse a abordar el piso de al lado.
Era muy excitante no saber quien iba a abrirme la puerta, y sobre todo qué pensaría al verme de esa guisa. De hecho, el hormigueo que empezaba a crecer entre mis nalgas así me lo hacía saber. Por supuesto, también era un riesgo. Con lo que ya contaba yo con que el nuevo vecino pudiera ser un señor gordo y seboso que, apestando a puro y con una barba de tres días, estuviera encantado de verme y quisiera algo que yo no tuviera ninguna intención de darle. Porque una cosa es estar aburrida, y con ganas de sexo, y otra muy diferente no importarte cómo ni con quien.




Llamé al timbre una primera vez, pero nadie contestó. Eso me dio unos segundos para pensar fugazmente que también podría vivir allí una madre soltera con dos o tres hijos pequeños que no iban a servirme de mucho para solucionar el creciente problema que empezaba a empapar mi ropa interior. Por segunda vez pulsé el timbre sin obtener respuesta alguna. La única opción que no había valorado era la de que no hubiera nadie en casa a esa hora. Probé una tercera con insistencia, y frunciendo la boca me dí la vuelta desistiendo de presentarme como buena vecina a los nuevos inquilinos. Con la misma necesidad con la que había salido de mi casa, me vi obligada a volver a ella. Pero al empujar la puerta que había dejado entreabierta, fui consciente de haber cometido uno de los errores más típicos del mundo: no coger las llaves para poder abrir cuando una corriente de aire te la cierra. De repente lo que se me venía encima ya no me parecía un plan tan excitante. Pero no quedaba más remedio que solucionarlo. Y eso pasaba por bajar a la portería y pedir la llave de repuesto.
Lo de pasearme en bragas por toda la finca no se me antojaba tan divertido como mi primera idea, pero no tenía otra opción. Cuando el portero, que andaba distraído con un libro, levantó la vista para atender a mi petición no supo si mirarme fijamente o volver la cabeza. La verdad es que hasta ese momento yo tampoco me había parado a mirarle a él. Alto, delgado, canoso, de unos sesenta años pero bien parecido, no estaba nada mal para ayudarme a rematar mi tarea. Bastante nervioso, apenas acertó a articular palabra mientras me extendía la llave. 
- Yo creo que sería mejor que usted subiera a abrirme y ya mañana si acaso, me vuelve a dar la llave para que yo pueda hacerle una copia –le dije suavemente y mirándole a los ojos-. No vaya a ser que la pierda de nuevo. Total, si ahora sólo quiero darme un baño y relajarme.

Se levantó, me dirigió una mirada furtiva que a mí me pareció lasciva y cerrando la puerta de su cubículo con mucho cuidado, me abrió la del ascensor muy diligentemente.
Entablé una conversación ligera para intentar relajar su tensión y hacerle así olvidar la incomodidad que yo suponía le causaba mi semidesnudez. Al salir al rellano de mi planta yo ya había dejado que la camisa se abriera y mostrara sin pudor mis pechos, a lo cual el portero, mucho más tranquilo, había respondido inmediatamente con una sonrisa y una tremenda erección nada desaprovechable. Fue al abrirme la puerta cuando acariciando su mano, aún en la cerradura, le comenté lo amable que había sido y lo agradecida que estaba por su ayuda.

- ¿Cómo de agradecida? –me preguntó entornando los ojos.

Y eso fue suficiente para tener claro que el susto, tras la primera impresión al verme en braguitas en la portería, se le había pasado y que iba a estar totalmente disponible para ayudarme con la puerta y con cualquier otro problema que tuviera.
 Así, de ese modo tan inesperado conseguí arreglar mi tarde de aburrimiento y soledad, y de paso asegurarme para el futuro alguna que otra tarde más de entretenimiento.
FIN

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