Cada vez que consigo exprimirle al día unos minutos para sentarme a escribir, algo que dicho sea de paso, voy buscando con una ansiedad desmedida, y de repente me encuentro frente al portátil, ávido de mis manos, me surgen las mismas preguntas: ¿retomo el último relato corto?, ¿apuro el último capítulo de la nueva novela?, ¿le dejo libertad a mis dedos para expresar poemas de exaltación o desdichas? o ¿comienzo con aquella idea fantástica sobre historias cotidianas?
Tamaña cantidad de palabras circulando por el cerebro y tanta información deseosa de ser plasmada colapsan, más a menudo de lo que a mí me gustaría, la única salida posible para ellas de mi cuerpo. La necesidad de aprovechar al máximo el escaso espacio de tiempo que me regala mi propia habilidad de organizar las actividades diarias, hace que se aturullen en mi cabeza todas las iniciativas y se atasquen cual autovía nacional en una mañana de lunes común.
Y ¿a qué doy prioridad?
Las historias son como los hijos, a los que quieres por igual. O casi, por igual. Cualquier progenitor sabe que jamás es así. Esa no ha sido, no es y no será nunca una afirmación sincera. Aunque en el fondo el cariño sea grande y verdadero por todos, la debilidad por ciertas cualidades de alguno de ellos, la ternura por el más desvalido, o las risas que te provoca el más pícaro, harán que según el momento del día, o tu estado de ánimo te decantes por charlar más con uno que con otro. Y a veces es difícil escoger cuando te ves en la necesidad de hacerlo.
¡Si es que yo siempre dudo con todo!
La hora del tentempié de media mañana, sin ir más lejos, es para mí una encrucijada vital en la que, con la misma rutinaria indecisión, termino tomando el mismo café o el mismo té, los mismos días tras desgastar el tiempo pensando en las opciones.
Por eso se me hace necesario crear una lista de prioridades. Organizar los turnos de cada texto para amasarse y hornearse. Descifrar el interés propio en tener elaborado antes un relato u otro en función de no sé qué disposición cósmico estelar. En definitiva, concretar una serie de razonamientos lógicos, que me ayuden a ordenar las ideas para así hacer literariamente productivos los pocos descansos de mi vida familiar y laboral diaria.
¡Pero tendrá que ser otro día, porque hoy, de nuevo, ya se me ha pasado el tiempo sopesando cómo hacerlo!
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