Sólo
tenemos la ganas.
Las de estar,
Las de estar,
las de
ser,
las ganas de encontrarnos,
de entendernos,
de reírnos y besarnos.
Sólo ganas.
Nada más.
Ni tiempo,
ni espacio,
ni opción de echar atrás,
ni quizás hacia delante.
Sólo nos quedan las ganas.
Las de ilusionarnos,
las ganas de encontrarnos,
de entendernos,
de reírnos y besarnos.
Sólo ganas.
Nada más.
Ni tiempo,
ni espacio,
ni opción de echar atrás,
ni quizás hacia delante.
Sólo nos quedan las ganas.
Las de ilusionarnos,
las de
empezar,
las
ganas de conocernos,
de
comprendernos,
de
mirarnos y amarnos.
Sólo
ganas.
Nada
más.
Ni
horas,
ni
lugares,
ni
forma de avanzar,
ni
manera de arrepentirnos.
Sólo
habitan las ganas.
Nos invaden
como carcoma,
parasitando
nuestros sentidos,
despojándonos
de raciocinio,
instalando
sus muebles
en
nuestros rincones.
Sólo
existen las ganas.
Se han
comido nuestro sustento
y
enraizando entre las venas
han
dejado crecer sus hojas,
poblando
poros y pliegues
matando
lo que quedaba de apatía.
Ahora
sólo quedan las ganas.
Las
tuyas
y las
mías.
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