Llevo un buen rato pensando en tus
manos. Cierro los ojos y las veo dispuestas a tocarme, grandes y cálidas. Al
abrirlos están en mi piel. No me ha dado tiempo a recibir tu cuerpo como me
gustaría y sin embargo tus dedos ya se deslizan por mi brazo. Cuatro dedos
largos suben y bajan desde mi hombro desnudo hasta el extremo de los míos. Con
el índice vas trazando un cálido sendero que serpentea despacito despertando el
vello que dormía sin ti. Tamborilean todos a continuación con suaves golpecitos
acompasados que hacen florecer mis poros. Recostada y con los brazos vencidos
por tus yemas dejo a tus manos hacer. Con las uñas, dulcemente, rascando en
círculos, muy lentamente, van subiendo tus dedos por la cara interna de mi
muñeca. Me estremeces con un placentero cosquilleo que asciende hasta el codo y
que un poco más arriba se empieza a transformar en deseo. Deseo de disfrutar de
las caricias de tus manos por todo mi ser. Sin embargo retienes tu mansa pasión
y continúas alimentando con complacencia ese escaso trozo de mi piel. El dorso
de tu mano la recorre. Mi brazo a tu disposición, expuesto a tu antojo, a tu
apetencia y decides moldear mi mano pausadamente. Cada uno de mis dedos es
recorrido por todos los tuyos como si los esculpieras en ese preciso instante.
Mis terminaciones nerviosas estallan de placer. La sensualidad de tus mimos no
me cansan y me ayudan a reinterpretar sensaciones olvidadas. Con la palma
abierta recorres de nuevo toda mi extremidad paso a paso, poco a poco,
delatando que se acerca el final. El turno de tus manos ha terminado. El resto
de tu cuerpo ansía ya su oportunidad. El mío hace mucho que no puede aguardarte
más.
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