sábado, 8 de noviembre de 2014

* "El beso" - RELATO ERÓTICO




Fue al sentir su lengua húmeda pegada a la mía cuando fui verdaderamente consciente de lo que estaba pasando. O mejor dicho, de por qué estaba pasando.
En otras ocasiones ya me habían besado apasionadamente, pero era ahora cuando por primera vez yo sentía cada papila gustativa disfrutando de distintos sabores enfrentados. Primero fueron sus labios. El roce tímido al pronto y casi violento enseguida de su boca sobre la mía. La saliva que acude de repente y llena todo de un asombroso dulzor saciante pero ávido a la vez. Se diría que me iba comiendo poco a poco, desde una comisura a otra, recreándose con la punta de la lengua en lamer toda la superficie rosada de mis labios. Su aliento ayudándome a respirar a mí.
            Y entonces, sin reservas, la embestida de su apéndice, blando y mojado. Buscando, rebuscando, rebañando dentro de mi boca todo mi ser. Un segundo para tomar aliento, y sin apenas desviar la mirada de nuevo besándome.
Yo sólo le había comentado minutos antes que no había encontrado aún a nadie que me hiciera estremecer sólo con sus besos. Siempre había mucha prisa por pasar a mayores y hacer el amor con las manos, con todo el cuerpo. Y había resultado por supuesto estupendo. Pero nunca nadie se había entretenido en descubrirme si esas otras sensaciones podrían llevarme al orgasmo.
Ahora, ella lo estaba consiguiendo.
 Besuqueaba despacito mi boca cerrada, como si fuera una gran superficie inexplorada, por descubrir, por probar, por saborear. No me dejaba responder, no quería que yo respondiera. Debía dejarme hacer, me susurraba sin despegarse. Y yo me dejaba. Con los ojos cerrados, tumbada en el sofá, las manos muertas a lo largo del cuerpo y empezando a desear algo más que besos. Pero no. Sólo besos, todo besos. Lamía despacito los huecos entreabiertos para respirar, para recibir. Y deslizándose suave se abría paso, para rozar los dientes. Luego sorbía sutilmente mi labio inferior, primero, el superior después, cada vez con más énfasis, como queriéndolos desgastar. Y con un gesto tenue, imperceptible volvía a adentrarse en mi guarida cálida, inquieta, anhelante de su lengua. Mis pechos ya empezaban a sentir un hormigueo que iba en aumento y en paralelo al tórrido calor que desprendían otros órganos de mi cuerpo. Pero yo intentaba mantener toda mi sensibilidad concentrada en la boca. Que no se despistara a las terminaciones nerviosas de ninguna otra zona. A veces se detenía y manteniendo su cara sobre mí, muy cerca, respiraba pausada, liberando rítmicamente un vapor tropical, abrumador, abrasador. Mis glándulas salivares, incapaces de secretar menos, se ahogaban de placer y mi lengua, a ciegas, buscaba el contacto con la suya. Al encontrarla, la rodeaba, la paladeaba, y con toda mi boca la absorbía, queriendo bebérmela con exacerbados esfuerzos por no tocar a su dueña.
Sin embargo aquél beso continuaba, interminable, inagotable, perpetuo. ¿No era eso lo que yo quería experimentar? Un beso incansable, vehemente, fogoso, ardiente, dulce, lujurioso, exquisito, empalagoso, inductor de un desencadenante espasmódico y glorioso. 
Y volvía a la carga. Ahora con una boca agresiva y pendenciera. Aplastando mi intención, derrocando toda iniciativa de correspondencia con deliciosos mordiscos y lametones. Una avalancha de deseo mojado y febril. Su contención por utilizar únicamente aquella boca insaciable la hacía respirar cada vez más deprisa. Con las ansias de quien llevara varios días sin probar alimento alguno, me relamía y mordía con toda la amplitud que su voluptuosa boca le permitía. Una lucha encarnizada por acapararme, por poseerme, se apoderó de ella y su ímpetu por degustarme me contagió y nos llevó a una tensión en la que era difícil mantener el cuerpo a raya, sin intervenir. Mis otros cuatro sentidos necesitaban experimentar también aquella apoteosis de emociones que estaba a punto de llevarme al paroxismo. Pero aún no. Todavía no. Le faltaban besos que dar. Apaciguó su excitación inhalando fuerte un aire que se le hacía imperioso y retomó a bocaditos lascivos su tarea de inflamar aún más mi deseo.
Sin embargo, mi honda respiración acompasada, la negación que se me ofrecía como respuesta a mis pretensiones, aquella lengua que no cesaba de humedecer mi delirio y el olvido de no saber cuál sería el verdadero final de aquel encuentro confluyeron irremediablemente en un clímax incontenido e inesperado. La lúbrica cúspide codiciada desde el primer momento. El desenlace tan frenéticamente buscado. Pero ni siquiera en ese momento se permitió tocarme ni tampoco dejar de besarme.
Sólo después, tras liberar varios gemidos y suspiros entre los huecos que su boca me concedía, recorrió mi cuerpo con las manos y se dispuso a hacerme repetir la experiencia, pero ahora con todo su cuerpo.


FIN

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